Por Manuel Cruz
He de compartir una anécdota antes de iniciar el texto: La verosimilitud es un concepto que se ha repetido mil y un veces en la escuela de escritores a la que asisto, especialmente en las clases de narrativa y trato. Por verosimilitud, además de una palabra entretenida para deletrear, se entiende lo “Que parece verdadero o que es creíble” Desde un ángulo creativo, se nos ha enseñado que la realización de este efecto requiere mucha precisión para contar una historia, premeditación en la lógica de todos los ángulos que la conforman y, sobre todo, no dejar cabos sueltos. De otra forma, la audiencia simplemente no se lo va a creer, como bien deberían no hacerlo.
Viendo “Mi amiga Bety”, primer documental de Diana Garay, lo menos creíble de toda la historia es su espantosa y concreta realidad: ¿cómo es posible que esto no sea una mentira? ¿Una secuencia de eventos sin ninguna conexión, desde el racionamiento avanzando hasta simple sentido común? Como decía George Carlin (que de vivir aún podría haber hecho un buen set con la premisa de esta cinta)
“¿Por qué, por qué, por qué, por qué?”
¿Por qué Bety, amiga de la realizadora desde primaria, está en una prisión por los siguientes 30 años de su vida? ¿Por qué el asesinato a su madre, un crimen en el que ella declara ser víctima en completo detalle, es aún algo por lo que se le inculpa? En varias escenas, uno de los abogados encargados del caso señala que “las declaraciones iniciales de la señora Bety a los oficiales en la escena del crimen – mismos que nunca la dejaron salir o comunicarse con alguien más durante horas de interrogación – están llenas de contradicciones. También hay que tomar en cuenta que ella solo tenía 18 años” ¡Claro! ¡El shock y el estrés post-traumático es algo que sólo ocurre en los jóvenes! ¡Estoy seguro que si pasáramos a este abogado por una situación así, daría una cuenta lúcida y preparada, porque el asesinato es forzosamente el momento de mayor claridad en la vida de un ser humano! A fin de cuentas, la psicología sólo es una ciencia para adolescentes, ¿no?
¿Por qué sucede que la historia de Bety, tal como la relata en numerosas entrevistas a Diana, acompañada de testimonios de sus compañeros de generación y toneladas de evidencia circunstancial, es la más creíble y al mismo tiempo la menos alejada de la realidad? ¿Por qué existe un país que arma casos legales basándose en la ausencia de una investigación policial, intervención civil, y manipulación de las personas para conseguir lo que a ellos les interesa, y no más? ¿Por qué se dan a conocer estos cuestionamientos únicamente en el cine, y no en las dos enormes cadenas de televisión que parecen controlar a todos los medios de prensa y noticias de este país? ¿Por qué, hay gente tan estúpida en posiciones de tan alto poder? ¿Por qué Bety corre el mismo destino que tú o yo, o cualquier persona que pase de ser víctima a culpable en menos de 3 meses?
¿Y por qué, por qué TODO ESTO ES REAL?
“Mi amiga Bety” pertenece a una serie de documentales mexicanos (“Presunto Culpable” y “Bajo Juárez” son ejemplos próximos) que se han dado a la tarea de contar lo que la prensa no dirá —o al menos, no con tanta claridad—
Está es una película para admirar y enfurecerse al mismo tiempo, porque la fuerza narrativa que tiene responde a la lógica: la simple argumentación sobre un tema, apoyada en mucha evidencia mal vista o sencillamente ignorada. Jamás endulza la situación de una persona cuya futuro es altamente incierto. ¿Por qué una apelación de reducir una sentencia de 15 años se convierte en una de 30? Quizá me acabe riendo tras golpear mi cabeza contra la pared mil veces por todas estas preguntas, aunque es muy poco probable. Sólo habría querido que Diana Garay tomará inspiración de Jeremy Paxman o Tim Sebastian para realmente incidir en estas dudas, especialmente desde el ángulo legal del caso. Luego entonces, ¿de que serviría decir por qué en México? Ciertamente razonar no te dejará fuera de la cárcel aquí (¿a quién se le ocurre tal cosa) como le sucedió a Bety, y miles de personas más. Lo que resta es conocer y, con suerte, empezarse a preguntar todo, tras ver una de las películas más fuertes y quirúrgicas —pero también mejores— del año.
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