Por Pedro Paunero
Paula Maxa (1898-1970), nombre artístico de la actriz francesa nacida Marie-Thérèse Beau, goza de fama como la mujer “más asesinada del mundo”, a través de diez mil representaciones en el legendario Teatro del Gran Guiñol de París, donde actuó en los años gloriosos de aquél teatro de la sangre y la fisicidad quebrantada, y cuyo público fiel –entre los que se contaban representantes de las más altas casas nobles de Europa, que atisbaban, ocultos, desde detrás de discretas cortinas en sus palcos- la viera morir bajo sesenta formas distintas, entre las que se contaban la de haber sido empalada, envenenada, desmembrada, apuñalada, comida viva o destripada.
Varias han sido las películas que recogen no sólo las maneras del Gran Guiñol –su estética y argumentos- sino que aluden al mismo inmueble como escenario único, pero marginal, y por lo tanto extraordinario, en la historia del teatro, entre las que podemos citar “The Wizard of Gore” (Herschell Gordon Lewis, 1970), de la mano del padre del Cine Gore, en un título que, como sucede con el resto de la obra de Gordon Lewis, resulta tan cuestionable como digna de análisis, y en cuya trama un mago se encarga de cuestionar la realidad de lo escenificado mientras tortura y desmiembra mujeres en el escenario –cuyos efectos especiales no sólo resultan chocantes sino desfasados, y ya aparecían como baratos en la misma época en que la cinta se exhibió por vez primera-, en una suerte de ilusiones que, por supuesto, poco después de que sus voluntarias (provenientes del público) se retiraran a casa, aparecían muertas de la misma forma que en el acto del mago; “Theatre of Blood” (Douglas Hickox, 1973), en la cual Vincent Price comienza una venganza sangrienta en contra de todos los críticos que calificaran sus actuaciones teatrales de forma negativa –una advertencia para los críticos irredentos-, y “Sardu: The Incredible Torture Show” (aka. Sardu: BloodSucking Freaks; Joel M. Reed, 1976), en la que se repite la trama de venganza en contra de un crítico teatral, y lo representado en el escenario resulta en muertes reales sobre personas secuestradas y obligadas a la esclavitud sexual.
En la película “La mujer más asesinada del mundo” (“La Femme la plus assassinée du monde”, Frank Ribière, 2018), que Netflix alberga en su catálogo de películas, nos resulta emocionante encontrarnos con los personajes auténticos que habitaron y dieron vida al Teatro de Gran Guiñol, como la citada Paula Maxa, interpretada por Anna Mouglalis, el dramaturgo André de Lorde (Michel Fau), que escribiera las obras y a quien apodaran “el príncipe del terror”, o Alfred Binet, el psicólogo que desarrolló los test de inteligencia, y coautor y asesor de De Lorde, así como la recreación de la obra “Un Crime dans une Maison de Fous” (Un crimen en el manicomio), de la cual, incluso, vemos una copia de los –artísticos y hoy codiciados por los coleccionistas- carteles originales.
La película comienza con Sylviane (Vérane Frédiani), mujer mojigata que, en compañía de un grupo de personas de su mismo pensar, clama por el cierre del teatro y sus grotescas representaciones, a la par que, todas las noches, las filas para entrar resultan interminables, y el inmueble cierra con casa llena, mientras afuera, quienes no obtuvieron un asiento, tienen que resignarse a pegar la oreja a la pared, y contentarse con las descripciones que un narrador externo les va haciendo de lo que acontece adentro, mientras De Lorde y Binet conjuran para someter a Paula a los más extremos mentales, obligándole a actuar en una obra que recrearía la violación y asesinato de su hermana Aimeé (Maya Coline), en una playa de su adolescencia, a la vez que el mismísimo violador y asesino regresa para terminar lo interrumpido, muchos años antes.
En esta historia, en la que el guion mezcla hechos reales e históricos con una trama ficticia, el inventado personaje de Jean (Niels Schneider), reportero del “Petit Journal”, investiga una serie de crímenes –acuciado por su jefe, quien supone que cada noche se darán cita en el Gran Guiñol todos los asesinos, ladrones, viciosos y violadores de París, en una de esos cuestionamientos pioneros sobre la supuesta influencia, primero del teatro de la sangre y, después del cine de terror, policiaco y “gore”, sobre el espectador que “se entregaría al crimen de imitación” con tan solo abandonar el teatro-, tendrá oportunidad de enamorarse de Paula y soñar a su lado.
En un momento dado Paula y Jean acuden al cine, donde pasan “El Dr. X” (Dr. X, Michael Curtiz, 1932), en una época en la que Hollywood ya había copiado mucho de la estética del Gran Guiñol, y amenazaba con desfasarlo como a algo anticuado, ella le cuenta sobre su pasado, a la vez que ambos hacen planes para escapar a los Estados Unidos donde, quizá, ella pueda ingresar en Hollywood y dar un salto al estrellato. Reveladora sobre la fama de Paula, resulta dicha escena, en la cual una mujer –sentada detrás de su butaca- la reconoce, extrae unas tijeras de su bolso y le corta un mechón de cabello.
La última representación de Paula es una trampa para el espectador, basada, curiosamente, en la premisa que desarrolla la película “Sardu”, en la cual Paula sería “realmente” asesinada en el escenario y que el guion resuelve de manera un tanto ingeniosa –es decir, de forma granguiñolesca, rizando el rizo truculentamente, como debe ser en el Gran Guiñol- para darnos, después, un final feliz. El que la idea de escenificar asesinatos reales, como si fueran actuados, ante un público sorprendido –que cree ver una actuación sumamente realista- haya pasado del Gran Guiñol al cine gore y, de este a una película sobre el Teatro de Gran Guiñol, precisamente, aclara que las artes se retroalimentan mutuamente y los elementos originales, transmitidos como una influencia, pueden regresar a la fuente, renovándola.
Lo que falla, en este que bien pudo ser un magistral homenaje al Gran Guiñol –había ya un atisbo de gran homenaje en la escena de “el teatro de los vampiros”, de la película “Entrevista con el vampiro” (Interview with the Vampire, 1994) de Neil Jordan, adaptación extraordinaria de la novela de Anne Rice-, es que la historia se va arrastrando cansina, lenta, hasta pesada, y se decide por narrar algunas subtramas –la prostitución de una de las compañeras actrices de Paula- a las que se dedica demasiado tiempo, hasta tornarse aburrida, perdiendo con esto la oportunidad de profundizar en un personaje como Paula Maxa, y sus experiencias únicas como Dama de la Muerte en teatro de tan mayúscula importancia para la cultura popular, en pos de ese descafeinado romance con el reportero. Lo que pudo ser no sólo ese homenaje, sino una cinta que emulara las formas del Giallo italiano –género heredero del Gran Guiñol-, que podría haber contado mucho mejor esta historia –con ese asesino de vestimenta decimonónica, que bien puede ser Jack el Destripador o el Dr. Jekyll y Mr. Hyde-, termina como una película fallida.
En “La mujer más asesinada del mundo” tenemos, entonces, que todo se solucionará con un romance, boda y matrimonio, traicionando los principios del Gran Guiñol para resolverse en una de esas películas políticamente correctas de la plataforma que la exhibe, pero para la Paula de la vida real las cosas no resultaron tan felices –datos de los que se cuidan de poner, oportunamente, y por fortuna, en la película, antes de que pasen los títulos finales-, ya que, después de ser repudiada por su propia familia, el cadáver de Paula Maxa encontró un refugio final en la fosa común.
Bibliografía:
Paunero, Pedro. “La estética del Gran Guiñol”; en “Dos amantes furtivos, Cine y Teatro Mexicanos”, Coord. Hugo Lara Chávez. Paralelo 21. México. 2015.