Por Pedro Paunero

¿Es posible que un director comience su carrera en la cima y después todo le sea una continua cuesta abajo? Quienes conocen la obra de Orson Welles saben que así es. Pero Welles era una de esas excepciones del cine que demostraban que, aún en la más endeble de sus películas, podía encontrarse la impronta del genio.

Sucede con M. Night Shyamalan un caso sumamente triste, patético en realidad, el de un director que empieza con una película muy relevante, “El sexto sentido” (The Sixth Sense, 1999), que, salvando las distancias, ofrecía, parafraseando la novela de Henry James, “otra vuelta de tuerca” al horror y el suspenso en esa clase de cintas. En este título el suspenso, que avanzaba “in crescendo”, estallaba de repente, como una bomba de tiempo, en la cara del espectador, a diferencia de un Hitchcock en cuyas obras funcionaba como en un mecanismo de relojería, bien aceitado. Shyamalan, que en su momento pareció emular a Hitchcock, cameos incluidos, se adentró, pero ya daba muestras de ese inexorable rodar hacia abajo, en la trama utópica con “La aldea” (The Village, 2004), dio otro giro sorprendente a los juegos de rol con “La dama en el agua” (Lady in the Water, 2006), que le valió de muy poco, al ganar con esta el anti Óscar, un Premio Golden Raspberry (que cariñosamente conocemos como premios “Razzies”) a peor director. Después la ignominia: nominado a otro Razzie por “El fin de los tiempos” (The Happening, 2007), ese pálido reflejo de la novela “El día de los trífidos” (publicada en 1951) de John Wyndham; al poco tiempo se hacía con otro Razzie al peor director por “El último maestro del aire” (The Last Airbender, 2010), que los fans de la serie original “Avatar”, en la que se basaba, detestaron; pero con “Después de la Tierra” (After Earth, 2013), una verdadera bazofia de seudo ciencia ficción, pensábamos que había tocado fondo. La película es tan mala que el propio actor Will Smith, que la produjo para lucimiento de su hijo Jaden Smith, confesaría que había estado a punto de acabar con su carrera. Pero Shyamalan continúa en su labor de auto destrucción. Se remueve en el fondo más cenagoso y sigue salpicando fango. Se ha atrevido a presentar “Glass”, una especie de tercera parte de “El protegido” (Unbreakable, 2000), película en la que, a pesar de la luz roja que nos avisaba que algo andaba mal, daba con una solución bastante interesante, y en paralelo, a las tramas de súper héroes, historia que continuó con “Fragmentado” (Split, 2016), en la que descaraba sus intenciones (desvelando a otro súper villano), y precipitándose, definitivamente, en la mediocridad.        

Podemos aducir una serie de causas, sin caer en la fácil justificación, del por qué la película es fallida: que el mecanismo de sorpresa de la película de la que es continuación era, en realidad, el verdadero motivo que mantenía a flote aquella película y que, una vez que se revelaba como súper héroe al protagonista y, por lo tanto, a su opositor como un súper villano, no podía haber segundas y, por lo tanto, terceras partes. La sorpresa se había revelado, casi original, casi única en su momento, y por esto, endeble para dar lugar a continuaciones. ¿Cómo mantener el suspenso después de aquél golpe, que a la distancia descubrimos como simplemente efectista? También podríamos alegar que, después de “El protegido”, y debido al tsunami de películas actuales de súper héroes, ninguna película con una trama tan débil es capaz de superar esa fuerza de marea, ese imparable poderío, apoyado por un despliegue espectacular de efectos especiales y tramas cada vez más “maduras” (si nos es lícito decirlo en un género esencialmente adolescente), si no era a través de la parodia, la auto parodia y la inteligente auto referencia. Las corrientes del arte pop así lo demuestran: tras la inicial –e iniciática- obra de H. P. Lovecraft, el paroxismo del horror cedió a la sátira y la interminable ristra de imitaciones.

Pero Shyamalan no acaba de entenderlo. Se dirige decidido al suicidio profesional. Cada escena de “Glass” se descama en polvo de óxido, sus protagonistas avanzan en una trama cansina, agotados y envejecidos. Acaso la mejor crítica sea la de uno de sus propios carteles, obra maestra de la auto conmiseración, en la que vemos los rostros de los tres personajes, tras un vidrio quebrado. Parece que han caído sobre el cristal por el peso de su propia flojera y así lo han astillado. Y la película, con ese mismo cartel, revela, después de todo un don de profecía, aún antes de empezar: que se estrellará en mil pedazos. “El protegido” debió quedarse ahí, en el borde de lo ambiguo, haciéndonos suponer que David Dunn (Bruce Willis) podía ser –o no ser- un súper héroe.

¿Cómo es posible que un director comience su carrera en la cima y, poco después, toda su obra ruede cuesta abajo? Acaso podemos encontrar la respuesta en una carta que le escribiera el editor Pierre-Jules Hetzel a Julio Verne a fines de 1863. Verne está a comienzos de su carrera, que todos sabemos larga y prolífica. Ya ha publicado con Hetzel “Cinco semanas en globo”, novela que goza de un éxito inmediato, arrollador. Envía a su editor un manuscrito escrito con anterioridad. El editor lo lee y la respuesta no se hace esperar:

“Mi querido Verne: no sé qué daría por no tener que escribirle hoy. Ha emprendido usted una tarea imposible –y como ya les sucediera a quienes le precedieran en estas cosas- no ha logrado usted sacarla adelante. No le llega a la suela del zapato a “Cinco semanas en globo”. (…) Estoy desolado, desolado de lo que tengo que escribirle en esta ocasión: consideraría como un desastre para su buen nombre la publicación de su trabajo. Ello llevaría a pensar que el globo fue simple chiripa. Yo que tengo “El capitán Hatteras” sé que la chiripa es, por el contrario, esta cosa fracasada, pero el público, claro está, no se enterraría.”

Se trataba de “París en el Siglo Veinte”, manuscrito que, remitido otra vez a Verne, este guardó en un baúl para no volver a sacarlo a la luz, hasta su descubrimiento, irónicmente, a fines de aquel siglo, y su publicación póstuma en 1994.

Nadie duda que Julio Verne fue un Maestro. Un pionero. Uno de los padres de la ciencia ficción y su genio lució más allá de un simple tropezón autoral. No hubo “chiripas” en la obra de Verne. En cambio, también nos queda muy claro que “El sexto sentido” sí fue esa chiripa que se da, una sola vez, en la filmografía de los directores mediocres, en los que alguna vez creímos, pero se regodean fatalmente en el estrépito de su caída.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.