Por Jesús Torres Torres*  

– Te va a gustar mucho, Fellini es el mejor. Me dijo una de mis
compañeras de la preparatoria, cuando supo que yo no tenía ni idea de
quién era Federico Fellini y que esa tarde iría a ver Y la nave va.
Ella se distinguía de todos nosotros, quizá los primeros en llegar al
bachillerato en nuestras respectivas familias, por ser hija de
catedráticos universitarios; rodeada desde siempre de libros, música
clásica y cine (Bergman, Allen, Visconti, y Fellini, por supuesto),
constantemente trataba de “educarnos”. En ese tiempo comenzaba mi
afición al cine, y con el argumento de “me lo dejaron de tarea”, me iba
a la Muestra Internacional de Cine. La película me resultó más bien
aburrida. Al final, cuando mostraba la tramoya y al equipo de
filmación, me sentí, además, profundamente defraudado. Ahora pienso que
me estaba enfrentando al engaño y a la “mentira” del cine por primera
vez, y eso inconscientemente no me gustaba. Salí hasta enojado, según
recuerdo, pero al día siguiente, a mi culta compañera le mentí y le
dije que la película me había encantado. Ella hizo gesto de “lo sabía”,
y luego pomposamente añadió “Fellini es Fellini”, o alguna frase por el
estilo, de esas que uno escucha (o emite) al salir de una sala de la
Cineteca.

Años después, encarrilado en la inercia de las Muestras, pude ver sus siguientes obras, Ginger y Fred y La entrevista; y gracias  a los hoy desaparecidos cine clubs sus más celebrados filmes, La dolce vita y 8 ½. Sin embargo, a pesar de que Fellini era entonces, y sigue siendo creo, sobre todo para las generaciones que pudieron ver sus películas poco más o menos como las iba filmando, sinónimo de Cine (así con mayúscula), continuaba sin entusiasmarme demasiado. Desde luego, mi poca admiración al maestro italiano no era asumida públicamente, no se me fuera a tachar de ignorante o falto de buen gusto.  Fue hasta Amarcord que pude engancharme con él. Su entrañable y terrible descripción de la vida y las costumbres provincianas conciliaban notablemente con mis recuerdos infantiles. Especialmente me subyugó la secuencia del abuelo perdido frente a su casa, debido a la espesura de la niebla.  El poblado donde transcurrieron los primeros años de mi vida también era cubierto constantemente por la neblina, como le decíamos nosotros. En cuestión de minutos quedábamos inmersos en una especie de limbo blanquecino, que aunado a una imaginación precoz me resultaba por demás amenazador.

Ya “sensibilizado” en el universo Felliniano, renté en algún video club La Strada, Las noches de Cabiria y Ensayo de orquesta. Las dos primeras, películas de las llamadas tempranas, las disfruté enormemente. Esos hombres y mujeres destinados irremediablemente al fracaso, necesitados de afecto, dispuestos a casi cualquier cosa por un poco compañía, me eran cercanos, queridos. En cambio la tercera, aunque creía entenderla, no alcanzaba a conectarme plenamente con la trama, donde aparecían un grupo de músicos que armaba una gran revuelta en contra de su director y una enorme bola de hierro que amenazaba con destruirlo todo. En ese entonces esa problemática me parecía lejana.

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Muchos años después de aquella “primera cita” con el director, para muchos el más importante en la historia del cine, acudí entusiasta al ciclo Tutto Fellini. Pude ver, con el privilegio que da un repaso retrospectivo, varias películas que no conocía, y otras tantas que se presentaron ante mis “nuevos ojos” como si fuera la primera vez. Mirarlas en orden cronológico, sin duda nos permite ubicarlas más claramente en su tiempo y nos mueve, generalmente, a una mejor comprensión. Desde luego la que más ansiaba volver a ver era Y la nave va. Y de la aburrición y desencanto anteriores, pasé al regocijo absoluto. La burla al estirado mundo aristocrático impregnado y magnificado con el de la ópera me resultó delirante. Ver a los grandes exponentes del bel canto bajar de su pedestal y bailar al ritmo de las elementales, y hasta desafinadas, danzas serbias, resulta un gran momento de festejo catártico para el espectador.

Después de muchos años, muchas películas y una que otra lectura de por medio, por fin la sentencia de mi ex compañera se cumplió. Ahora lo puedo decir sinceramente… especificando, además, que las películas de Fellini que más me gustan no son las que la crítica o los estudiosos señalan como sus obras maestras, las que modificaron la cinematografía en su momento, sino las que poseen una narrativa más “clásica”, las que cuentan historias sencillas de personajes simples (si es que estos adjetivos son válidos cuando se habla de Fellini): El sheik blanco, Los inútiles, La strada, Las noches de Cabiria, Amarcord y desde luego Y la nave va, que además me evocará, para siempre, el encanto de haber sido la primera. Y en un arranque de entusiasmo, el mismo del que es uno víctima cuando acaba de ver una película que lo ha conmovido hasta las lágrimas, hago eco a lo dicho por Luchino Visconti: “Fellini es un verdadero animal cinematográfico, digan lo que digan los mediocres. Cuando uno es grande, es grande.”

* Jesús Torres Torres ha dirigido los cortometrajes Vendaval y En la luz del sol brillante. Además de realizar el diseño de producción de los filmes Rabioso sol rabioso cielo y El cielo dividido, ha sido fotógrafo de fijas en más de una docena de largometrajes.

EN LA FOTO EL INICIO: Fotograma de Y la nave va.