Por Jessica Oliva
@Pennyoliva

Ya lo dijo anteriormente la directora veracruzana Claudia Sainte-Luce: “Los insólitos peces gato” (2013), su ópera prima, es una historia sobre la cobranza de existencia, ésa que sólo sucede gracias a la mirada y la compañía del otro. Claudia, su protagonista, interpretada por la actriz Ximena Ayala, se nos aparece en un inicio como un fantasma urbano, que deambula en silencio por sus grises veintitantos… hasta que adopta a una familia.

El filme, ubicado en Guadalajara, hace un dulce homenaje a la experiencia emocional real que Sainte-Luce compartió con una peculiar familia, la cual, sin saberlo, se convirtió en la suya. Se trata de un ejercicio personal que, sobre todo, busca sumergirnos en los coloridos, conmovedores y amablemente “disfuncionales” matices de una colectividad, más que ofrecernos un desarrollo individual y exhaustivo de sus personajes. Con un tono sentimental pero controlado, la realizadora nos revela desde la comedia la calidez de un hogar monoparental que debe enfrentarse a la fatalidad, pero que aun así se las arregla para arrancarle cotidianidad a la vida diaria.  Y es en este universo familiar herido de muerte, en el que Claudia encuentra un lugar en donde —realmente—existir.

Inexplicablemente solitaria y sin lazo aparente con algún otro ser humano, la heroína nos regala diez minutos iniciales carentes de diálogo. La cándida cámara de la cinefotógrafa francesa Agnés Godard (“Beau Travail”, Claire Denis, 1999) —famosa por su versatilidad para retratar tanto paisajes en amplios planos, como rostros en íntimos acercamientos— la mira en solitario, retorcerse de dolor y, después, despertar en el hospital tras una operación de apéndice. A lo largo de la trama, Claudia se mantiene como un misterio que se revela a cuentagotas, pero es sólo hasta que conoce a Martha (una brillante Lisa Owen), su vecina de camilla, que comenzamos a escucharla y a descubrirla (aunque no todo lo que nos gustaría).

Unas “Ruffles” de queso y una carita feliz en un dedo rompen el hielo entre la taciturna protagonista y la vida caóticamente doméstica de esta madre de cuatro hijos (de padres distintos), cuyo espíritu hospitalario parece inmune al VIH que deteriora poco a poco su organismo. Claudia es entonces absorbida por la fuerza de gravedad de este clan y a partir de ahí, Sainte-Luce mezcla la realidad de su propia experiencia con la imaginación. El lente de Godard entra a este hogar sólo cuando Claudia está ahí, ayudando a las tareas diarias, llevando a los hermanos pequeños a la escuela y aconsejándolos sobre el arte de besar. Pero no lo hace como un ojo voyerista o intrusivo, sino como una cámara que pretende crear un lazo de afecto entre espectadores, con sus close ups a unas manos que se estrechan, a unos cuerpos que hablan en confidencia a media luz.

Y como icono de lo pintoresco está el “vochito” amarillo en el que se desplazan, que recuerda a aquella combi sin clutch de “Pequeña Miss Sunshine”

Mientras el drama emana de la enfermedad de Martha y la constante sensación de que se nos escapa de las manos, el humor se encuentra tejido en el ambiente, bien balanceado para provocar, más que carcajadas, unas sonrisas cómplices, pues está fincado principalmente en los pequeños detalles circunstanciales que hacen a esta familia tan pícara y poco convencional como cualquier “convencional” familia mexicana.  Y como icono de lo pintoresco está el “vochito” amarillo en el que se desplazan, que recuerda a aquella combi sin clutch de “Pequeña Miss Sunshine” (“Little Miss Sunshine”, Jonathan Dayton, 2006), y que al igual que ésta pertenece a una familia medio rota, que en el fondo sabe que debe estar unida no sólo por lazos de sangre. Martha y sus hijos, ahora completos por la presencia de Claudia, también emprenden ese roadtrip que logra sentirse al mismo tiempo como el primero y el último.

“Los insólitos peces gato” hace justicia a una pequeña historia de amor, que explora la posibilidad de hermanar extraños y verse en ellos, en una época llena de paranoia, desconfianza e indiferencia citadina.  Es resultado de un guión bien encauzado, trasladado a imágenes por la empática y luminosa fotografía de Godard y apoyado por la música de “Madame Recamier”.  Mucho del sentimiento que despierta dentro del espectador es el resultado de saber que se trata de un relato basado en la vida real (Wendy Guillén, hija real de Martha, se interpreta así misma dentro del largometraje), pero, incluso sin saberlo, logra dejar un sabor dulce en el paladar y una que otra lágrima en la cara de los más sensibles.


Dirección: Claudia Sainte-Luce Guión: Claudia Sainte-Luce Pais: México Producción: Geminiano Pineda Compañía Productora: Cine Caníbal, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (foprocine), Jaqueca Films Fotografía: Afc, Agnès Godard Edición: Santiago Ricci Sonido: Frédéric Le Louet, Vincent Arnardi Música: Madame Recamier Dirección de arte: Bárbara Enríquez Reparto: Alejandro Ramírez Muñoz, Andrea Baeza, Lisa Owen, Sonia Franco, Wendy Guillén, Ximena Ayala