Por Jean-Pierre Garcia
Paolo Sorrentino vuelve a Cannes con “Parthenope” (2024), una película esperada con ansias por sus seguidores. ¿Qué nos trae “Parthenope”? Su reciente obra nos invita a soñar.
En un pueblo cercano al mar, las majestuosas casas aristocráticas se mezclan con los humildes barrios de pescadores. El abuelo, dueño de una de estas casas, acaba de comprar una carroza del reino francés de Luis XIV. Su hija, a punto de dar a luz, se dirige a la costa y da a luz a su hija en el mar. Así, las leyendas griegas y el pasado mitológico de la ciudad de Nápoles protegen a Parthenope, la recién nacida, surgida del Mediterráneo.
Todos sabemos que se trata de una chica excepcional: una sirena, una persona muy hermosa que seguiremos a lo largo de su vida. Una vida ligada a Nápoles, a sus pequeños puertos y playas. Desde los años cincuenta hasta el dos mil, se hablará aquí de amor y muerte, de felicidad y esperanzas, de relaciones turbias entre hermanos y hermanas, de amores juveniles y pasiones de ancianos, de estudiantes y profesores, de curas y obispos con amores prohibidos.
Estos detalles contextualizan esta película: un retrato colorido en periódicos que venden sueños, como lo hacen “Vanity Fair” o “Gala”. Muchos tendrán la suerte de viajar a estas maravillosas costas del Mediterráneo, a sus pequeños puertos ahora invadidos por turistas, a estas identidades cuyas pasiones se cocinaron en los templos de la industria del cine. En Hollywood y no en Cinecittà. Es una Italia soñada, una Italia ya desaparecida pero mostrada como un pastel con muchísima azúcar y colores artificiales.
Así, una vez entendido que los actores son muy lindos y exquisitos en su brillante juventud y que el mar es eterno, uno puede aburrirse en un melodrama bien pesado y muy artificial. Gracias, ¡no!