Segunda semana: Las grandes aguas
Por Ulises Pérez Mancilla
Una vez familiarizados con el ambiente, se avecina lo realmente duro. Más allá del calor cercano a los 40 grados, la picazón de insectos y moscos o incluso el clima de incertidumbre ante la guerra narcomenudista entre Los Pelones y La Familia (que la prensa local resaltaba con singular amarillismo y constancia todas las mañanas), el crew comienza a apropiarse de todo lo que es ajeno a su cotidianeidad. Dentro y fuera del set, como suele ocurrir en los rodajes fuereños, se gesta la necesidad de construir arraigo, de adueñarse de una realidad que no nos pertenece pero que es oportuno reconocer y hacer nuestra en vías del buen funcionamiento profesional. Un aliciente a la cordura que ante el extravío de lo nuestro (nuestra ciudad, nuestro hogar, nuestra familia, nuestros amigos, nuestras costumbres), comienza a sufrir estragos.
Día seis
El llamado no inicia muy bien que digamos. Un personaje ha sido eliminado de las secuencias del día pues al actor le es imposible llegar, su madre ha caído enferma. El otro, oriundo de Arcelia, un poblado reconocido por su tradición briosa (o mejor dicho, liosa) no sabe montar a caballo. El “tío David” no da crédito. Los citadinos ponemos cara pálida cuando el animal desaparece cabalgando sin freno. Nuestro animalero lo asume de manera práctica: “es un pendejo”.
Hoy, es indispensable la presencia al por mayor de burros en las tomas. La mayoría de ellos silvestres, sin dueño. Coordinarlos es una locura. Apenas queda el cuadro, un burro garañón ya mordió a una burra. Rebuznos infinitos. Patadas mortales. A Pablo Tamez se le cae todita la imagen de Platero y yo. Erik Baeza, el asistente, se tiene que partir entre llevar el set y arrear a los asnos. Se acerca el mediodía y mucho por grabar. El director desea cubrir parte de una escena con un reverso. “¿A quién le importan los ejes?”, suelta Alex Cantú ante la discusión que comienza a gestarse en el equipo de dirección. Algunos alegatos después, escucho: “conste que no me dejaste hacer mi reverso, pinche Ulichi”.
El día mejora después de la comida, esta semana arriba la presencia de Baltimore Beltrán en el papel de Tencho. Egresado de la Escuela Nacional de Teatro, Baltimore es nuestro segundo actor invitado proveniente del DF. Está tarde, tiene la difícil tarea de llevar a cabo un acto casi documental: cortarle las orejas a un burro (previamente anestesiado). Como la vida misma, los burros sin dueño son marcados de esa forma. En la historia, Lautaro forja el carácter que lo prepara de regreso a casa. En el set, Abimael Orozco está feliz, pues lo visita su padre que viene de Estados Unidos. Silenciosamente, se perfila ya como un actor nato.
Día siete
Para Baltimore, la escena de hoy define a su personaje, se trata de una secuencia dialogada amplia que el director decide bordar con detalle. La motivación de Balt está en sus raíces calentanas. Por su parte, Abimael llega nervioso, no logra pronunciar Pungarabato en un diálogo donde responde: “Adió de pungarabato, mejor perro”. Intentos después habrá que cambiarlo por Arcelia, cosa que a los arcelianos no les hace mucha gracia. Abimael es un niño que demanda mucho de sí, al grado de quedarse en shock cuando no logra reponerse a un error.
El resto del día es una auténtica expedición, las camionetas de producción sólo llegan hasta cierto lugar. Un mini crew con manzaneros, sandbacks y equipo de cámara en mano comienza a internarse en el bosque. El crujir de la hojarasca del equipo de enfrente es nuestra guía. El tío David ya cruzó este camino con una enorme vaca y tres caballos. Veinte minutos después llegamos a “La piedra”, una gigantesca roca donde los arrieros trepan a Lautarito. Medidas extremas de seguridad. Mientras Alfredo, el utilero desyerba la piedra, Cantú se da vuelo haciendo time laps. El sol amenaza con irse. Abimael ha hecho migas con Baltimore. Es el atardecer.
Emprendemos el regreso con la caída de la noche. Los brazos pican, las piernas pican. El viejo modelo nokia de 300 pesos sirve de linterna, imposible no citar a la bruja de Blair, avanzamos dispersos con las manitas cargadas y los pies resbalosos. Estamos todos. Ahora una hora y media para llegar a la base en Tlalchapa. En el trayecto una camioneta está a punto de volcarse, un caballo enloquece y tira a un jinete. El animal alcanza al convoy quitado de la pena. Al final del día, María Oria, la gerente de producción y Edgar Salas, su mano derecha, respiran tranquilos al vernos llegar. De vuelta al hotel, Alfredo, el malencarado mesero del cortijo de león repite mecánico el menú de todas las noches: quesadillas, tacos dorados, carne asada (su cara lo dice todo: ¿porqué preguntan si ya saben lo que hay?)… Es tarde, esta noche no alcanzamos a burlarnos de las pelucas de Aracely Arámbula en Corazón Salvaje.
Día ocho
La costumbre comienza a acentuarse: desayunar huevos al gusto mientras Loret de Mola da seguimiento al caso de las nalgas de la Guzmán en el restaurante del hotel. Don Alberto, encargado del lugar y orgulloso ex alcohólico sugiriendo reiteradamente consejos de rehabilitación a los más borrachos del crew mientras sirve café, el conteo de muertos por parte del diario local o el club de la dieta sacando debajo de la mesa su discreta caja de Special K… El comentario unánime matutino: “Que hoy si va a estar más leve”. Error, con el paso del tiempo, los llamados difíciles se hicieron de todos los días.
Hoy toca el espectacular Río balsas, del lado de San Cristóbal. El repelente ya no hace mucho efecto y algunos optan por rociarse insecticida. Corre el rumor que lo ideal para prevenir las picaduras es embarrarte shampoo (Caprice, de preferencia). La Negra y su asistente, Elena, experimentan. El calor extremo se desdobla con el espejo de agua. Un mini crew se embarca a realizar la escena 64: “Exterior Río Balsas. Guty platica de su mujer y de los dulceros”, una página 4/8 de duración y cuatro actores interactuando. Vamos y venimos hasta cubrirlos a todos. En un momento, le entra agua a la balsa, Tamez (sonidista), Fabiola (boom), Marzo (asistente de cámara), Odín (director), Cantú (fotógrafo), Erik (asistente de dirección) y yo (script) vamos casi uno encima de otro. Paramos en un islote. Una nueva discusión de ejes: “pero si tu ni conoces a Josko”, remata Cantú: “los ejes no importan no le hagas caso a ulichi”.
El día termina con una mojarriza ficticia. Todos los actores son de buen diente. Un dolly captura la convivencia. Es el primer set importante de arte a cargo de la ambientadora, Sofía Medel. Contada la historia vienen los insertos. Mojarras destazadas, fritas, tortillas a mano y un full shoot de los pescadores que le valió una cámara fotográfica al asistente de producción Israel Mijangos quien, movido por un auto reflejo corrió a la orilla del río sin conciencia de la profundidad a fin de resolver un problema operativo. Eficiencia de asistente de producción. Al final del día, se siente la extrema presencia policiaca que merodea la zona. En el hotel, para algunos, nos espera el usual y merecido chapuzón en la alberca, cuya máxima atracción es que alberga pulgas acuáticas.
Dia nueve
Volvemos al Balsas y si ayer tuvo su grado de dificultad, hoy nos proponemos grabar arriba de una lancha que cruza de orilla a orilla con extras, caballos y niño actor. Tan sólo mantener en equilibrio la balsa y que se vaya en la dirección deseada (ya no digamos en eje) es una proeza que extrae chorros y chorros de sudor del equipo masculino de arte, liderados por Xólotl, asistente de utilería que pasa un par de horas sujetando la balsa con cuerdas con el agua hasta al cuello. Cantú, simpático y derrochando la bohonomía que lo caracteriza, se encarga de recordarle a Odín cuando, en calidad de asistente de dirección no entendía porque a los directores debutantes les encantaba hacer óperas primas con ciertos elementos casi equivalentes a ponerse el pie (niños, animales, no actores). “No me hundas, Cantú, no me hundas”, refutaba Odín pese a todo, entusiasmado con el resultado de su película hasta ahora.
Con el trabajo que costaba enderezar la balsa y teniendo en nuestro poder los ilimitados (y peligrosos) alcances del video, se empezó a imponer lo que Odín bautizaría como “ensayo toma”. Correr el botón de rec sin ensayo previo se hizo cada vez más frecuente con el fin de capturar espontaneidad, suerte, opciones. Un recurso con el que María Novaro quedó fascinada según su propio testimonio después de experimentar con el video.
La anécdota del día: el mal tino de la Negra al cruzar el río en una lancha de motor donde solo viajaba ella, justo mientras se estaba cantando la toma. “¿Qué es eso?”, “¿Quién es?”, decía Odín mientras se llevaba las manos a la cabeza. Discretamente se oía en los radios de producción: “paren esa lancha, paren esa lancha”. El lanchero ni por enterado y a distancia, parecía que estaba paseando a Mary Paz. Odín se encargó de bromear con ello el resto del rodaje: “No, si la Negra vino de vacaciones”. El rubor cubrió a la Negrita.
Hoy, un par de extras predijeron nuestro futuro. Uno le dice al otro mientras cruzan el Balsas: “Está juerte la crecida este año”.
Día Diez
Amanece nublado. Gris con tendencia a que saldrá el sol. Nos desplazamos hasta el Arroyo Grande de Otlatepec en nuestro ya usual convoy de combis lugareñas manejadas por verdaderos personajes. El mejor de todos: jojojorge, quien con sus MP3 de José José, Roberto Carlos, Emmanuel y Camilo Sesto endulzaba las mañanas de sus pasajeros que pronto lo hicieron su chofer particular: todos peleábamos por un lugar en su transporte: la Negra, Alfredo Martínez, Elenita Pardo (foto fja), Fabis, Tamez, Elena maquillaje, Xólotl. Era la alegría sobre ruedas.
Esta mañana yo viajaba en la combi de dirección. A Odín le gustaba repasar su shooting en el trayecto. “A ver, qué dice la escena”. Leía. De mi anterior trabajo con él (una serie infantil para Canal Once llamada Woki Tokis) recordaba su usual frase: “el script siempre debe estar al lado del director”. Llegamos. Hay brisa, chispea. Lo habían advertido en el llamado: hoy nos meteremos al río, llevar ropa adecuada. No hace frío, pero amenaza la lluvia. Nos vamos instalando. En la escena, Baltimore interactúa con Abimael. La atracción de hoy es el doctor Roca que ha viajado desde la ciudad de México con un coyote actor.
Ahora sí llueve de verdad, ligero, pero llueve. “¿Cancelamos?”, no. “¿Paramos?”, En lo que pasa la lluvia. Nos resguardamos, platicamos, tomamos fotos para el facebook. Treinta minutos y sale el sol. En el horizonte, nubosidad negra. “Sigamos”, seguimos. El agua del río nos llega a la altura de la rodilla. Cantú propone poner la cámara en medio del cauce para unos beauty shoots. Odín no está convencido del master anterior. Regresa la cámara. En acción, accidentalmente Baltimore pisa mal y tira una tremenda roca, pasa rosando el hombro del niño, pese al susto nadie corta. Shock. Reemplazamos y se desbalaga otra piedra, ésta vez cae sobre la espalda de balt. “¿Alepunk, Cómo llegaste ahí?”, volteamos y Ale Berriel está engarruñada en la parte más peligrosa, “es que quería estar cerca por si había que arreglar el vestuario”.
Ahora sí reemplazamos. Listos para tirar. Últimos ajustes de maquillaje, tras el incidente, el pollo, asistente de Ale le hace el paro y pese a su hidrofobia se acerca a ajustar el sombrero del niño, a rociarle tierra fuller. El río crece. El agua nos llega arriba de la cintura (“¿cuánto más puede crecer?”, pensamos varios). Es menos de un minuto, las piedras comienzan a chocar con nuestras piernas. Marzo salta cual spiderman con la cámara, empujo a Elena a una roca, Baltimore me ayuda a subir, yo al pollo. Odín rescata literalmente a Fabiola que está a punto de ser llevada por la corriente por no soltar el boom. Cual tsunami, es la crecida del río que está arrastrando al Focus, nuestro aguerrido compañero de catering que no alcanzó a llegar a la orilla y lucha por salir sin soltar su Coca Cola de dos litros. “Suéltala”, le gritan. No sabe nadar. Del otro extremo del río han quedado el coyote y sus entrenadores, la Negra, Alfredo Martínez y Azucena (la coach del niño). El dulce río se convirtió en una oleada de aguas negras. El Focus logra salir. Pasaran más de tres horas antes de rescatar a nuestros compañeros tras varios intentos de héroe como la tripa (staff) y Mijangos (producción).
El tiempo que duró el rescate Odín encontró un riachuelo de reemplazo. Los ánimos estaban tentados a parar, pero de la oficina de producción llegó un veredicto: the show must go on. Las piernas de algunos pasaban por evidente lepra, ahora, picaduras acuáticas. Estábamos en la locación más lejana del hotel y el cuerpo pedía un baño a gritos.
Día Once
La productora negoció para que el coyote pudiera quedarse un día más debido al incidente de ayer. Hoy es nuestro medio día y prácticamente es el día del coyote. Estamos sujetos a sus pasos, a sus gracias, a su belleza, a su capricho. Los departamentos de arte y vestuario preparan a un actor que hará de arcabucero extranjero que inmortalizará la palabra: Coyore (coyote). Tras el tsunami, las bromas comienzan a aflojar, el crew a hermanarse, el niño actor a desarrollar cierto cariño por nosotros, mismo que, para su carácter recio ya es mucho.
“Esto es un fear factory”, “al final de los créditos de la película aparecerá, en memoria de mi crew” y así por el estilo. Pepe, el staff se jacta de que pronto comenzará a escurrir “la miel” (horas extras para ellos). Las piernas arden. La hermana de la Negra le ha pasado un nuevo tip, los piquetes se secan de inmediato y la comezón para si te pones barniz de uñas. “Al rato, llegando al Aurrera” (donde ya hubo un nuevo muerto).
Los medios días son eso: vislumbrar el sapo que se acerca. Demasiado para nuestra segunda semana, demasiado para nuestra primera semana de seis días. En el trayecto de regreso, antes que cualquier cosa, inevitablemente al paso de una tienda de abarrotes nuestra sed reclama lo que mi amigo Hugo Espinosa (gerente de producción de Mil Nubes Cine) tiene a bien llamar: Una recompensa de sabor.
EN LA IMAGEN: Rodaje de la película
Checa la parte 1: