Por Miguel Calabria
EscribiendoCine.com-CorreCamara.com
Para los nostálgicos del cine épico de comienzos de siglo, aquellos que quedaron atrapados en el heroísmo trágico de Máximo y el espectáculo desmesurado de un coliseo de proporciones casi míticas, esta secuela promete un regreso glorioso. Sin embargo, lo que obtenemos es una versión apenas reinventada: un reflejo que intenta reavivar la mística de la primera entrega sin aportar suficiente frescura narrativa.
Argumentalmente, “Gladiador 2“ (Gladiator II, 2024) no logra desmarcarse de su predecesora. De nuevo, un líder gladiador, cuya identidad se oculta inicialmente, emerge como Lucio (Paul Mescal), hijo bastardo de Máximo y nieto del emperador Marco Aurelio. Lucio se enfrenta a dos emperadores tiranos, en una trama que recuerda el mito de Rómulo y Remo. Aunque parecía destinado a seguir los pasos de Máximo desde su fugaz aparición en la primera película, su arco heroico en esta secuela carece de profundidad, con un desarrollo que cae en lo obvio y predecible.
“Gladiador 2”, como el reciente “Napoleón” (2023) de Scott, apuesta por lo visual, pero descuida el fundamento narrativo. El intento de sorprender mediante imágenes espectaculares, sin un guion sólido que las respalde, convierte el drama épico en una aventura fantasiosa que se distancia del realismo de la obra original. A pesar de algunas escenas impactantes, la película se extiende a casi 150 minutos, replicando la duración de la primera entrega, pero con una fórmula que, en este contexto, resulta tediosa.
El guion de David Scarpa (“Napoleón”) que debería sostener una historia de esta magnitud, repite una estructura monótona, con diálogos excesivamente explicativos. Todo se narra y sobreexplica, dejando poco a la interpretación y subestimando al espectador. En cine, lo que se insinúa suele ser más poderoso que lo que se verbaliza, pero aquí, cada motivación y conflicto se desglosan minuciosamente, volviendo la experiencia predecible y a veces agotadora.
Uno esperaría que las referencias a la primera película construyeran un homenaje emotivo. En cambio, la repetición de elementos icónicos abruma en lugar de enriquecer. Los guiños a “Gladiador” (“Gladiator”, 2000) buscan conectar con la nostalgia, pero terminan empobreciendo la experiencia, ya que no aportan novedad ni profundidad a la trama.
El vínculo entre Lucio y Máximo, revelado como un intento de conectar ambas películas, parece forzado y desesperado. Lucio no comparte características significativas con Máximo, ni en lo físico ni en su carácter, lo que hace que su conexión emocional resulte superficial. En lugar de un guerrero movido por la traición y la venganza, tenemos a un joven con una motivación difusa y un guion que no le permite brillar.
Los antagonistas, los emperadores, representan un punto débil. Sus acciones y diálogos buscan generar rechazo, pero caen en lo caricaturesco y exagerado, lo que los convierte en clichés más que en villanos temibles. Aunque Denzel Washington como Macrinus y Pedro Pascal destacan con sus actuaciones, ni siquiera ellos logran rescatar a la película de su destino.
La grandeza de “Gladiador” radicó en su capacidad de mezclar espectáculo con profundidad, tragedia personal con crítica social, a través de un protagonista que capturó al público desde el inicio. Esta secuela intenta replicar esa fórmula, pero fracasa en el intento, atrapada en su necesidad de parecerse demasiado a su predecesora. En su afán de ser más de lo que es, se queda en el cliché y en un espectáculo vacío, dejando al espectador con una sensación de déjà vu, sin el impacto emocional de la primera entrega. Ridley Scott nos recuerda que revivir los éxitos del pasado es una tarea peligrosa y que, a veces, es mejor dejar el coliseo en el recuerdo, intacto en su gloria.