Por Lorena Loeza.

Esta es una pregunta difícil de responder y bastante común en los espacios donde se habla, discute y se analiza el cine como actividad cultural. Lo curioso es que al final, no hay consensos cerrados, pero si varias líneas de análisis que permiten entender al cine mexicano como fenómeno cultural, pero sobre todo como un reflejo del público y la sociedad mexicana a través de la expresión de sus miedos.

Sabido es que el género más popular en México no es el horror, sino que se comparte con la mayoría del  público a nivel mundial, el gusto y afición por el melodrama. Razones hay varias y ejemplos demostrables en poco más de cien años de producción fílmica de nuestro país. Pero así como el gusto por el melodrama parece el destino natural para un pueblo que entiende el sufrimiento como parte de la vida misma,  resulta paradójico que un tema como el de la existencia y convivencia con un mundo mágico y sobre natural – también incorporado de manera arraigada en el imaginario colectivo del mexicano- no haya tenido el mismo nivel  de elaboración en nuestra narrativa fílmica nacional.

¿Hay razones que lo expliquen? La verdad es que lo que resulta más útil que dar una respuesta contundente,  es la posibilidad de discutir sobre  nuestro cine, nuestra cultura y nosotros mismos. Para ello hay que partir del reconocimiento de que somos un pueblo lleno de magia y de una fuerte creencia en las fuerzas sobrenaturales que pueden influir en las vidas de las personas. Los mitos y las leyendas con  fábulas místicas acerca de la convivencia cotidiana con el más allá, los espíritus, las brujas, las y los aparecidos, los demonios, los duendes son comunes en todas a  las regiones de nuestro país.

Si lo pensamos de ese modo, estaríamos seguros de que existe una enorme cantidad de material narrativo que podría ser  materia prima para trabajos  fílmicos interesantes. Sin embargo, fuera de la Llorona, que es el tema sobrenatural producto de las leyendas populares que más películas ha inspirado en nuestra filmografía, la verdad es que lo que tenemos para el análisis es muy poco. Producto de las creencias populares la Llorona llega al cine, pero no logra ser una figura fantasmagórica y terrorífica única, en parte debido a que al ser una leyenda de tradición oral, existen muchas versiones del fantasma de esta mujer atormentada. Además, la verdad es que la leyenda no tiene como objetivo sembrar el terror, sino difundir una terrible sentencia moral: el castigo para las malas madres no se termina en esta vida, sino que durará por toda la eternidad.

Es decir que diferencia de los grandes clásicos del terror como Drácula o el monstruo de Frankenstein, no hay una construcción literaria sólida que los muestre en su versión primigenia, como los imaginaron sus creadores, incluso a pesar de las múltiples versiones e interpretaciones fílmicas que han sufrido. La ausencia de una fuente literaria arquetípica de la cual partir, hace que las versiones fílmicas no encuentren esa buena historia que da origen a buenas películas.

Eso nos lleva a una segunda línea de análisis: si es tan complicado filmar acerca de nuestros propios monstruos, la solución podría ser probar con apuestas seguras, pero entonces ¿por qué nos ha ido tan mal filmando los clásicos del horror universal? Para responder eso, se pueden distinguir tres grupos de respuesta: primero la falta de continuidad de los experimentos que si resultaron, segundo, la ausencia de creadores y equipos técnicos especializados y tercero, la tendencia a considerar estas cintas como solo para la serie “B”.

Para el primer bloque de análisis, acaso  el mejor ejemplo sea “El vampiro” (F. Méndez, 1957) que logra una magnífica versión “a la mexicana” del mito de vampiro con evidentes influencias de la personificación de Drácula que hace Bela Lugosi para la eternidad. La cinta tendría una secuela “El ataúd del vampiro” (F. Méndez, 1957) jugando con los mismos elementos, pero no provoca una construcción duradera y sólida del mito vampírico situado en el medio rural mexicano.

Eso nos lleva a la segunda línea de análisis, la falta de creadores y equipos especializados en el tema. Fernando Méndez, por ejemplo, filma algunas películas más del género, pero no se especializa en ello. Hay que recordar que lograr una época dorada del terror para el cine norteamericano, significó que grandes estudios como Universal, invirtieran en la formación de creadores especializados y equipos técnicos que iban desde el vestuario a los efectos especiales. Es así como se obtienen los “masters of horror” de aquella época e incluso posteriores. Nuestra producción en ese sentido nunca hizo apuestas fuertes o dirigidas a lograr eso. Aún así hay honrosas excepciones como el mencionado Fernando Méndez, por supuesto Carlos Enrique Taboada y en años recientes Guillermo del Toro. Por la via técnica es importante nombrar a Gonzalo Gavira  ganador del Oscar por los efectos de sonido en “El Exorcista” (W. P. Blatty, 1979) pero ninguno lograr arrancar o formar una  escuela sólida  que forme los equipos técnicos y creativos  necesarios para solidificar al género en la producción fílmica nacional.

Abrimos entonces una última pregunta que se relaciona con el tercer bloque de análisis: ¿nadie ve horror en México? La verdad es que hay un extenso público que gusta del género, aún a pesar de que no se le haya tomado tan en serio y haya sido confinado a una suerte de cine de clase B y cuyo mejor ejemplo sea la producción fílmica del cine de luchadores, encabezada por el Santo. Objeto de numerosos estudios, es díficil decir que tipo de género representa, ya que las cintas parecen ser thriller o acción en donde se combinan elementos sobrenaturales. Pero fue justo ahí que desfilaron monstruos clásicos, con bastante buena aceptación del público a nivel nacional e internacional.

Por ahí vimos aliens, vampiras, mujeres lobo, científicos locos, momias de Guanajuato, etcétera. Pero a pesar del éxito taquillero, las producción del Santo nunca se mejoró: vimos efectos especiales y guiones malos, en donde no hubo interés por perfeccionar un estilo sino en seguir aprovechando el éxito hasta que se agotara.

¿Qué es por lo tanto lo que hace que no tengamos u  género de horror solido en nuestro país? Puede ser una conjunción e todo lo anterior, ya que como se mencionaba, no existen respuestas contundentes. Y no es que al público mexicano no le guste el género, pero quizás los creadores no ha encontrado el modo de plasmar temores colectivos en la pantalla de manera efectiva y con éxito. No es sólo u  asunto de dinero invertido, ya que producciones fílmicas como la española y la argentina han demostrado que el terror psicológico es una opción no tan costosa y altamente efectiva, incluso rentable. Es cosa de intentar, explorar y experimentar, cosas difíciles cuando los presupuestos y apoyos son escasos y la competencia desigual en las taquillas para las propuestas mexicanas. Pero los “creepie fans” mexicanos no perdemos la esperanza de que llegue el día en que veamos nuestros miedos colectivos en pantalla y reconozcamos que las posibilidades del horror son infinitas en eso de contar historias que nos recuerden que el miedo – al final del día- proviene de nosotros mismos.