Por Hugo Lara Chávez

“No nos vayamos a los perros esta noche” (“Don’t Let’s Go to the Dogs Tonight”, 2024) es una película que tiene mucho para comentar. En su debut como directora, la actriz Embeth Davidtz —que ha hecho papeles en cintas como La lista de Schindler, entre otras—, es también autora del guion basado en el libro de memorias de Alexandra Fuller (a quien vemos en fotografías durante la secuencia final de los créditos), y que gira en torno a una pequeña niña llamada Bobo, de apenas siete años, quien observa con asombro cómo se derrumba el mundo de sus padres en medio de una radical transformación social.

Situada en Rodesia en 1980 –lo que ahora es ZImbabue, en la parte sur del continente Africano—, la película nos introduce con una familia blanca en los últimos días en que sobrevive el régimen de la antigua colonia británica, en medio de una guerra y elecciones que determinan el futuro de ese país con el triunfo de Robert Mugabe, el líder negro que consolidó su independencia. Bobo (Lexi Venter), su hermana Vanessa (Anina Reed) y sus padres, Nicola (Davidtz) y Tim (Rob van Vuuren), viven en el rancho de su propiedad, en medio del campo. Desde el inicio se nota que están acostumbrados a vivir en el mundo rural, con alimañas al acecho a las que matan con sangre fría —la madre, incluso, usa su fusil de asalto para eliminar una culebra. Bobo sirve de guía al espectador para escrutar al interior de esa familia, con un padre que es soldado, su madre policía, y su hermana adolescente. Bobo convive además con los trabajadores de la finca: africanos negros, con quienes llevan un trato frío y de desconfianza mutua. Con el recurso de la voz en off, Bobo también habla del pánico a los terroristas, los disidentes que están buscando cambiar el orden de las cosas en un país cuya mayoría negra intenta quitarse el dominio de la gente blanca, como son ellos.

El filme tiene el acierto de tomar como punto de vista el de la pequeña Bobo, consiguiendo lo más difícil: darle credibilidad en el tono y la forma al relato, cargado de inocencia, humor y ternura, pero con cierta acidez. Magníficamente interpretada por Lexi Venter, Bobo como narradora es un personaje encantador, que no tiene plena conciencia de lo que ocurre alrededor suyo y pregunta o dice cosas sin filtro ante los demás. En contraste, su madre Nicola —encarnada por la misma directora de forma sobresaliente—  es una mujer madura de carácter fuerte, capaz de manejar el rancho ella sola –su marido se ausenta por las misiones militares— y enfrentarse a cada eventualidad, manejar a los trabajadores y resolver los problemas cotidianos. Sin ser ricos, la vida de ellos es algo sórdida y salvaje: Bobo tiene siempre un aspecto desaliñado, sucio y silvestre, mientras que los adultos beben alcohol y fuman sin freno ante los menores, incluso con su grupo de amistades, otras parejas de gente blanca de su edad y categoría, con niños y adolescentes que parecen a la deriva. Renglón aparte, es el vínculo que Bobo tiene con la gente negra, en especial, el gran afecto con Sarah (ZIkhona Bali), su empleada doméstica, con quien establece una relación profunda.

La realización en manos de Davidtz es muy lograda gracias al guion bien articulado, a las sólidas actuaciones y a la estética que adopta, con una textura y ambientación que remite a los años 80 con evocaciones de documental, que nos muestra el paisaje africano con realismo: su gente, las calles de sus ciudades, sus caminos rurales y su miseria. Pero además nos deja asomarnos a la idiosincrasia de su gente o, al menos, de la gente blanca nacida allí, con su racismo y su dolor cuestionado ante el hecho de perder los privilegios del colonialismo. La directora deja un gran sabor de boca en su ópera prima, bien apoyada por su crew, en especial por la fotografía de Willie Nel, la edición de Nicholas Costaras, el diseño de producción de Anneke Dempsey y una potente banda sonora con temas musicales de la época.

Con recursos bien aprovechados sin ser los de una superproducción, el filme conforma un retrato emotivo y sincero sobre esa época de cambio en Zimbabue desde el punto de vista de la comunidad blanca, gente nacida en ese país, africanos por derecho pero que eran parte del colonialismo que sumió en la miseria a la mayoría negra. En el contexto del relato, está planteado el conflicto en torno a la posesión de las tierras agrícolas, como sucedió en la realidad, que estaba en poder de la minoría blanca en detrimento de la mayoría negra. Ese sentir, en la perspectiva que se maneja en la película, resulta lo más valioso, puesto que logra un equilibro ante el difícil reto que era manejar esta trama a riesgo de considerarse en favor de la supremacía blanca, como lo pregunta con toda la inocencia en algún momento Bobo a sus padres y abuelos: ¿somos racistas?

Buen debut de la actriz y directora Embeth Davidtz, que muestra dotes para aproximarse con sensibilidad e inteligencia a temas duros y controversiales.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.