Por Manuel Cruz

“Pasión Inocente” coloca en duda el prejuicio de la repetición, un fantasma parroquiano en la crítica de cine. Lo consigue recordando el valor de una experiencia milenaria que también da propósito central a la trama: La música instrumental – erróneamente llamada clásica – no ha cambiado en siglos, desde salas de concierto hasta elevadores. Pero aunque el sonido parezca ser el mismo, el público regresa.

El misterio de la ejecución es fundamental a la sorpresa de esta película, que funciona rítmicamente como una sinfonía, pero jamás se aleja de la cruda realidad. Cuando Keith (Un versátil Guy Pearce) y su mujer Megan (Amy Ryan, notable por su participación en “The Wire”) reciben a Sophie (Felicity Jones), una introvertida estudiante inglesa de intercambio en Nueva York, sus vidas cambian. Él, un instrumentista frustrado que vive como profesor de música en la escuela de su hija Lauren (Mackenzie Davis), y a la espera de un reconocimiento mayor por su oficio, queda anonadado por la virtuosidad de Sophie en el piano (demostrada con una pieza de Chopin que silencia en su asombro) ¿Es el principio de una relación sensual? Sí, pero el sadomasoquismo de Lolita y el deseo incontrolable en “Belleza Americana” no se repiten aquí.

Se podrá oír la misma canción mil veces, pero nunca de esta forma. El conflicto amoroso puede ser la herramienta más vieja y gastada en la narrativa del cine, pero esta cinta, al igual que la polémica “La Vida de Adéle”, se da a la tarea de relatar un amor acorde a la vida y no la tradición dramática de encuentros, sexo, peleas y redención en tres actos. El uso exclusivamente necesario del diálogo invita a que los personajes – al igual que su música acompañante – obtengan un notable sentido de realidad. Es raro ver una historia donde el enamoramiento se relata con miradas y silencios, impresionantes en la piel de Pierce y Jones.

Recordando a Roger Ebert, esta cinta permite hablar, entre otras cosas, de lo maravilloso que es el cine, y su infinita capacidad por asombrar. En forma menos ambiciosa que la reciente “Upstream Color”, se propone modificar las reglas de la narrativa para entregar indudablemente una obra de ficción, pero también una entidad que, cómo las mejores sinfonías, respira por si sola

Eso sí, tiene una de las peores traducciones al español en la historia.

cruzderivas@gmail.com / @cruzderivas