Por Jessica Oliva

“El gigante egoísta”, de la cineasta británica Clio Barnard, es un impactante relato que no tiene mucho que ver con el cuento infantil homónimo en el que está inspirado, escrito por Oscar Wilde en 1888. Quizá coincidan sólo en que, de cierta forma, la cinta también se desarrolla en un “jardín” olvidado, que parece no haber disfrutado de la abundancia y la alegría primaveral en mucho tiempo. La vida de las clases bajas de Bradford, al norte de Inglaterra, es retratada en su hábitat gris y precario, atorado en lo que podría llamarse un invierno sin salida: con tanta pobreza, nadie tiene tiempo ni energías para la solidaridad o la calidez. Y tal como sucedía en el patio de ese gigante malhumorado de cuento de hadas, tampoco hay lugar para la inocencia.

En este sobresaliente filme no existe la redención de ningún tipo. Barnard toma sus habilidades de documentalista (debutó con su aclamado documental experimental “The Arbor” en 2010) para narrar, desde una perspectiva sublime y dolorosamente franca, la historia de dos niños, tan amigos como sus opuestas personalidades les permiten ser. Por un lado se encuentra el incendiario Arbor (Conner Chapman), cuyo trastorno de atención e hiperactividad lo hace explotar en intensas rabietas nerviosas, despotricar contra sus maestros y meterse en todo tipo de situaciones no exentas de malicia. Y por otro, se encuentra Swifty (Shaun Thomas), la única persona que parece transitar por el privilegiado camino de la compasión.

La destacada interpretación individual y mancuerna de ambos actores, quienes debutan en cine, es sin duda el pilar de la cinta. Su interacción, gestos y gran afinidad nos dicen todo lo que debemos saber sobre la comunidad en la que viven. Es una película realista (quizá hasta con destellos naturalistas, por la forma en la que a veces enfatiza el rol determinante que juega el ambiente en la esencia de sus individuos), por tanto, el contexto social funge como un personaje más. Sin embargo, para lograrlo, Barnard no necesita virar demasiado la cámara hacia otras desventuras que no sean los juegos de adultos y de supervivencia de estos dos cómplices. La evolución de sus ingenuas ambiciones como aprendices de vendedores de chatarra y ladrones de cables son suficientes.

Hay algo de “Los olvidados” (Luis Buñuel, 1950) en este argumento, que también trata de cerca el tema de la infancia delincuente, abandonada a su suerte y que se desborda en un paraje urbano desolado. El hermano de Arbor, quien trafica la medicina que debería tomar para su trastorno, se encuentra peligrosamente endeudado, mientras que la numerosa familia de Swifty vende todo lo que puede para comer. Y en estas circunstancias, ambos protagonistas se ven seducidos por el dinero fácil del bajo mundo de Kitten (Sean Gilder), el charratero local, quien es el verdadero gigante egoísta de es esta historia. Desde el momento en que éste les paga el primer cable robado, un halo de  tragedia comienza apoderarse de la cinta.

Un filme imperdible que muestra, de la mano de una mujer, un rostro oculto del Reino Unido

“El gigante egoísta” es un filme imperdible que muestra, de la mano de una mujer, un rostro oculto del Reino Unido: el de la creciente pobreza en varias de sus comunidades, que en 2013 alcanzó a 3.1 millones de niños. Lo hace, además, en un momento de grandes especulaciones internacionales por el bienestar económico de algunos países, como Grecia y sus aledaños. Sin embargo, señala otra zona europea vulnerable, que además pertenece a uno de los países que, al menos en el cine, se nos aparece frecuentemente invencible y entero. Aquí, sin embargo, los problemas sociales británicos– que se han agudizado por la recesión europea– están presentes y el resultado es desgarrador.


Título original: “The Selfish Giant”. Dir.: Clio Barnard. País: Gran Año: 2013. Guión: Clio Barnard basada en el cuento El gigante egoísta, de Oscar Wilde. Fotografía: Mike Eley. Música: Harry Escott. Edición: Nick Fenton. Con: Conner Chapman (Arbor), Shaun Thomas (Swifty), Ralph Ineson (Johnny Jones), Sean Gilder (Kitten), Ian Burfield (Mick Brazil). Productor: Katherine Butler, Lizzie Francke y Tracy O’Riordan. Compañía distribuidora: Caníbal. Compañía productora: BFI Film Fund, Film4, Moonspun Films. Duración: 91 mins. Clasificación: B-15.