Por Ali López
“La vida de Calabacín” (“Ma vie de Courgette”, Claude Barras | Suiza-Francia | 2016) es una película de Stop-motion con un diseño de personajes tiernos, humorísticos e infantiles; creados a partir de una paleta de colores sencilla y una dinámica con facciones similares a las de los dibujos y creaciones de la niñez. Todo puede indicar que esta cinta es una película para niños y niñas, y hay pocas cosas que nos hacen pensar que no lo sea. Pero la crudeza temática de la trama, nos lleva a un terreno áspero, donde la aparente inocencia se vuelca en un argumento social que, sin ser gráfico, y mucho menos pretencioso, denuncia y crítica las problemáticas de la infancia y vida moderna.
“La vida de Calabacín” comienza con el abandono. Una familia rota donde el padre se ha vuelto fantasía, y la madre victimaria a la vez que víctima. En el laberinto alcohólico en el que Calabacín habita (pues aunque no consuma alcohol, la relación de la bebida con su madre termina por afectarle), no hay más salida que asesinar al minotauro. La bestia se enfurece, pero la inocencia es la que muere. El distanciamiento que hay entre la infancia y la muerte se acorta de golpe, y el efecto psicológico de esto provoca el abandono de la inocencia; Calabacín crece de golpe.
La absorción de la identidad adulta la podemos ver en Simón, uno de los niños que Calabacín conoce en el orfanato. Simón es el líder de la pandilla, pero la dureza que aparenta no es más que la coraza protectora ante la crueldad del mundo externo. Esto podría resultar obvio, pero la importancia radica en que esa protección no es personal. Simón entiende que sus compañeros necesitan cuidado y cariño; algo que sólo con su inteligencia desfachatada logra. La inocencia se vuelta en prepotencia, pero también en audacia, Simón entiende que los inocentes pierden, pues la mentira prevalece. Y él, inteligente como pocos, deja atrás la ingenuidad para ir siempre un paso adelante.
La inocencia vive en la fantasía, en todos los niños que habitan el orfanato, y que de una u otra manera siguen alimentando sus esperanzas. Pero el sueño se acaba a cada rato, pues los golpes de realidad llegan sin previo aviso. Aunque han encontrado familia en ellos mismos, siempre hay un ancla que los inmoviliza y les recuerda lo que han dejado. Así, la cinta es un vaivén de emociones, donde la infancia brota en un humor tierno pero la realidad aparece tras cada risa. Temáticas dolosas como la migración, el abuso y la falta de sociedad deambulan entre el colorido de los crayones infantiles.
“Ma vie de Courgette” no es una cinta fácil, ni de verse, y mucho menos de digerirse. Es fuerte y poderosa; impacta de inmediato y no lo deja a uno despabilarse. Pero por más que suene cruel, no debe evitarse. Es una cinta infantil con temas maduros, y deben ser vistos, conocidos y analizados por el más grande y el más chico. No es un cuento de hadas, y mucho menos un panfleto de denuncia, es la transformación de una cultura que no puede más con sus problemas; que ha perdido la inocencia e intenta, de cualquier manera, recobrar aquello que hace falta.