Por Pedro Paunero
La miniserie “El reino perdido de los piratas” (2021), recién estrenada en la plataforma en streaming, Netflix, en una mezcla de documental y recreación histórica cuenta el breve período histórico conocido como “La edad dorada de la piratería”, a principios del Siglo XVIII, en la cual los corsarios, al servicio de la Corona Británica, y bajo la pérdida de sus “patentes de corso” que los dejara desempleados por culpa de la Guerra de sucesión española en la que cayó el mundo colonial, fueron obligados a asediar, abordar y robar los barcos mercantes de la costa este de Norteamérica, incluyendo los de sus antiguos empleadores, hundiendo a América en una nueva era de rapiña y violencia.
La serie se toma licencias narrativas –en pos del espectáculo, como suele suceder con esta clase de producciones–, pero no deja de ser emocionante y visualmente atractiva, con todo y que la recreación de los barcos trasluce bastante mediocridad en el uso de la tecnología CGI. A pesar de ello ¿Quién puede no dejar de emocionarse ante el ascenso –desde la oscuridad– de Edward Thatch, mejor conocido como “Barbanegra” (denominado en la serie como un proto “Rock Star”), el más famoso e icónico de los piratas de la historia, con su aspecto de demonio surgido del infierno, con el rostro envuelto en humo y fuego debido a las cerillas y mechas encendidas que se anudaba en las barbas?
La producción abunda en varias lagunas, por ejemplo, la interesantísima historia de la creación de la bandera pirata, que Barbanegra ya usaba y que era muy distinta a la más célebre de calavera y tibias cruzadas, creación del capitán Jack Rackham, apodado “el Calicó”, o la profundización en las “leyes piratas” tan sorprendentes por su contenido de igualdad y libertad, y no carece de ese “mensaje” políticamente correcto –incluyendo cuota de género al inventarse la historia de sentimental y de venganza de Anne Bonny, a la cual se deja al garete al final, ignorando a la otra mujer pirata a bordo del barco de Rackham, Mary Read, con lo cual dicha cuota incumple después de todo–, al sugerir que, ante la fundación de una supuesta “República pirata” (históricamente cierta, pero sólo de nombre y jamás reconocida oficialmente, con sus leyes democráticas), en la isla de Nassau, los piratas del Caribe habrían sido los auténticos Padres fundadores de los futuros Estados Unidos. La serie tiene algunos aciertos, como el dato de que Thatch-Barbanegra fuera un hombre ilustrado, que leía poesía en latín en una época poco letrada, o que a la Guerra de Sucesión Española los historiadores la han denominado como la “Guerra Mundial Cero”, valiéndose en lo que expresara Juan Tomás Enríquez de Cabrera y Álvarez de Toledo, el último Almirante de Castilla (“Fue una guerra tan universal cual no se ha visto nunca”), pero se omite por completo que, todo lo que sabemos de estos hombres y mujeres (Benjamin Hornigold, el citado Teach, que navegara primero bajo sus órdenes, hasta obtener su propia nave, el psicópata Charles Vane, Samuel –Black Sam– Bellamy, el “Robin Hood” de los mares, y demás), proviene de una fuente literaria de oscuros orígenes –lo que la convierte en un documento no tan fiable, pero sí en una especie de compendio de leyendas y rumores históricos, a la manera del libro de Diógenes Laercio, “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, de la antigua Grecia–, titulado “Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas” (pub. 1724), de cuyo autor nada sabemos, a excepción que firmó la obra como Charles Johnson, bajo cuyo nombre algunos historiadores sospechan que se oculta Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe.
Esta visión neo romántica, idealizada, de la piratería, impregna la serie, incluso a través de los breves, y bastante contradictorios, comentarios de una caterva de historiadores y autores que van comentando los hechos mientras se avanza, dejando al Imperio Británico mal parado –es bastante extraño que, en este caso, no sea España la villana de la historia y la “Leyenda negra”, inventada por los ingleses, brille por su ausencia–, y como el ejemplo de una nación constituida por ladrones, asesinos, racistas y esclavistas, todavía más dañinos que los mismos piratas.
“El reino perdido de los piratas” es, pues, un espectáculo pop mediocre, pero que no carece de interés, y que ejemplifica la naturaleza de la mayoría de las producciones que constituyen la todopoderosa Netflix, a principios de este siglo.