Por Lorena Loeza
Como ya decíamos cuando
hablábamos de las princesas, las brujas son por excelencia el antagónico
femenino, especialmente en las historias derivadas de los cuentos de hadas. Como
también si hablamos de princesas, la idea de lo que es una bruja encuentra en las
historias de la casa Disney su arquetipo más famoso, reconocido como ícono
cultural en prácticamente todo el mundo y a través de varias generaciones.
Hay que recordar que la mayoría
de estas historias tienen como marco la era feudal, donde además de terratenientes
y castillos había una caza indiscriminada contra mujeres con determinadas
características, los inquisidores de la Edad Media establecen claramente que
las mujeres son más propensas a la tentación y a caer en los engaños del
diablo. Por eso buscaban afanosamente mujeres que cubrieran los absurdos
requisitos que servían para identificar a las brujas: ser mayor de edad (las
mujeres en aquella época vivían poco, así que cualquier mujer que sobrepasara
los cuarenta años era sospechosa) vivir sola, (las mujeres no eran
independientes en aquella época) y en general cualquier marca como verruga o
lunar en la piel que pudiera ser considerado como la marca del diablo.
El uso del vocablo pronto dejó
de usarse para describir a una mujer malvada, con poderes sobrenaturales fruto
de pactos demoníacos, para aplicarse a cualquier mujer perversa: la madrastra,
la suegra, la vecina metiche, la jefa despiadada, la maestra exigente.
Siguen siendo a pesar de los años expresión de la discriminación por
género que priva aún en nuestros días.
Para sus historias, Disney se ha
cuidado mucho de que su colección de brujas no caiga en la sombría categoría que por tradición tenía. Nunca
se habla de pactos demoníacos, corrupción, perversión, devorar niños, ni hacer
conjuros sangrientos. La bruja tiene que verse lo suficientemente mala y
repugnante para que nadie se identifique con ella, pero no tanto como para
entrar en discusiones de satanismo.
Los arquetipos usados en cada
historia resaltan diferentes razones por las que alguien puede ser malvada. Las
brujas (al igual que las princesas) no son todas iguales ni las mueve el mismo
sentimiento. Por tanto, la personalidad del antagónico femenino depende del
sentimiento malvado que la domina. Los rasgos que encuentro que principalmente distinguen a una de otra, son
los siguientes:
La madrastra de
Blancanieves: La soberbia. Todos sabemos qué
mueve a la madrastra a ordenar la muerte de Blancanieves. La soberbia de no
poder soportar que alguien más bella exista. Esta es además la bruja más
clásica dentro del género: Una hechicera de dos caras que tiene poderes
sobrenaturales producto de la magia negra. Un alma tan pervertida que no puede
más que vanagloriarse de su belleza exterior, la única que tiene. Se dice
que el diseño del personaje está inspirado en Joan Crawford. (¿Se acuerdan de
“Mamita querida”?)
La madrastra de
Cenicienta: La avaricia. La madrastra y las
hermanastras son el mejor ejemplo de las malas cualidades que puede tener una
mujer: envidiosas, flojas, abusivas y para colmo: ¡feas!. Con tal de disfrutar
de los bienes heredados del padre de Cenicienta, son capaces de todo. Incluso
abrigan la esperanza de emparentar con el príncipe. Todo de mala manera,
cegadas por la avaricia y la ambición.
Maléfica: La ira. El sentimiento quizá más destructivo que existe, está representado
en esta malvada bruja. No en vano, para los teólogos que asocian cada pecado
capital con un demonio determinado, ligan la ira directamente con Satanás. Será
por eso que Maléfica hasta tiene cuernos. Una vez desatado el proceso, no hay
quien pueda detenerlo: maldición inamovible para quien osó ignorar su
presencia. Sin duda el mejor intento de Disney por acercar a uno de sus
personajes a la maldad en su estado puro.
Ursula: La venganza. Ursula no puede tolerar que el rey Tritón sea feliz y poderoso, por
lo que aguarda pacientemente el momento de asestarle un golpe donde más le
duela: provocando la desgracia de su hija consentida. Ursula además se aparta
de la figura estilizada de la bruja para dar paso a un engendro grotesco que
caricaturiza la fealdad femenina al extremo. Una especie de Paquita la del
Barrio con tentáculos.
Madame Mym: La envidia. Este personaje representa de algún modo la discriminación de género
que alcanza el mundo de la magia: Si eres hombre con poderes mágicos eres un
mago poderoso y sabio como Merlín. Pero si eres mujer entonces eres una bruja
malvada, berrinchuda y atolondrada como Madame Mym. El duelo simboliza esta
lucha de poderes, donde finalmente gana el varón. La bruja no puede ser
superior, pierde a causa de su envidia hacia el oponente.
El hada madrina de
Fiona: La corrupción. Fuera del universo
Disney la maldad está asociada a asuntos menos pasionales El hada madrina es
finalmente una mujer de doble cara, cercana al poder por la vía de las
prebendas y los favores hechos a cambios de algo. Un especie de Elba Esther
Gordillo en los cuentos de hadas ( claro que digamos un poco más agraciada).
Empresaria y con buena posición social el Hada comprende que no sólo hay que
asegurarse un buen estilo de vida, sino que hay que aspirar a estar cerca del
poder. Es así que urde una compleja trama de extorsión para que su hijo pueda
aspirar al Trono.
Pero quizás lo más
característico de las brujas, es su intensidad. Son en conjunto toda la gama de
pasiones que guía muchos de nuestros actos. La bruja termina por ser más
cercana a nuestro accionar como seres humanos que somos: más acorde a nuestra
propia naturaleza, más comprensible aunque no necesariamente deje de ser
cuestionable. Con más matices que la buena del cuento, las brujas podrán
quejarse de todo menos de ser unas reprimidas, o por lo menos de no haber
intentado salirse con la suya. Si, en la vida hay que ser a veces
¡orgullosamente bruja!.