Por Pedro Paunero
“Se dice que, si regresa sin su cabello largo, todos deberían temer por sus vidas”
“Cowboy de Copenhague”
Siempre he considerado a Nicolas Winding Refn -NWR, para quienes formamos parte de su culto-, como un David Lynch popero, que ha tomado la estética de su maestro para devolverla -pasada por el tamiz de su propio ego, y sus propios descubrimientos-, a través de filmes donde la forma -visualmente impactante, de atmósferas iluminadas de neón, frías y separadoras-, prima sobre el contenido -la historia, siempre efectista y hasta trivial-, que se permite, sin embargo, súbitos estallidos de violencia, mismos que, a veces -señalemos-, no pasan de simples petardos quebrantando la nocturnidad urbana, otras, en cambio, en recriminadoras situaciones que, hurgando profundamente en la podrida herida abierta del mundo, señalan un crimen, o una situación, de la cual las víctimas son alejadas de la posibilidad de redención.
La andrógina Miu (Angela Bundalovic), de origen desconocido, pequeña y esmirriada, es comprada por la serbia Rosella (Dragana Milutinovic), cuya familia, afincada en Dinamarca, trafica con mujeres de Europa del Este, enganchadas con la promesa de una vida glamurosa en el mundo de la moda -cuyos bajos fondos, ya explorara NWR en la salvaje “Demonio Neón” (Demon Neon, 2016)-, en cuyo burdel se la considera un “amuleto” viviente, que tanto puede traer buena suerte, como destruir. Así es como vemos a Rosella, en una escena inicial, cortándole mechones del cabello, para repartirlos como reliquias sagradas o de buena fortuna.
Miu escapa de la casa de Rosella, sólo para caer en manos de la mafia china, con la bien intencionada “Madre Hulda” (Li li Zhang, y el capo Señor Chiang (interpretado por el debutante de actor, el boxeador tailandés Jason Hendil-Forssel), que padece migrañas agudas que sólo Miu, con el simple tacto, puede aliviar, para finalizar como “dealer” callejera, con los albanos.
La serie, repleta de símbolos e indicios, a veces demasiado obvios -y ridículos-, como el de Sven (Per Thiim Thim), esposo de Rosella, que chilla como cerdo cuando Andrej (Ramadan Huseini), hermano de esta, lo golpea por haber violado -sin su consentimiento-, a una de “sus chicas”, o la confesión que Miu hace, casi descuidadamente, de haber sido secuestrada, cuando niña, por extraterrestres, parecen pistas dejadas a propósito -como piedras del camino, para formar lo que pareciera un intrincado, pero equívoco, mosaico-, y que no son sino parte del juego en el que, NWR, se pitorrea benignamente del espectador.
Aunque se arrastra en algunos tramos, “Cowboy de Copenhague” (Copenhagen Cowboy, 2023) es, esencialmente, otro trabajo de estilo de NWR, pura imagen, puro movimiento rotatorio de cámara -sello característico del cine del matrimonio conformado por los marginales Danièle Huillet y Jean-Marie Straub-, puro diálogo señalando posibilidades abyectas, una pura explosión de fuego y sangre. Y luego, nada. O eso pareciera.
Es, pues, en otro aspecto por el cual guardo respeto, y atención, desde hace tiempo, a este indudable autor, el de mantener un portal -gratuito, pues considera que la cultura debe ser accesible a todos- en línea, en el que alberga películas abismales, que él mismo compra y envía a restaurar, a cuya colección le dediqué toda una serie de ensayos -“Blanco, negro y mugriento, las películas perdidas y restauradas por Nicolas Winding Refn”-, para CorreCamara.com.mx.
“Cowboy de Copenhague” no es de lo mejor en el haber de NWR -esto ya lo alcanzó con la trepidante “Drive” del año 2011-, con ese final abierto y evasivo, que me recuerda ciertas escenas del cine de Jean Rollin -a cuya obra, en casi su totalidad, por cierto, también le dediqué un ensayo-, y esa reiterativa pasión falolátrica canibalizante que, empero, no conduce a una solidaridad femenina, ya que muchas veces, como en este caso, y en la citada “Demon Neon”, sus personajes femeninos terminan por destrozarse, y engullirse -sí, una vez más canibalizarse-, unos con otros, pero las cimas, momentáneas, eso sí, a las que llega, con su estética tanto feísta como deslumbradora y la música electrónica, envolvente, del recurrente Cliff Martinez, compensan la banalidad de un cine que, comenzando con el Neo Noir más hipermoderno, se ha ido deslizando, ahora mismo, hacia el New Weird más psicogénico.
En “Cowboy de Copenhague” -al contrario de lo que pasara con la pareja perdida de “Vaquero de medianoche” (Midnight Cowboy, John Slesinger, 1969)-, el proxenetismo, la trata de personas y la nueva esclavitud humana, capaces de acabar con cualquier sueño de mejora en el seno de lo urbano, se da la mano con la fantasía sobrenatural -o extraterrestre-, de un China Miéville.
NWR, con este trabajo, parece encaminarse hacia un nuevo rumbo, donde símbolo y extrañeza -típicos del New Weird-, permean la vulgar crudeza de sus anteriores películas.
Veremos a qué puertos nos conduce.
Para saber más:
“Blanco, negro y mugriento. Las películas perdidas y restauradas por Nicolas Winding Refn”, por Pedro Paunero.
“Trece películas para la Noche de Brujas 2018: Sangre y erotismo: el cine de Jean Rollin” por Pedro Paunero.
Música de “Cowboy de Copenhague” en el portal “ByNWR”: