Por Adrián Monserrat
EscribiendoCIne.com-CorreCamara.com
La precuela de la exitosa franquicia de terror post-apocalíptica nos transporta a los primeros días de la invasión, donde el arte se convierte en el último refugio de la humanidad.
“Mi papá tocaba bellamente el piano”, expresa Sam (Lupita Nyong’o) en “Un lugar en silencio: Día uno” ( A Quiet Place: Day One, 2024). Esta frase, cargada de nostalgia y emotividad, nos sumerge en una Nueva York que comienza a desmoronarse en un caos ensordecedor. La película, precuela de la aclamada “Un lugar en silencio” (A Quiet Place, 2018), explora el origen de la devastación, aunque sin detenerse en las razones del mundo construido por John Krasinski.
En la primera entrega, conocimos a la familia Abbott, que lucha por sobrevivir en un mundo invadido por criaturas terroríficas sensibles al sonido. La secuela, “Un lugar en silencio: Parte II” (“A Quiet Place part II, 2021) amplió este universo, mostrando a Evelyn Abbott (Emily Blunt) y sus hijos mientras buscaban un nuevo refugio, encontrándose con otros personajes como el Hombre de la Isla, interpretado por Djimon Hounsou. Su refugio, una isla apartada, representaba una falsa esperanza de seguridad en un mundo dominado por el silencio mortal. En esta precuela éste es el único personaje que regresa, lo cual funciona de manera ideal para conectar ambas cintas.
En “Un lugar en silencio: Día uno”, Lupita Nyong’o (Nosotros) entrega una demoledora interpretación como Sam, una escritora que utiliza al arte como un medio de conexión, pero que se encuentra desesperanzada al poseer cáncer. Su personaje, a través de recuerdos, nos muestra cómo el arte y la familia pueden ser un faro de sensibilidad en medio de la consternación. Joseph Quinn (Stranger Things), por su parte, destaca como Eric, un superviviente cuya determinación y humanidad son el núcleo emocional de la historia. La química entre Nyong’o y Quinn da vida a una narrativa tensa, entretenida y emotiva.
La película no se limita a retratar la desesperación humana ante el apocalipsis; también nos regala momentos de ternura y esperanza, encapsulados en el inesperado héroe: Frodo, el gato de Sam (hermoso guiño a El señor de los anillos). Este felino se convierte en un símbolo de la tenacidad y el espíritu de supervivencia. Su presencia en pantalla aporta un alivio emocional necesario en los momentos de zozobra y se roba las miradas en cada escena.
El director Michael Sarnoski (Pig) utiliza la devastación de Nueva York como el escenario ideal para la hecatombe de la humanidad. Cada rincón de la ciudad, desde los teatros y bares vacíos hasta las calles desiertas, se convierte en una sinfonía visual de destrucción y desesperanza. Aunque la película evita dar explicaciones sobre el origen de la invasión, se pueden apreciar las primeras reacciones de la población ante tanto miedo y desconcierto. El guion parte de una historia entre el propio Sarnoski y Krasinski y encuentra el equilibrio preciso entre el homenaje a la saga y la innovación. Esto permite aportar una fresca visión sobre las historias de supervivencia post apocalípticas, teniendo a la serie The Last of Us como nuevo referente. Sin embargo, el largometraje se aleja de la clave eficaz de terror de la primera entrega, poseedora de escenas tan icónicas como aterradoras, y plantea un relato de persistencia sin el misterio como estandarte.
“Un lugar en silencio: Día uno” no es solo una historia de supervivencia, sino un tributo al poder del arte para resistir y trascender en tiempos límites. Si bien deja algunos cabos sueltos, cuestiones que podrían interpretarse como espacios a explotar en otros proyectos, la solidez interpretativa de Lupita Nyong’o, la humanidad de Joseph Quinn, y la presencia de Frodo, el gato, hacen de esta precuela una adición poderosa y emotiva a la franquicia. Al igual que la música del piano, la película nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros y desoladores, el arte arte sigue siendo un faro de esperanza.