Por Manuel Cruz
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Acapulco. Es fácil imaginarse el proceso creativo que resultó en “Tierra de Sangre”. El director James Katz y su co-guionista Oscar Orlando debieron pensar en una película de fantasía con todo lo que eso implica: escenarios medievales, vestidos barrocos y enormes, magia, fuego, misterio y romance, con Aislinn Derbez y José María de Tavira estelarizando. Lo único que olvidaron, tristemente, es la historia.
“Tierra de Sangre” empieza bastante bien: cuando dos gringos estereotípicos deciden turistear en México y acaban en una ex-hacienda/casa misteriosa, recibidos por una joven de ojos brillantes que junto a una copa de vino les cuenta el origen del lugar: es una premisa típica para los cuentos de hadas, repetida hasta el cansancio en las cintas de Disney, y en este caso, una aparente oportunidad para hacer burla de las convenciones que la construyen: hace mil años, Magdalena (Derbez) era un miembro importante de la clase alta en el México Colonial. Su hermano Leandro (De Tavira), el cura local del pueblo. Todo iba bien hasta la llegada de Louis (Francisco Sáenz), un poderoso francés que trae consigo un vino misterioso, capaz de poderes mágicos, mismo que usa para seducir a Magdalena… y hasta ahí, todo hace sentido.
Hasta ese punto, la cinta parece ser un cuento de hadas con humor, un humor que se desvanece poco a poco, cuando el hilo conductor de la historia desparece y lo que resta son interrogantes colgando en el aire, actuaciones cayendo en desgracia, y una falta general de tono. Sabemos que Louis es el malo, sabemos que Leandro descubre los poderes secretos del vino… después, hay un monstruo que asesina a todos, y eso nunca tiene solución. Es como si los realizadores se hubieran emocionado de más con la atmósfera de la cinta, abandonando el motor que le da aire: un buen guión. En consecuencia, al desaparecer la historia el resto de las escenas son aburridas, y en los últimos minutos se transforma en una fiesta de deux ex machinas y gesticulaciones sin sentido (cerca del final, hay una escena donde los franceses comienzan a hablar como schnauzers furiosos).
La actuación de José María de Tavira como el cura poderoso, por momentos cercana a Paul Dano en “There Will be Blood”, se convierte en un berrinche continuo con cambios de acento (me cuesta mucho trabajo imaginar a muchos argentinos en México a poco tiempo de su colonización, pero en la mente de Tavira, esto es posible). La princesa continuamente exhaltada y entretenida de Aislinn Derbez llora tanto que se le acaba el aire, y el resto son respiraciones que dan risa, y no sufrimiento.
Las películas se pueden hacer de mil y un formas, pero conviene recordar su componente central, la historia. Si no, es fácil quedarse dormido mientras el pseudo-dragón en “Tierra de Sangre” mata aldeanos por todos lados, hasta el final de la película.
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