Por Pedro Paunero
Lucy Carlyle (Ruby Stokes), poseía un don muy especial: podía hablar con los muertos. Tras un acontecimiento apocalíptico denominado como “el Problema”, por el cual los fantasmas, denominados como los “Visitantes”, infectaran Gran Bretaña, se decretaron toques de queda nocturnos, mientras las muertes aumentaban, debido a que el contacto de un visitante resultaba mortal. Se crearon las “Agencias de Investigación y Control Psíquico” para luchar contra los “Visitantes”, unidos irremisiblemente a una “fuente”, el objeto que los encadenaba al mundo material. Los adolescentes eran especialmente propensos a ver, escuchar y hacer frente a estas entidades, por lo cual las agencias estaban conformadas por chicos de ambos sexos, cuidadosamente elegidos. El hierro -con el que se fabricaban espadas y cadenas-, la plata -para hilar redes-, y la sal, eran elementos que fungían como armas defensivas. Pero también había monopolios, como la Agencia Fittes, para la cual los dotados no eran otra cosa que números, la cual englobaba, a la vez, a una serie de agencias más pequeñas, que adiestraban y empleaban a los elegidos. Y es precisamente ahí donde Lucy, tras ser aceptada -prácticamente abandonada por su materialista madre-, descubrió el egoísmo que envolvía a dichas instituciones, a través de la Agencia Jacobs, donde aprendió un par de cosas útiles en la lucha contra los Visitantes, y la decepción que un adulto podía infligir en su impresionable carácter. Así, después de un evento en el cual su equipo fuera cruelmente abandonado a su suerte, y en que perdiera a su mejor amiga, de nombre Norrie (Lily Newmark), escapó a Londres, donde dio con la Agencia Lockwood -que se anunciaba en el aviso de ocasión del periódico-, una agencia independiente y bastante sui generis, formada por el sensato -y genial-, Anthony Lockwood (Cameron Chapman) y George (Ali Hadji-Heshmati), un nerd de lo paranormal.
El problema con la Agencia Lockwood era que nadie la tomaba en serio, y actuaba fuera de toda jurisdicción. A pesar de todo, sería esta, y no otra agencia más grande o importante, la que llevaría a Lucy a descubrir todo su potencial, así como el valor de la amistad, la confianza en uno mismo, y hasta el amor. Y si todo esto suena a fórmula trillada es que, en efecto, la trama recoge el formato ya probado, y efectivo, de los Bestsellers, origen de su historia.
Dirigida por Joe Cornish, el director de la película de culto juvenil “Ataque extraterrestre” (Attack the Block, 2011) (1), la serie adapta los libros dedicados a “Lockwood & Co.”, escritos por Jonathan Stroud, y dirigidos, igualmente, a un público lector adolescente. A través de ocho capítulos, la primera temporada nos presenta a los tres integrantes de la dichosa agencia, mientras resuelven algunos casos con tintes macabros, se nos revela que los fantasmas obedecen a tres tipos, al cual más poderoso -y peligroso-, y que Lucy resulta ser el segundo ser humano con el don de hablar con los muertos, detrás de Marissa Fitte, la creadora de la mejor agencia de todas, que las espadas, esgrimidas contra una aparición fantasmal, son capaces de disgregarlos en la atmósfera, y que el cráneo que flota en un frasco, robado previamente por George de un caso anterior, posee la clave suprema, que sólo le será revelada a Lucy.
Mercenarios, agentes encubiertos, traidores, agencias rivales, chicos que van por la calle con los uniformes de sus propias agencias y espada al cinto, espejos [de huesos] mágicos, que recuerdan al del ocultista John Dee, y una cierta tensión sexual entre Lucy y Lockwood, completan un mundo -en pantalla-, que toma elementos de los libros “Los visitantes”, “La escalera que grita” o “La calavera susurrante”, en un batiburrillo repleto de altibajos, mostrado a través de capítulos desiguales, ralentizados o acelerados, mientras la indecisa Lucy amenaza, todo el tiempo, con abandonar la agencia.
No es sino hacia el capítulo seis que la serie despega, dejándonos con la sensación de que, toda esta tomadura de pelo, ya fue mejor resuelta -con mayor dosis de diversión-, hace casi cuarenta años en una sola película, de apenas dos horas de duración, “Los cazafantasmas” (Ghostbusters, Ivan Reitman, 1984) (2) de la cual, evidentemente, “Agencia Lockwood”, resulta un producto bastardo y mal anudado.
Para saber más:
(2) Los Cazafantasmas: Tecnología para lo sobrenatural. Por Pedro Paunero.