Por Davo Valdés

Cuando el cine o la literatura revisan con aparente profundidad la Historia de México usualmente exploran el periodo revolucionario. Es una obsesión nacional. Se ha hecho hasta el hartazgo como si toda nuestra identidad contemporánea se redujera a eso. Se ha escrito un poco sobre antes de que estallara la guerra (para hablar de las condiciones que detonaron la guerra civil) y sobre todo se han reflexionado las consecuencias políticas y sociales que provocaron el conflicto armado. Las correrías de Villa o la lucha campesina de Zapata han captado la atención de diversos cineastas y escritores y en términos geográficos el centro y el norte han sido representados con creces en diversas ocasiones. Pocas veces se han explorado otros segmentos históricos y pocas veces se ha mirado al sur profundo, un sitio del país que ha quedado marginado de los discursos nacionales, salvo para hablar en términos de mercadotecnia turística de las playas paradisíacas y los vestigios mayas.

En la historia de la literatura de la Revolución mexicana existe el atípico caso de Rosario Castellanos que desde la voz de una niña explora el mundo de los hacendados y su relación con los indígenas de la península de Yucatán y los lejanos cambios que los vientos revolucionarios trajeron consigo. Y es precisamente en ese sur profundo poco explorado que se inscribe la nueva película de la directora mexicana Yulene Olaizola, “Selva trágica”, contando precisamente un momento histórico inexplorado.

La trama de la película discurre a principios del siglo XX en la frontera entre Belice (aún colonia inglesa) y México. En ese límite difuso y selvático entre los dos países y conformado de múltiples lenguas y cruce de culturas, un  grupo de chicleros (hombres que extraen la savia de los árboles de chicle) encuentran a una mujer afro que está huyendo de un hacendado inglés. Los hombres (un reparto coral compuesto de actores profesionales y actores naturales) no hablan inglés y ella no habla español, por lo que poco pueden comunicarse. La presencia misteriosa, silente y sensual de la mujer, Agnes, despierta una serie de tensiones y presencias ocultas vinculadas con el poder ancestral de la jungla que recorren en busca de chicle. Al mismo tiempo, el hacendado inglés y sus esclavos continúan la cacería de la mujer que logró escaparse e infiltrarse del lado mexicano del tupido ecosistema selvático.

“Selva trágica” es un filme que muestra la selva como una entidad viva en donde los mitos son posibles y tienen ecos tangibles en aquellos que se atreven a hurgar en sus entrañas. Olaizola como muchos otros artistas anteriormente sintió el terrible llamado del infierno verde y sus leyendas ocultas y explora a través de sus personajes masculinos la incomprensión ante una figura femenina que encarna y remite a criaturas mitológicas como las sirenas o Xbatay (una especie de demonio femenino que atormenta y corrompe a los hombres).

Existe en la película una sutil sugerencia de que esos hombres explotados que a su vez explotan la naturaleza, son de cierta manera, la encarnación de una próxima modernización. Una modernización que asolara la selva, los oficios antiguos, pero sobre todo, los mitos y las leyendas, los vínculos que los pueblos que habitaban esa región establecían con los árboles y los animales. En “Selva trágica ”aún persiste esa relación entre todas las entidades: bestias, insectos, espíritus…  Y la frontera entre el mito y lo humano o el trágico porvenir de los hombres frente al mito.  La selva es un poco como un oráculo enigmático y cruel. La misma selva a la que desciende Kurtz para perderse; o la misma vegetación peligrosa y nauseabunda que se nos presenta en “La Vorágine” de Eustaquio Rivera; la misma que enloqueció a Fitzcarraldo. La misma selva impenetrable en la que se han perdido los hombres y han sucumbido invariablemente ante la lujuria, la avaricia y la violencia.