Por Sergio Huidobro
Nicolás Echevarría recibe a Corre Cámara en su casa al sur de la ciudad de México, en una tarde lluviosa, para charlar del estreno de “Eco de la montaña”, que marca su regreso al documental de gran formato y a las salas de cine. La película fue exhibida con éxito en un programa paralelo de la Berlinale y en festivales nacionales como el de San Cristóbal de las Casas. En cada ocasión, el público se deslumbra ante la historia y personalidad de Santos de la Torre, un respetado artista huichol del occidente mexicano que llegó a elaborar un mural para una estación del metro parisino. La obra fue inaugurada con bombo y platillo por Ernesto Zedillo, pero Santos no fue invitado a la ceremonia. Con el arribo a salas comerciales del nuevo documental de Echeverría –en un fin de semana de verano, en el que se ve obligada a robarle público a Mundo Jurásico y similares–, presentamos esta conversación con el legendario autor de María Sabina: mujer espíritu.
Corre Cámara: Nicolás, “Eco de la montaña” es su primer largometraje documental en casi una década. También su primer proyecto de esta dimensión en ese mismo periodo. Ha estado desarrollando proyectos para televisión, ¿por qué la vuelta?
Nicolás Echevarría: Bueno, empiezo hacia atrás. Mi carrera como documentalista y como cineasta ha tenido giros. La única constante a través de todos ellos tiene que ver con el mundo indígena. Es una pasión que está ya en primera película, la parte mística, religiosa de las comunidades indígenas. Claro que las condiciones del hace cine han cambiado. Yo me hice documentalista por accidente, o porque no tenía de otra. En la época en que no empecé a hacer cine, los jóvenes no podíamos empezar haciendo cine de ficción.
CC: Por la coacción o acción de los sindicatos y los gremios, supongo…
NE: Si. Las posibilidades de hacer ficción estaban tomadas por un grupo reducido de directores, productores, etcétera. Fue hasta la década de los noventa que cineastas más o menos de esa generación, como Cuarón, pudieron empezar haciendo cine de ficción. En ese momento yo pude hacer Cabeza de vaca. Fue ahí, creo, cuando el cine mexicano dio su giro más interesante, precisamente porque cambiaron las reglas de la producción. Fue muy triste lo otro, porque aquellos que hicieron el gran cine mexicano habían también, casi, acabado con él.
CC: El cine se abrió, curiosamente, con el salinismo y en la época del Quinto Centenario…
NE: Si. Fue gracias al Quinto Centenario, al interés de España, que pude terminar “Cabeza de Vaca”. Sobre todo gracias a Bertha Navarro, a quien van a premiar con el Ariel de Oro. Fue un proyecto que se desarrolló en ocho años.
CC: Y después de ese acercamiento afortunado al cine de ficción que fue “Cabeza de vaca”, vuelve al largometraje documental, con “Eco de la montaña”.
NE: Bueno, hice otra ficción ¿te acuerdas? “Vivir Mata”, con Juan Villoro, que es una película sui generis donde quise probar con la comedia y digamos que no se me dio. He tenido otros proyectos de ficción, pero no han avanzado a ningún lugar.
CC: ¿Y este otro proyecto, “Eco de la montaña”, vino del acercamiento al protagonista, Santos de la Torre? ¿Fue un acercamiento difícil?
NE: No. No lo fue. Bueno si, fue difícil acercarse a su casa, a diez horas de caminata [risas], pero una vez que lo conocí, desde el inicio hubo muy buena química. Él fue paciente, hacer la película llevó tres años. Me llevó con otro chamán, ese sí, más desconfiado, más difícil, pero que pudo ser convencido. Son personajes con una categoría alta al interior de su mundo.
CC: Nicolás, la ausencia de documental etnográfico, de este corte, indigenista, ¿ha sido un aliciente o una dificultad?
NE: Yo no me diría pionero, porque había antes muchos trabajos que siguen siendo poco conocidos. De lo que si carecía mi generación era de guías, de alguien que te enseñara el camino o los pasos para hacer este cine documental. Pero en fin, hasta la fecha falta mucho por hacer en ese campo. Para el mundo que retrato en Eco de la montaña, hace falta una consciencia plena de hasta donde puede intervenir el realizador. A un huichol, a un wirarika no le puedes decir “ahora has esto”, “muévete para acá”, “dile esto a aquel.” Hay cosas que pueden ser filmadas y cosas que no. Éste es parte del secreto para penetrar en un mundo con estas características: no estorbar nunca.
CC: ¿Hubo alguna dificultad personal, en especial?
NE: El que Santos no hablara completamente español, no del todo articulado. Pero los dos, él y yo, hicimos un esfuerzo, sobre todo él, que logró a toda costa ser el narrador de su propia película.
CC: Sin embargo, la película, antes que de él, es de usted.
NE: Si, supongo. Cada cineasta tiene su propia postura, su propia política ante el documental. Incluso yo, que mantengo esta conciencia de no aparecer, no entrometerme y no intervenir en lo que retrato, no puedo negar que todo lo que está en pantalla es lo que pasó por mis ojos. El principal filtro es el mío, es imposible que no sea una interpretación.
CC: Y visto así, ¿la película pretende participar, tener un rol en el debate público sobre estos temas? ¿en la visión mediática sobre las comunidades originarias, en temas como Wirikuta?
NE: No creo. Lo toco, Wirikuta está en el documental. Pero la vocación de la película es decirle al espectador: aquí hay un personaje extaordinario, un ser lleno de sabiduría, de luz. Esa es su intención.