Por Matías Mora Montero
El mundo tiende a ser un lugar cruel e injusto para aquellos que son distintos a la norma, quienes acostumbramos, como sociedad, menospreciar y borrar. Hacia dónde los empujamos es un tema siniestro, resuelto usualmente en tragedia, suicidio, actos de violencia. Las posibilidades de aceptación o redención resultan casi imposibles a las narrativas que lidian con estos casos, casos donde el rostro ajeno, misterioso, “desfigurado”, implica una vida de problemas, una imposibilidad de felicidad.
Y para Edward (Sebastian Stan), la infelicidad, la falta de suerte, es lo único común en su vida. Él siente que su condición, su acompañante rostro desfigurado, es una condena, una que lo aleja de los otros, que hace que estos lo asocien al repudio. Pero algo empieza a cambiar, una vecina recientemente mudada, Ingrid (Renate Reinsve), es dramaturga y conecta con Edward, quien busca dedicarse a la actuación y, poco a poco, una incómoda amistad florece.
Tropiezos por ansiedad social y malentendidos llevan a que Edward no sólo se aleje de Ingrid, sino de sí mismo y del mundo. Se vuelve el conejillo de indias de un nuevo farmacéutico, uno que promete convertirlo en (tambores por favor) un hombre diferente, aquel hombre por el que la sociedad tanto le reprocho no ser. El maquillaje prostético se va, mientras en una escena de glorioso terror corporal el rostro real y convencionalmente atractivo de Sebastian Stan ve la luz.
Lo ingenioso de la dirección de Shimberg es que es éste el rostro que emana disgusto, no aquel con el que Edward previamente vivía. Su vida material y laboral mejora, claro, pero lo que vamos descubriendo conforme la cinta se desenvuelve es que su sentido de identidad ha desaparecido por completo, incluso ha adoptado un nuevo nombre, Guy; lo que sigue es una gloriosa mirada a la disforia corporal, donde tanto el rol de la sociedad como el del individuo tienen todo que ver para comprender una cínica y tremenda visión de cómo navegamos en el mundo, balanceando cuerpo y mente, o mejor dicho, personalidad, cuando entra el personaje de Oswald (Adam Pearson), quien tiene las mismas desfiguraciones faciales que Edward previamente tenía, pero que no sólo las abraza, sino que su actitud le abre un paso en un mundo sorprendente, lleno de un carisma y éxito que sólo hace que Edward quedé en completa confusión.
Y es que Edward, cambiado y renovado, se encuentra y por fin logra conocer la verdadera naturaleza de Ingrid, que en su pasión por la dramaturgia ha escrito una obra sobre “la tragedia de Edward”; y en un hilarante humor que se burla de aquellos que en su arte se apropian y fallan en entender las historias de otros, su obra sólo se llama: “EDWARD”. Así, en mayúsculas. Pequeño detalle de la película que me pareció de un humor sumamente inteligente.
Edward, siendo Guy, es elegido para interpretar a Edward, hasta que Oswald, siendo Oswald, es elegido para ser Edward. Y entonces Oswald, siendo fiel a sí mismo, logra todo aquello que Edward aspiraba a tener, aquello por lo que se cambió todo el rostro. Edward no puede comprender esto, y ya que la película es un estudio de su personaje, la película sigue aquella incógnita hacia lo absurdo. Homenajes a Kubrick llevan a Edward a actos violentos e incomprensibles, que más que ser real objetivo dentro de la película, actúan como representaciones brillantes de la realidad mental del personaje. Y así es que la cinta te pica, te intriga, te mantiene en constante cuestionamiento sobre la ética de cualquiera de sus personajes y de ti mismo, ¿Dónde acabamos nosotros, como espectadores, dentro de las diferentes formas de trato que Edward y Oswald reciben? Y ya que estamos en esas, ¿dónde acaba la cámara en todo esto también? El ojo del lente es magnífico, nos hace ver con gloria aquello que la sociedad repudia y con asco aquello que la sociedad glorifica, es un absoluto insulto a los estándares de belleza dentro de una serie de planteamientos sobre todo éticos muy interesantes. “A Different Man” es un rompecabezas que incluye a su audiencia, no sólo en su alto nivel de entretenimiento sino en sus preguntas, con un catálogo impresionante de actuaciones que llevan aquellas preguntas hacia adelante. Si me lo preguntan, es una película imperdible.