Por Pedro Paunero

Durante la madrugada de un día que prometía ser común, la policía irrumpió mediante la fuerza -destrozando la puerta en el proceso-, en la casa de los Miller, en un barrio de clase media, situado en un pueblo al norte de Inglaterra. La familia, compuesta por los padres, Eddie (Stephen Graham, co-creador de la serie, junto con Jack Thorne), la madre, Manda (Christine Tremarco) y dos hijos, una chica de nombre Lisa (Amelie Pease) y un chico de trece años, de nombre Jamie (Owen Cooper), cayeron presa del pánico. El chico, al cual el estado le proveyó un tutor adulto temporal, fue llevado, envuelto en llanto, a la estación de policía, donde se le tomaron, un tanto amablemente, sus señas particulares. La familia Miller, que aún no comprendía en absoluto lo que estaba sucediendo, no pudo pagar un abogado, razón por la cual se le asignó a Jamie un abogado de oficio. Después de las declaraciones y los consejos legales, el policía Bascombe (Ashley Walters), encargado de la detención, les hizo ver al padre, al abogado y a Jamie, un vídeo en el cual se observaba perfectamente que el muchacho atacaba a una compañera, quien respondiera al nombre de Katie, muerta durante el ataque. Jamie, por lo tanto, había resultado el principal sospechoso del asesinato.

El primer episodio de “Adolescencia” (Philip Barantini, 2025), está dedicado a exponer los hechos y situarnos en el contexto de un drama familiar y social que, poco a poco, va escalando en cuanto a suspenso, angustia e impacto psicológico.

Durante su recorrido por la escuela en busca de indicios y con miras a interrogar a los testigos y compañeros de Jamie, Bascombe y su socia, la detective sargento Misha Frank (Faye Marsay), descubren un universo cerrado, caótico, en el cual a los alumnos poco les importa su educación y, a los profesores, poco les importa enseñar. Más interesados en las redes sociales, los alumnos se distraen con vídeos en sus teléfonos celulares, mientras los profesores les pasan vídeos educativos, en lugar de dedicarse a aplicar con un método probado. La frase que expresa la detective Frank es sintomática de la institución como un algo fallido que concierne a toda la sociedad: “Las escuelas apestan a vómito y masturbación”. Frank, el hijo de Bascombe inscrito en dicha institución, llama aparte a su padre, por parecerle patéticamente perdido ante las evidencias que, no obstante estar claras, no tiene modo de interpretar. Frank le indica que Katie, a través de Instagram, había usado una serie de emojis para burlarse de Jamie, a quien sus compañeros de clase habrían tildado de “Incel”. El caso da un viraje inesperado hacia el bullying y el acoso escolar, como motivo aparente.

El segundo episodio nos revela la situación actual de muchas escuelas, a nivel mundial, donde predomina la apatía -por parte del alumnado y profesorado-, la prevalencia de la comunicación vía redes sociales, la atracción de estas por encima del conocimiento como fuente de diversión carente de regulaciones y, sobre todo, de un lenguaje adolescente que marca profundamente la brecha generacional como nunca antes (Frank mostrándole el significado del color de cada emoji en Instagram a su padre). La escuela, propone “Adolescencia”, es un sitio donde se transfiere y aprende lo equívoco, o no se aprende nada en absoluto, un emblema pestífero del fracaso de la sociedad en su conjunto para con la juventud.

En el Centro de Entrenamiento, Jamie es entrevistado por Briony Ariston (Erin Doherty), la psicóloga clínica que le es asignada a su caso. El cambio que, tras cada pregunta, Jamie experimenta, lo somete a una montaña rusa emocional de la cual Briony, cuando el muchacho es retirado de la sala, queda tan afectada que se levanta, a punto de vomitar, sobre la mesa de la sala, antes de retirarse.   

El tercer episodio nos ofrece una visión desolada del solipsismo y de la incapacidad, profesional incluso, no ya de aprehender sino de acercarse, aunque sea mínimamente, a la psique confusa y confundida del “ser” adolescente.

Algunos meses después, durante el cumpleaños de Eddie Miller, mientras se preparan para celebrar en el cine o preparando alguna comida especial, Lisa llama a su padre. Alguien ha hecho una pinta con aerosol en la camioneta familiar, tildándolo de “pidófilo”, con errores ortográficos. La familia intenta seguir un ritmo cotidiano normal, pero se ve afectada no sólo por la sombra del crimen, sino por el acoso de los vecinos que tampoco comprenden, ni les importa, el doloroso proceso por el cual pasa la familia Miller.  

El cuarto episodio se nos devuelve como un espejo de toda familia afectada por los hechos de violencia que no sólo perturban toda sociedad, sino que la ponen a prueba. Acompañamos como espectadores a sus intentos de salir de compras, para adquirir pintura que cubra la pinta, a sus también conmovedores intentos por celebrar la fecha especial del cumpleaños, Lisa poniéndose sus mejores ropas, o Manda cocinando. Pero una llamada inesperada de parte de Jamie, llevará al punto de quiebre a la familia. Eddie, en una ultima escena, abrazando las ropas de su hijo, le pedirá perdón por haber fracasado como padre.  

“Adolescencia” sorprende no sólo por su trama perturbadora, sino por la técnica con la cual se nos narra dicha historia. Barantini, su director, ha optado, de manera sumamente inteligente, por rodar cada episodio en una sola toma, en tiempo real y asistimos, lado a lado de cada personaje, a su drama, su confusión y su quiebre emocional. Caminamos o corremos con los policías, persiguiendo al chico que huye por la ventana -como la mítica cámara de Orson Welles en “Citizen Kane” (1941), que ya escapara en fluidez estética a través de una ventana, hacia la nieve de fuera de una cabaña-, miramos azorados la golpiza que la amiga de Katie le propina a un compañero, culpándolo de su muerte, tomamos asiento al lado del acusado, viajamos dentro de la camioneta familiar y sentimos el ímpetu de consolar al padre -dándole unos golpes afectuosos con la mano sobre la espalda- cuando este se quiebra en llanto, sobre la cama de su hijo.

Impactante y efectiva, “Adolescencia” nos remite al “Elefante” (Elephant, 2003) de Gus Van Sant, debido a la técnica brillantemente utilizada -tiempo real, plano secuencias y travellings, amén de su argumento delicuencial y juvenil-, pero la mayor parte del tiempo, aún con su acercamiento -literal- a los personajes a los cuales acompañamos, nos los devuelve finalmente elusivos en su enigmático devenir humano. Todos los implicados, directa e indirectamente, en el trágico evento, nos son alejados sucesivamente -la pinta en la camioneta, acusando al padre de Jamie de pedofilia por algún vecino, por ejemplo- en cuanto a razones absolutas, en cuanto a la dilucidación de sus conductas. La mayor parte de los personajes, en última instancia, presentan un grado de inmadurez tan adolescente como el de Jamie, y se desenvuelven en su cotidianidad incapaces de manejar sentimientos, afectos y expresiones (la sargento Frank, cuando expresa que “todas las escuelas apestan a masturbación”, por ejemplo), victimas ellos mismos de su hastío existencial.

“Adolescencia” no intenta, ni desea, profundizar en los motivos del crimen o en el actuar de los personajes. Simplemente nos los expone, lo cual resulta más inquietante, como si asistiéramos a cualquier drama cotidiano al doblar la esquina. Percibimos el dolor, pero igualmente nos es ajeno en un efecto de distanciamiento catártico que obliga a la reflexión. Jamás el título de una serie había sido tan corto y lúcido, para una historia que retrata la infantilización de una sociedad mundial de la cual todos formamos parte.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.