Por Samuel Lagunas
Desde Querétaro, Qro.
Todo festival de animación es, en principio, un homenaje a la voluntad. La voluntad de descubrir entre las palabras de un guion una inimaginable cantidad de dibujos. La voluntad de trasplantar un cuerpo a una imagen. La voluntad de que una línea se una a otra para moverse. Después de un primer lleno de buenos cortos, fui a la Galería Libertad donde se exhibió la obra de varios artistas plásticos como parte de las actividades de CutOut Fest 2017.
En “Traiettorie” Martina Merlini utiliza el trazo para evidenciar el desplazamiento. Las líneas se curvean en el lienzo formando una deriva infinita. No se trata de llegar a un lado preciso sino de moverse. En la obra de Adam Chamandy los puntos hechos con aerógrafo se unen para formar un cuadro de una persona. A su vez, este cuadro se une a otros y forma una secuencia cuyo movimiento no tarda en descifrar el ojo. Se trata de un hombre que golpea a una roca para darle forma. En otra parte de la sala vemos la misma acción, pero proyectada incesantemente en video. La continuidad que crea el conjunto es emblemática: manualmente Chamandy crea la ilusión de un efecto digital que tiene su correspondiente en una imagen digital que no deja de moverse.
El mexicano Leonardo Díaz mezcla también diferentes estilos y técnicas para crear cuadros donde la metamorfosis es la constante. En sus pinturas vemos rostros que se abren para crear nuevas formas y coloridas imágenes que salen literalmente de la cabeza que las (re)crea. Finalmente, “Lepapelinos of Lepapel” aparece como una interesantísima bitácora de viajes imaginarios. Igual que lo hiciera Marco Polo hace cientos de años, Nef inventa y recorre un paraíso repleto de seres tan extraños como hilarantes, tan increíbles como entrañables. La obra de estos 4 autores aparece en el marco de CutOut Fest como un justo refuerzo de la idea que mueve el festival: la voluntad de hacer visible lo invisible.
Como era de esperarse, la más concurrida de las conferencias ha sido la del canadiense Graham Finley, animador de los estudios Pixar. Durante casi una hora, Finley nos introdujo en el modo de producción de una de las empresas más grandes en el campo. También nos contó, con mucha amenidad, sobre su fascinación por “He-Man y los Amos del Universo” y sobre el sueño que tuvo desde niño de ser parte de Disney. Como casi todo animador canadiense, sus primeros trabajos fueron en el marco de la National Film Board, escuela que tuviera como máximo representante a Norman McLaren y que se ha convertido hoy en semillero de talentos y nuevas promesas. Finley habló también de su enorme pasión por los rusos: la admiración por su técnica y su paciencia. La relación intercontinental va más allá de Finley y no es exagerado afirmar que el amor por el detalle de los estudios Pixar tiene su antecedente inmediato en los trabajos de Yuri Norshtéin y de Aléksandr Petrov. Finley habló de su participación en “Gnomeo and Juliet” y de su inesperado brinco a Pixar donde ha colaborado en cintas como “Monsters Univesity”, “Cars 3” y “Coco”. Sin duda, la charla nocturna, más allá de encerrarse en tecnicismos o en anécdotas personales, se convirtió en un instructivo y entretenido paseo por la historia del cine animado.
En cuanto a las proyecciones, la categoría Experimental se confirmó como las más irregular. De repente aparecían trabajos sorprendentes como “The realm of deepest knowing” del sudcoreano Sunghee Kim que te dejaban boquiabierto, pero de igual forma podías toparte con cortos que no tenían intención alguna más que ser una bomba de colores no muy diferente a los espectáculos de luces y sonido que encontramos en las fiestas o que bien podían funcionar como psicodélica publicidad del gnosticismo (específicamente “Purple dreams” del turco Murat Sayginer). Rescatemos los importantes. “The realm of deepest knowing” asombra por su habilidad de animar la historia de un hombre y una mujer a partir de dibujos en cubos de papel de distintos tamaños. La ilusión de movimiento creada se completa con la emotividad y el suspenso que provocan las secuencias. Algo similar ocurre con “Ex terrat”, del austriaco Reinhold Bidner, quien a través de una amalgama de fotografías de rostros no regala instantes de una profundidad emocional inquietante. “Red of the yew tree” de la canadiense Marie-Hélène Turcotte es otro corto que se clava en la memoria ya que los dibujos en carboncillo aparecen y desaparecen de la pantalla en blanco —rompiéndola en ocasiones— creando una historia delicada y maravillosa sobre una niña que sale al bosque a cazar un pato.
La categoría Universitaria, mucho más consistente, ha resultado una grata sorpresa. Nuevamente un corto iraní me cautivó por la originalidad con la que plantea una sutil y contundente crítica a una forma de gobierno cuasi-totalitaria que pretende controlar desde la vestimenta hasta el pensamiento de las personas. En “Icky” Parastoo Cardgar nos presenta a personajes con cabeza de cubo rubick. La mayoría están terminados, es decir, tienen todas sus caras del mismo color. Quienes piensan diferente son relegados: sus padres los disciplinan más, son mandados a terapia, son forzados a esperar el autobús en otro sitio y aunque las instituciones clínicas, familiares y educativas se obstinan en unificar sus caras, la voluntad de mantener la diferencia es, en sí misma, una victoria. “Icky” tiene la enorme ventaja de crear atmósferas sencillas pero cargadas de emotividad que permiten que los espectadores podamos encontrarnos e identificarnos con los diferentes, los de las caras desiguales. Otro corto igualmente brillante y crítico se llama “Overrun” y está dirigido por un equipo de animadores franceses. En él seguimos a una hormiga que ve un enorme bulto derrumbarse sobre ella. Tras un viaje alrededor de misteriosas cuevas el insecto logra escapar de ese suplicio que no lo deja ileso. Triunfante, la hormiga atraviesa el último umbral y se encuentra nuevamente con la luz. Ese bulto del que ha logrado salir, lo descubrimos en una última panorámica aterradora, es el cuerpo de un soldado muerto.
“Vernon and Violette”, de la directora greco-americana Nikoletta Kanakis, es una perturbadora historia de amor de dos personas fascinadas por la muerte: uno, forense; y la otra, taxidermista. Contada como una comedia negrísima, logra en pocos minutos crear personajes que difícilmente vamos a poder olvidar. Por último, quiero mencionar el único corto mexicano de la categoría Universitaria que he podido ver hasta ahora: “All you can eat” de José Manuel Pérez y Paulina Galindo, que es una extraña mezcla de “Pollitos en fuga” (Nick Park y Peter Lord, 2000) y el libro clásico de George Orwell “Rebelión en la granja”. En un universo alterno dominado por seres antropomórficos que parecen copiados de los peces anónimos vecinos de Bob Esponja, un pollito ve cómo su mamá gallina es degollada por los granjeros. Su crecimiento a la sombra de una fotografía de su madre difunta está cargado de tristeza y resentimientos. Cuando es maduro decide cobrar venganza. La resolución es orwelliana: la rebelión de los pollos triunfa y las escenas, aunque los roles se hayan invertido, vuelven a repetirse. Es imposible distinguir, entonces, entre ambas especies. “All you can eat” es un corto menor en comparación a los vistos hasta ahora pero evidencia la voluntad de las y los animadores mexicanos jóvenes por imaginar y (re)contar historias sin negar su tradición y sus influencias. Ése es, sin duda, un excelente punto de partida.