Tercera Semana: Coyuca de Catalán
Por Ulises Pérez Mancilla
Dice la productora, por lo que sus ojos pueden apreciar, que los días de descanso la gente hace todo menos eso: descansar. Y es cierto, un día libre alcanza para mucho menos. Estando lejos y en un lugar con tan pocas opciones de vida citadina, las actividades para matar el día de descanso se reducen o a reponerse de la cruda del sapo, o a arreglárselas responsablemente con la lavandería, los depósitos en el banco, la compra de víveres dietéticos y las llamadas familiares: agotador pensando que de 24 horas, al menos 8 hay que ocuparlas para dormir. Y esto es relativo, la víspera al arranque de la tercera semana, el departamento de arte (una de las áreas que generalmente nunca deja de trabajar) se peleaba con el tiempo para tener listo el set de la llamada “multilocación” en Coyuca de Catalán. No lo lograron. Como efecto dominó otros departamentos vieron desplomarse sus últimas horas de descanso: modificar el plan de trabajo trajo consigo preveer lo que no estaba preparado. Una corrección en el movie magic equivale a diez en la logística de producción.
Día Doce
Con el retraso del set que prometía librarnos de las situaciones extremas de los días pasados, regresamos a exteriores, específicamente al Río Balsas con la promesa de que “ahora sí” vendría lo más ligero. El director, que ocupó su día de descanso para visitar el mercado local de Ciudad Altamirano llegó con un obsequio para el script. “Toma, este es para ti”. Se trataba un de pizarrón escolar blanco miniatura que de ahora en adelante debería traer conmigo para garabatear el shooting cada vez que una discusión por ejes comenzara a nacer. Rejego pero con mi dulce sonrisa lo tomé entre mis manos pensando que no era necesario. Con el tiempo asumí que no era más que un elemento de unidad, una herramienta para la tranquilidad de todos. Con el tiempo…
Este día todas las secuencias corresponden a actividades de Lautaro viviendo con su tía Emma: Lautaro encuentra una moneda, Lautaro va por la salida del pueblo, Lautaro avanza con atardecer de fondo, Lautaro va de izquierda a derecha, Lautaro va de derecha a izquierda, se trataba de aprovechar el día en lo que se había convertido nuestro inesperado cover set.
Transcurrió un día tranquilo. De regreso al hotel la prórroga para arte se había postergado por medio día más. Era necesario otro colchón. Otro llamado. Y para tal efecto había que recurrir a nuestro héroe tras bambalinas: Jonathan Hernández, el segundo asistente de dirección a quien le tocaba estabilizar el timón de los cambios de última hora y ponerlos en papel antes que la gente se fuera a dormir.
Día Trece
Vamos a un río de agua dulce donde Abimael habrá de cargar agua en sus chacapes de barro infinidad de veces. El guión marca un par, pero Odín necesita distintos momentos para remarcar el paso del tiempo en edición, así que auxiliado por Alfredo Martínez, el guache se alista para cargar literalmente como un burro reiteradamente. Esta es una de esas secuencias inagotables. Lautaro saca agua del río, va y viene en full shoot, con Dolly, fijo, sucio, limpio, con ganado de fondo, sin él. Fotogramas varios hasta que a lo lejos, un desvarió le hace ver a Juan Ruíz de Alarcón tomando un baño.
Ya es mediodía y todo ha quedado muy bonito, pero falta el shoot donde el niño comienza a cavar a la orilla del río creando la pocita de donde toma el agua. La naturaleza habla por sí sola a través de un par de insertos. “Esperen”, alerta Pablo Tamez al asistente de dirección: “necesito un wild”. Se lo conceden. De rodillas, el niño comienza a cavar, sólo es una toma de sonido mientras saca la tierra. Pronto, la imagen es sobrecogedora, hermosa. Odín pide correr cámara a Cantú. Todos en silencio. Corren minutos. Nadie corta. De los inmensos ojos del charapo escurre un río de lágrimas inesperado. Irrumpe en llanto. Con el cansancio del día encima y la mala posición que había adoptado, las piernas se le entumieron. El niño lloró de dolor, pero también de impotencia. Con frecuencia se le acalambran las piernas y es algo que no soporta, sin embargo era incapaz de abandonar la escena pues hasta ahora había aprendido de nosotros que la acción continúa hasta que el director grita corte. El incidente apena a todos. Cada día queremos más a este niño.
Nos movemos para comer a Coyuca de Catalán. El sueño en el trayecto es abrumador. Aunque ya no es novedad, el calor sigue estando arriba de los 35 grados. Por fin, el museo regional de Coyuca ha sido convertido en un foro donde habitaremos a partir de ahora. Caras nuevas se pasean con sus vestidos y peinados de época. Toca el turno a las niñas de la región: Panchita y Marilí, dos pequeñas de menos de 10 años, una de Otlatepec y la otra de Villa Madero, quienes interpretan respectivamente a Cuca y Mine, un par de “guachitas fieras”.
Su presencia resultó un terremoto de proporciones grandes que ni la serenidad de estar en un set controlable pudo evitar. Detrás de sus ojos chispeantes, su alto carisma y su energía aturdidora se encontraban dos niñas que a diferencia de Abimael, estaban ahí para jugar. Dos pequeñas no actrices con problemas para memorizar diálogos, una bipolar, la otra en extremo tímida, ambas sentidas y caprichosas, adorables pues, pero no para sacar una secuencia dialogada de cinco páginas.
Día Catorce
Lo que se suponía una promesa de tranquilidad se convirtió en un permanente problema. Coyuca de Catalán era quizá la comunidad con más vida pública de Tierra Caliente. Una variedad de sonidos y escándalos se filtraban en los audífonos de Tamez a toda hora y ensuciaban con frecuencia los diálogos que apenas las niñas lograban hilar. Este hecho dio inicio a una batalla campal entre producción y el pueblo entero que encima de todo vivía la tensión de tener a un presidente municipal amenazado de muerte por el narcotráfico. Mientras en el set lográbamos la concentración absoluta de nuestras pequeñas actrices remolino, por las calles corrían Jonathan, Mijangos, Edgar y María tratando de acallar el ruido.
Un ejemplo:
María Oria: “¿podrían bajarle tantito a su música?, sólo por unos minutos, estamos haciendo una película y les agradeceríamos si fueran tan amables de…”.
Respuesta: “Cómo vez que este es el volumen adecuado para mí chula, así que tú dirás si le bajo”.
Inteligentemente Odín resolvió el asunto de las niñas tomando el guión como una guía accesible. Lo escrito era la base para experimentar. Encontrábamos la esencia de la secuencia y avanzábamos por partes. Pequeños fragmentos de escena con reiteradas elipsis que trajeron consigo planos espontáneos, libertad de acción, vestuarios creativos y la creciente participación de La China, un pequeño personaje que se impuso en la historia debido a la agradable presencia de Kali, una joven apenas mayor de edad cuyo máximo logro antes de acudir al casting de la película, era cumplir disciplinadamente con sus tareas en el bachillerato técnico de Ciudad Altamirano.
Por la tarde, tocó el turno de interactuar a Azalia. Ortíz, una actriz de grandes proporciones y de enorme corazón que se había ganado el cariño de las niñas en un taller impartido por Rocío Belmont (directora de casting) a los niños no actores de la región durante la preproducción. Azalia era nuestra actriz citadina invitada de la semana pero debido a los cambios del plan había estado en ansiosa espera, documentando su personaje con todos aquellos que tenían algo qué contar sobre la leyenda de Eleuterio, el abuelo de Odín.
Día Quince
Así como los indios atacan, los niños juegan a las correteadas nos llevó casi medio día que se pudo resolver gracias a ese comodín llamado dolly. Abimael y las niñas estaban felices. Los hermanos Martínez, Alfredo y Xolotl debían de correr detrás de media docena de gallinas pues el objetivo de la correteada era documentar el momento en que una de ellas se atonta, vuela y cae al pozo
Este día, Odín se había casado con la idea de meter la cámara al pozo, pero a Cantú no le hacía mucha gracia. Desde temprano Elsa buscaba respuesta a sus inquietudes: “¿De verdad Cantú se va a meter al pozo? ¿De verdad van a matar a la gallina?”. Con respecto a la primera pregunta, temía por la seguridad de nuestro fotógrafo pues para este día no estaban contemplados los artefactos de efectos especiales (poleas, sostén, etc.) y sólo se posaría sobre una tarima improvisada por nuestro constructor. Sobre lo segundo, sólo mostraba su preocupación personal por un tema que ya había puesto sobre la mesa cuando le cortaron las orejas al burro y que no hizo mucho eco entre la audiencia.
El director ya había escogido una gallina blanca, y hasta había sido bautizada como “Prisci”. Cantú entró al pozo y la gallina murió por el cine nacional tras un intento de sedarla. A ella sí que la necesitábamos viva y muerta y para colmo, su cuerpo había quedado en continuidad.
− ¿Y la gallina? Preguntó Odín mientras miraba mi dibujo del plano para mi reporte de script. Al igual que la Negra, tenía la suerte de que el director volteara en el momento menos oportuno.
− Ah, es que ya cayó en el pozo. Respondí al ver que faltaba.
Hasta aquí, no sólo íbamos a media semana, sino a medio rodaje. Un término medio-aletargador que se reflejaba ya naturalmente sobre nuestros hombros. Así que al grito de wrapper up, a nadie sorprendió que algunos de nosotros transgrediéramos el miedo y saliéramos del autoexilio del hotel, donde las noticias sobre la violencia local comenzaban a pesar más que la realidad. A unos pasos del Cortijo, Michelandia nos recibía con los brazos abiertos.
Día Dieciséis
Una de las tantas preocupaciones del director era ser lo más fiel posible al relato verídico que le había contado su padre y una de ellas era el gusto de su abuelo por los dulces de menta. Dulces que desde luego eran elaborados con receta secreta y pocos, muy pocos en la región se dedicaban a hacerlos ya. Doña Carmela, después de mucho perseguirla por fin aceptó pasar a la posteridad. Al inicio, plano por plano la mujer sufrió: no entendía la gran mentira del cine y no alcanzaba a comprender cómo, si la habían contratado para hacer los dulces, todos ahí la presionaban para abandonar la masa cuando todavía no estaba en su punto, había que corregir una luz y ella sentía, pero en verdad sentía que se estaba desperdiciando su materia prima.
Una vez más, el poder del video y la nobleza del Dolly unieron fuerzas y le hicieron la vida más llevadera a doña Carmela. La cámara capturó de inicio a fin la elaboración de los dulces en un lapso de 35 minutos aproximadamente mientras iba y venía montada en el Dolly, a la vez que Marzo cachaba ad líbitum los focos. Con dicha duración, los brazos de Fabiola debieron haber estado a punto de claudicar, pero no, aguantaron una toma más del mismo tiempo (no en balde el tío David aseguraba orgulloso que ahí en el set, la única que verdaderamente trabajaba y sudaba la gota gorda era nuestra adorada y querida boom).
“¡A qué trabajo cuesta hacer los mentados dulcecitos!”, finalizaba Lautaro en un cuadro familiar donde Doña Carmela (Azalia), la dulcera en la ficción, comenzaba a sentir aprecio por el niño. Con el tiempo, sabríamos que tantos minutos de improvisación habían desconcertado a Azalia, que sufría el efecto secundario de la atención que demandaban las niñas.
Día diecisiete
La estancia en Coyuca había significado beneficios para el crew, dado que el hotel se encontraba a menos de 10 minutos de trayecto en combi. Más horas de sueño, la posibilidad de regresar al hotel a nadar, a tomar un cerveza, a ver series en el recién inaugurado cine-club (que de cine no tenía nada), a ir de Shopping a la Bodega Aurrera o simplemente de tomar sin prisa el café de la mañana. Pero la suerte de unos siempre limita a otros: en este caso a la de nuestro niño actor que para estar listo a un llamado de las siete de la mañana, por ejemplo, tendría que haber empezado su día a las cuatro, tomando en cuenta que el día anterior el guache había sumado dos horas de regreso a casa.
Un nuevo medio día anunciaba la reafirmación de nuestra cotidianeidad en Coyuca: el café de olla y las picaditas de almuerzo, la eterna batalla por acallar los sonidos que no correspondían a la época (“motor”, susurraba Odín en francés llevándose las manos a la cabeza cuando Pablo se veía obligado a informar que el sonido no estaba funcionando), Alfredo escondiendo huevos duros en la bolsa de maquillaje de La Negra que al descubrirlo lo injuriaba de manera harto deliciosa, Ale Berriel y su eterna batalla con los vestidos de las niñas que para colmo se estiraban todos los días, Mijangos callando las clases de spining de las amas de casa calentanas, el director preguntándome dónde es que había dejado mi pizarrón.
Todo embonaba a pesar nuestro. El rodaje estaba encaminado.
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En Rodaje: Burros (Parte 2). Hazañas en el Río Balsas