Por Pedro Paunero
And I can feel it coming in the air tonight, oh Lord!
Phil Collins
En “El apocalipsis” (“A Taste of Armageddon”, Joseph Pevney, 1967), uno de los episodios de “Star Trek. La serie original”, el Capitán Kirk, el Sr. Spock y una partida de desembarco, visitan el planeta Eminiar VII del cual la Federación de Planetas desconoce casi todo, excepto que mantiene una guerra, que ya dura 500 años, con un planeta vecino, Véndicar. Cuando se preparan para descender, reciben la advertencia de no hacerlo, pues la ciudad ha sufrido daños considerables, debido al impacto directo de una bomba fusión nuclear, proveniente de Véndicar que ha matado a medio millón de sus habitantes. Con todo, Kirk desciende a una ciudad misteriosamente intacta. Conforme se relacionan con los habitantes de Eminiar, descubren que la guerra entre estos dos mundos no es sino una simulación computarizada, que evita la destrucción física de sus planetas, pero que obliga, mediante un juego de guerra, a entrar a una cámara de desintegración a los ciudadanos que, según la máquina, han sido “muertos” durante el combate. Por supuesto, Kirk impide que este conflicto artificial continué, pues la guerra es “Destrucción. Muerte. Enfermedades. Horror. Eso es todo lo que la guerra es”, y si se la convierte en una simulación, se pierde su completa como terrible dimensión real. El episodio es un ingenioso relato de Ciencia ficción estrictamente hablando, al adelantarse a los simuladores de escenario bélicos actuales.
En “Juegos de guerra” (WarGames, John Badham, 1983), el brillante David Lightman (Matthew Broderick), experto jugador de juegos de vídeo accede, sin saberlo, a la súper computadora del NORAD (el North American Aerospace Defense Command o Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial), la WOPR (War Operative Plan Response), una IA capaz de aprender a través de sus múltiples simulaciones. David, suponiendo que se trata de un simple juego, toma partida por la Unión Soviética que, dentro de la simulación, ataca a los Estados Unidos, desatando una respuesta de contrataque que pone en jaque a la defensa americana, y al mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial.
Desde “First Strike” (1979), producida por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, varias de cuyas escenas se incluyeron en el impactante telefilme “El día después” (The Day After, Nicholas Meyer, 1983), pasando por “Threads” (Mick Jackson, 1984), telefilme británico que le debe mucho a la cinta anterior, de origen estadounidense, pasando por “Special Bulletin” (Edward Zwick, 1983), con su trama terrorista y sin olvidar la pionera “The War Game” (Peter Watkins, 1966), sabemos del impacto emocional que este tipo de películas provoca en el espectador -con su argumento de misiles en rumbo de colisión- y los devastadores resultados de una hecatombe nuclear, un tipo de cine que ha servido de advertencia práctica o disuasión lúdica, sobre los efectos de tal conflicto.
De esta forma, en “Una casa de dinamita” (A House of Dynamite, 2025), se actualiza la trama, cuando un misil intercontinental es captado por la defensa estadounidense, con rumbo a la ciudad de Chicago. Al principio, aunque el pánico se apodera de los expertos militares, la confianza en la defensa aérea en que la respuesta de misiles americanos corresponde a un 60 % (lo que equivale a “detener una bala con otra bala”, en palabras de uno de los personajes), se derrumba cuando la defensa falla, y el objeto continúa, en una cuenta regresiva, su camino hacia la destrucción.
La defensa americana ignora por completo la identidad del enemigo, y todo es pura conjetura. Cuando los rusos se comunican para deslindarse del ataque, la única opción válida, aunque un tanto improbable, es Corea del Norte, por su situación desesperada ante “la falta de combustible y de cosechas”, como una táctica que obligaría a movilizar al mundo a evitar un conflicto global y enviar ayuda humanitaria, aun con el sacrificio de una de las grandes urbes estadounidenses, lo cual también suena tan improbable como cualquier otra causa.
La película pone en evidencia que, no importa cuánto se esté preparado -a través de entrenamientos rigurosos, o simulaciones computarizadas- ya que, cuando la guerra es inminente, esta pone a temblar a cualquiera, así sea al general más experimentado y, aparentemente, más frío ante eventos de tal naturaleza, hasta al soldado de menor categoría.
Uno de los grandes aciertos del filme consiste en contar los hechos desde el punto de vista de cada dependencia, cortando la trama justo en el instante cero, en el cual el objeto misilístico de procedencia misteriosa, hará impacto sobre Chicago, para pasar a otra oficina donde la histeria apenas se contiene y se narra, a la vez, en un flashback de apenas unos minutos lo que ha llevado a la situación presente. Países como Rusia, Corea del Norte, China, Pakistán e Irán, movilizan tropas, navíos, submarinos y fuerza aérea, con lo cual la paz del mundo pende de un hilo, ante la posibilidad de que estos países hubieran preparado un ataque coordinado. O que, simplemente, pudiera tratarse de una respuesta obvia de defensa ante un enemigo no declarado.
No falta la subtrama humana y de tinte familiar, aunque apenas esté esbozada, como la de la Capitana Olivia Walker (Rebecca Ferguson), que llama a su esposo para que este y su pequeño hijo abandonen en auto cualquier entorno urbano, pasando por alto la prohibición de llamar desde el interior de una dependencia de alta seguridad, como en la cual sirve, la de un segundo presidente negro (Idris Elba) sorprendido en un juego de basquetbol, cuando inicia la crisis, mientras arenga a los jóvenes que “para arreglar los problemas del mundo, hay que trabajar en equipo” (en recuerdo de aquel George Busch Jr., hecho un idiota y sin saber cómo responder, en una escuela pública, cuando sucediera el ataque a las Torres Gemelas), la de Ana Park (Greta Lee), experta en misiles, a quien llaman cuando acude con su hijo pequeño a la recreación de la Batalla de Gettysburg, o la de Jake Baerington (Gabriel Basso), subasesor de Seguridad Nacional a quien se encarga la difícil tarea de convencer a los rusos que no habrá represalias, en el caso de que China resultase culpable del ataque, por el peligro de que alguno de los misiles alcanzara poblados rusos o la del Suboficial William Davis (Malachi Beasley), próximo a casarse con su prometida, y que observa cómo sus sueños podrían desvanecerse bajo el fuego atómico.
La multipremiada Kathryn Bigelow, directora de “Una casa de dinamita”, ha incursionado antes en el cine bélico con “Zona de miedo” (The Hurt Locker, 2008), una angustiante historia sobre un escuadrón antibombas en Irak, ganadora de seis premios de la Academia, “La noche más oscura” (Zero Dark Thirty, 2013), que narra la cacería humana sobre Osama Bin Laden, ganadora de un premio de la Academia y “Detroit. Zona de conflicto” (Detroit, 2017), un drama urbano situado durante los disturbios de Detroit del año 1967, reafirmando su vocación de enseñar advirtiendo o el uso del suspenso bélico como medio de prevención en caso de guerra auténtica, con esta película.
Recapitulando, “Una casa de dinamita” no solo actualiza el miedo a la aniquilación nuclear, sino que nos recuerda que ninguna película, por más realista que sea, puede prepararnos para el verdadero horror de la guerra. Con esto, Bigelow nos pone al filo del abismo, donde la ficción parece cada vez más un ensayo de la realidad.

