Por Arturo Garmendia
Hollywood y el Kremlin
Stalin muere en 1953, en el apogeo de la guerra fría. En occidente, pueblos y gobiernos vivían aterrorizados por el “fantasma que recorría el mundo”: el comunismo. Se hablaba de conjuras internacionales, espías encubiertos, ataques nucleares, lluvia radioactiva, contaminación de ríos y cosechas y refugios subterráneos. El anuncio de que la Unión Soviética había logrado colocar un proyectil en la luna desató una paranoia colectiva, temerosa de un ataque de ovnis.
El sucesor de Stalin, Nikita Kruschev, ensayó un radical golpe de timón tanto en su política interna como exterior. Liberó incontables presos políticos detenidos en la prisión de Gulag, en la inhóspita Siberia, denunció conductas criminales de Stalin, como la persecución a los antiguos dirigentes bolcheviques y liberalizó en cierta medida la cultura y los medios de comunicación social. En relaciones internacionales buscó la coexistencia pacífica y entabló relaciones más cordiales con los otros líderes mundiales, desde luego con el presidente Eisenhower, quien lo invitó a reunírsele en Estados Unidos. Kruschev aceptó, pero sugirió que no sólo quería reunirse con él, sino hacer una gira por el país, A regañadientes, el norteamericano estuvo de acuerdo.
La noticia causó sensación en todo el país. Al moscovita le llovieron invitaciones de todo tipo, desde aristócratas hasta humildes provincias, una de las cuales incluso le garantizaba presidir un desfile de carnaval en un carro alegórico. Kruschev arribó a Washington DC el 15 de septiembre de 1959, para luego dirigirse a Nueva York y a continuación a California donde, entre otras actividades el magnate de la Fox lo invitó a sus estudios, a presenciar una filmación y a un almuerzo con la flor y nata de la industria fílmica.
La demanda para conocer a Nikita supero todas las expectativas, y no era posible satisfacer a todos. En el café de los estudios sólo cabían 400 personas, y en la criba resultante se impuso la idea de que, en el caso de las grandes estrellas estas sólo pudieran ser acompañadas por sus cónyuges si también lo eran. Otros, conservadores a ultranza, se descartaron a sí mismos. La estrella de la compañía, Marilyn Monroe, fue requerida, pero su marido en ese momento, Arthur Miller, que había sido llamado a declarar por la comisión McCarthy, se rehusó a asistir. Solidaria, Marilyn no estaba interesada, pero recibió un halago (“Es que, en la URSS, de Norteamérica no conocen mas que a Marilyn y a la Coca-Cola”) y un ultimátum: Debía asistir, con el vestido más entallado que pudiera. De su parte ella añadió un generoso escote y, algo raro, fue la única vez que no llegó tarde a una cita.


Durante la comida, Nina, la esposa de Kruschev, sentada a un lado de Frank Sinatra, externó su deseo de conocer Disneylandia, petición que fue transmitida de inmediato a las autoridades, que se negaron a complacer su petición por temor a un atentado. En cambio, después del almuerzo, los invitados fueron llevados a presenciar el rodaje de una escena de la película Can-Can, protagonizada por Frank Sinatra y Shirley MacLaine, El fragmento elegido era una interpretación de ese número de baile, con levantamiento de faldas y un final pícaro: uno de los bailarines se deslizaba bajo la falda de una chica y emergía de ahí sosteniendo una prenda íntima, ante el sonrojo de la concurrencia. Los periodistas preguntaron al líder soviético qué pensaba sobre tales escenas. Opinó que “siempre es mejor ver una cara linda que un culo”.
De salida le presentaron a algunos personajes, entre otros a John Wayne, al que Kruschev le confió: “¿Sabía usted que Stalin mandó esbirros para matarlo? Afortunadamente pude impedirlo”.

Flash back
Una de las consecuencias del deshielo fomentado por Kruschev fue la apertura de los archivos oficiales y aún personales que, como los de Stalin, salieron a la luz. A lo largo que de los años fueron expurgados cuidadosamente y arrojaron inusitadas revelaciones que dieron pie a otras tantas publicaciones. Uno de los historiadores beneficiados por este hecho fue el británico Simon Sebag Montefiore, especialista en historia rusa y autor de obras como Llamadme Stalin (una biografía), El sangriento arribo de Stalin al poder y La corte del Zar Rojo. En este último, un capítulo nos informa de la afición del dictador por el cine, así como y sus usos y costumbres como espectador, junto a su círculo más cercano.
Por cierto, esta afición también era compartida por otros dictadores de la época, como Hitler, Mussolini y Franco, quienes comprendieron la importancia del cine como medio de propaganda política y como tal lo utilizaron para engrandecer sus figuras ante las masas. Ah! pero también fueron grandes cinéfilos.
¡Qué les corten la cabeza!
Cada una de las casas de Stalin tenía sala privada para la exhibición de películas, lo mismo que sus oficinas. Era usual que, tarde en la noche, después de agotadoras reunionse de trabajo, invitara a sus allegados (Beria, Molotov y su ministro de cultura, Andrei Zhdanov) a cenar y después a ver una película. Los guiaba a través de pasillos y pasadizos para sentarse en primera fila del Gran Palacio del Cine del Kremlin. a disfrutar del espectáculo.
¿Qué es lo que el camarada Bolshakov nos va a mostrar hoy? preguntaba. Su aterrado ministro cinematográfico, Ivan Bolshakov exploraba el estado de ánimo de su superior, y si consideraba que era bueno arriesgaba una película soviética.
Al terminar la función, Stalin le preguntaba a su intelectual favorito “Qué nos puedes decir, camarada Bolshakovv, estuvo bien?”; y a veces bromeaba con el ministro “Y si no estuvo bien, has firmado tu sentencia de muerte”.
Una vez Bolshakov se atrevió a autorizar la exhibición nacional de un filme, sin antes consultarlo con su jefe, pues estaba de vacaciones, así es que Stalin le preguntó “¿Con que autoridad lo hiciste? Temblando, le contestó “Lo consulté y lo decidí”. Stalin lo imitó “Más bien lo decidiste y ahora lo estás consultando”, Y abandonó el salón. Al llegar a la puerta se esperaba un portazo, pero en su lugar volteó para decir “¡Pues decidiste bien!”
Lo cierto es que a Stalin le simpatizaba Bolshakov (además de que era su consuegro) por eso sobrevivió para servir a Kruschev, como diputado y ministro de comercio, antes de fallecer en 1980.
Es conocida la afición de Stalin a mandar hacer “desaparecer” del cine y de las fotografías a sus antiguos camaradas, cuando los declaraba traidores a la revolución y enemigos del pueblo. Así hizo desaparecer a Trosky, en el filme Octubre (1928) de Einsenstein y posteriormente también de la vida real.
Los archivos revelan cuan cercanamente el Politburo seguía a Eisenstein. Después del triunfo del Acorazado Potemkin Eisenstein había viajado a Hollywood, y cuando regresó Stalin le dijo a Kaganovich “Es un trotskista, sino algo peor, pero es muy talentoso”.

Kaganovich, que quería que Eisenstei dejara de filmar (y también de vivir) opinaba que “No podemos confiar en él: gastó millones y no nos trajo nada a cambio, porque está en contra del socialismo”, pero Molotov y Zhdanov lo salvaron, y Stalin estuvo de acuerdo.
Stalin heredó la cineteca de Gobbels al terminar la Segunda Guerra Mundial; así se hizo de un vasto archivo donde atesoraba sus filmes favoritos: desde luego adoraba a Chaplin pero también a Tarzan, el hombre – mono. Y en lugar destacado estaban melodramas como En el viejo Chicago y comedias como Sucedió una noche.
No podían faltar westerns, con Clark Gable o Spencer Tracy: parecía identificarse con aquellos vaqueros solitarios que solo iban al pueblo a ejecutar, a balazos, su brutal sentido de justicia. Por lo tanto, le gustaban las cintas de John Ford y, sobre todo, John Wayne.

¡Traíganme la cabeza de John Wayne!
En 1949 Stalin comisionó al director de cine ruso Sergei Gerasimov para que asistiera a la «Conferencia Cultura y Ciencia para la Paz Mundial», en Nueva York. Mientras Gerasimov se encontraba en Nueva York, conoció a Michael Munn, escritor británico especializado en cine, que trabajaba un libro que titularía “John Wayne – El hombre detrás del mito”, El periodista lo entrevistó y el ruso le comentó que así se enteró de la admiración que Stalin le tenía a John Wayne. A su vez Gerasimov se enteró de la función de liderazgo que John Wayne, cien por ciento conservador, ejercía en el movimiento anticomunista.
En su libro Munn escribe que el ruso le comunicó los planes del dirigente de la URSS para matar a Wayne, por considerarlo un enemigo de los ideales comunistas y, por tanto, un peligro que debía eliminar De acuerdo con esta versión, Wayne sufrió un atentado en su despacho de la Warner Bros., en Hollywood, a manos de dos soviéticos disfrazados de agentes del FBI, pero fueron descubiertos y capturados.
Otra versión difundida supone que Gerasimov, al regresar a su país, enteró a Stalin de la ideología de Wayne, y la reacción del dirigente ruso fue la de ordenar el asesinato del actor.
Finalmente, cuando Kruschev se encontró con el Duke en 1959, le dijo que había una decisión de Stalin “en sus años terminales de locura”, pero que él había rescindido la orden. ¿Era una pose o era verdad? Por lo menos Orson Welles le dio la razón, al afirmar en 1983, en una entrevista en la que se refirió al anticomunismo en el Hollywood de los 50,o: “Stalin estaba loco como para ponerle una camisa de fuerza. Sólo un demente intentaría asesinar a John Wayne”.
Pero ya sea que estaba borracho al dar la orden y luego lo hubiera olvidado, o realmente lo hubiera hecho, tenía el poder suficiente para llevarlo a cabo. Remember León Trotsky.

