Por Hugo Lara Chávez

El periodismo es uno de los oficio de la modernidad más significativos del siglo XX, que en México lamentablemente se ha convertido en actividad heróica y mortal, sobre todo para aquellos que cubren con ética y verdad la fuente de política y narcotráfico.  En el cine nacional el retrato del periodista y del escritor —que a menudo van de la mano— ha sido mayoritariamente honrosa, una figura intelectual que es sensible y valiente, comprometido con la justicia, aunque también tiene un lado oscuro que algunas veces se ha tocado.

Durante mucho tiempo, el edificio del periódico Excélsior en Paseo de la Reforma y Bucareli conocida como La esquina de la información, fue el símbolo de ese tipo de periodismo (lo dejaría de ser en 1976, después del golpe a la directiva que encabezaba Julio Scherer), que aparece en varias películas desde la década de los treintas. Una de las primera es “Los chicos de la prensa” (Ramón Peón, 1936), filme que trata sobre un hábil periodista que resuelve un doble asesinato. Emilio García Riera, en su Historia Documental del Cine Mexicano, comenta de ella que “Es precisamente su convicción de estar en lo moderno lo que ha acabado por dar a este melodrama ligero un grato sabor de ingenuidad”. Más adelante, dice que “puede ser vista además como un largo anuncio del diario Excélsior, del que se enseñan sus rotativas y su fachada de la calle Bucareli y donde los periodistas tararean con otra letra ´Titina, canción compuesta por Charles Chaplin para su cinta ´Tiempos modernos’ (1935)”. Recientemente el periódico Excélsior se mudó de sede a Copilco, para dejar su histórico inmueble donde se levantará una torre de 60 pisos. Sobre el ambiente a las afueras del Excélsior, entre los niños voceadores, vale la pena ver El papelerito” (Agustín P. Delgado, 1950), con Sara García y Domingo Soler.

Escritor fracasado

Uno de los grandes clásicos del cine mexicano, “Distinto amanecer” (Julio Bracho, 1943) acude a la figura de un periodista en una intriga sombría y mundana.  Octavio (Pedro Armendáriz) es un líder sindical honesto que intenta denunciar los crímenes de un gobernador corrupto, quien ha puesto a sus matones tras él. Casualmente, Octavio se encuentra con su antigua amiga Julieta (Andrea Palma), quien está casada con Ignacio (Alberto Galán), escritor y diplomático frustrado.  En el pasado, los tres fueron compañeros de la universidad que lucharon por su autonomía. El personaje de Ignacio es caracterizado románticamente, con cierta amargura y tristeza, que pronuncia frases como “vivimos en un país donde la política lo arrastra todo, y en una época en donde un chofer gana más que un maestro”. Aunque es incrédulo y frío, e incluso corre el riesgo de que su mujer lo engañe con Octavio, el escritor decide ayudar a éste y se expone así a algunos peligros. Aquí se muestra de pasada el conflicto interno ante el fracaso, un fanatsma que aterra a estos creadores, como en “El gran autor” (Alfredo B. Crevenna, 1954) historia de un escritor que se mete en apuros cuando plagia una obra de un joven colega.

Otra película emblemática el mundo de los periodistas es “Reportaje” película de Emilio Fernández de 1953 que cuenta las aventuras de un grupo de periodistas cuya misión consiste en encontrar la historia más sensacional durante la noche vieja para ganarse un cheque de 10 mil pesos como premio al que consiga la mejor. La vida de los reporteros se mezclará dramáticamente con los casos que irán encontrando. Una lista de estrellas mexicanas desfilan en esta trama truculenta y divertida: Arturo de Córdova, Miguel Ángel Ferriz, María Félix, Jorge Negrete, Roberto Cañedo, Manolo Fábregas, Rafael Banquells, Columba Domínguez, Carmen Montejo, Miroslva, Andrés Soler, Joaquín Pardavé, Dolores del Río, Carlos López Moctezuma y hasta Tin-Tan.

El periodismo y la política suelen estar asociados en otros filmes nacionales, normalmente alrededor de alguna intriga o un crimen. Es el caso de “Morir en el golfo” (Alejandro Pelayo, 1988) o “Fibra óptica” (Francisco Athié, 1988). Asimismo, los periodistas sirven de testigo para describir sucesos sociales o crónicas rojas, como lo hace Felipe Cazals en dos de sus películas clave: “Canoa” (1975) y “Las poquianchis” (1976).

En años recientes, el director Luis Estrada se ha aproximado al entorno periodístico y sus vínculos con el poder, a veces torcidos. Lo propuso en “Un mundo maravilloso” (2006) donde el editor de un periódico (Pedro Armendáriz) convierte en mártir y figura mediática a un miserable vagabundo (Damián Alcázar). En “La dictadura perfecta”  (2014) va más allá y relata en clave de sátira el contubernio entre políticos y periodistas de televisión para construir una gran campaña de manipulación.

La ambición periodística también es aludida en “Diente por diente” (Miguel Bonilla, 2012), que narra la historia de Pablo Kramsky (Alfonso Borbolla), reportero mediocre del periódico amarillista Alarido. Un día su departamento es robado y eso lo pone en  contacto con un policía corrupto cuya presencia se vuelve constante (Carlos Cobos, q.e.p.d.). Un compañero fanfarrón del trabajo (Darío Ripoll) le consigue una pistola, para prevenir futuros atracos. El azar hace que Kramsky cometa un homicidio sin testigos. En lugar de entregarse, publica la exclusiva en el diario. Y ante el éxito de la nota, comienza por propia mano una serie de asesinatos para conseguir material como reportero, inventando la existencia de un vigilante misterioso que recorre las calles. El filme se acerca a temas como el de la violencia, el impacto de los medios o la descomposición colectiva.

Construida en clave de farsa, cabe recordar a “La leyenda de una máscara” (1989), la ópera prima de José Buil, el periodista Olmo Robles (Damián Alcázar), tiene qué descubrir la verdadera identidad del luchador el Ángel Enmascarado (Héctor Bonilla), en una construcción narrativa inspirada en “El ciudadfano Kane” de Orson Welles.


El asombroso caso de “Un día de vida”

El cineasta Emilio “El Indio” Fernández dio origen a dos mujeres periodistas en sus filmes “María Candelaria” (1943) y “Un día de vida” (1950), algo digno de llamar la atención toda vez que la sociedad mexicana seguía siendo sumamente machista en su época, donde las mujeres estaban relegadas a los trabajos en el hogar o a roles laborales de segundo nivel. 

En el caso de “María Candelaria”, es una periodista la que propicia el inicio del relato, que es narrado por un pintor que encarna Alberto Galán. La periodista (Beatriz Ramos), quien se supone que está escribiendo su biografía, le pide que le revele el misterio en torno al cuadro de una mujer indígena (Dolores del Río) que pintó en el pasado.

Por su parte, “Un día de vida” (1950) es un filme que tiene un historial asombroso: en México pasó por la cartelera sólo una semana sin pena ni gloria, pero obtuvo un éxito inusitado en la Yugoslavia comunista, al grado de convertirse en la película extranjera más vista de la historia de aquel extinto país y haber detonado la cultura Yu-Mex, con intérpretes balcánicos de música ranchera que lograron bastante éxito (es una curiosidad ver algunos de ellos cantando Las Mañanitas en Internet). Después, con el incendio de la Cineteca Nacional en 1982, en México se creyó perdida la película para siempre, hasta que felizmente se recuperó una de las copias.

La trama es interesante y el filme merece verse, incluso a pesar de la carga nacionalista y melodramática a la que era proclive “El Indio”, como lo explica García Riera: “…ratifica la capacidad en el director de bordear lo sublime, pues hay en ‘Un día de vida’ mucho de lo mejor y mucho de lo peor de Emilio Fernández”.

La película está centrada en Belén (Columba Domínguez), una periodista cubana que llega a México cuando está finalizando la revolución. Se hospeda en un hotel cercano al zócalo y se entera que hay un valeroso coronel, Lucio Reyes (Roberto Cañedo), que va a ser fusilado por simpatizar con la causa zapatista. La cubana hace el esfuerzo por conocerlo, lo que deriva en un recorrido que la lleva a conocer el México profundo. El retrato de esta mujer es de avanzada, toda vez que viaja sola y eso causa extrañeza en algunos personajes.

Dijo el célebre mimo francés Marcel Marceu que “los actores, igual que los periodistas, somos los historiadores del ahora”. El cine mexicano aun tiene pendiente muchas historias más que contarnos de este hermoso y difícil oficio.

*Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Mexicanísimo

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.