Por Matías Mora Montero

Y el festival continúa, y un festival donde predomina el cine independiente no puede excluir a aquellos cineastas que eligen la simpleza, que se alían de los más mínimos, tanto económicos como cinematográficos, para crear obras que dentro de su minimalismo nos lleguen a revelar muchas verdades. Es por esto que era de absoluto requerimiento ver la nueva película de Hong Sang-soo, cineasta empedernido en hacer películas tan sólo con lo más mínimo, en esta edición del festival, y, posteriormente, acompañarla de una repetición de la función inaugural, una que detalla el último concierto de uno de los más grandes compositores de la historia del cine, Ryuichi Sakamoto, fallecido el año pasado. Aquí un poco de lo que dejan estas dos obras.

Necesidades de una viajera (Hong Sang-soo)

Las películas de Hong Sang-soo son, de alguna forma, todas iguales. Se sustentan alrededor de personajes que visitan y conversan con quienes visitan; en estas interacciones nunca sobra la bebida, la comida, la interpretación de música y la lectura de poesía, todo llevado con paneos y tomas largas que abarcan escenas completas. Suena quizás repetitivo, pero lo que en realidad ha creado es un cuerpo de trabajo maravilloso, lleno de reflexión y explorando los distintos sentimientos por los que podemos recorrer en distintas situaciones. Su más reciente, protagonizada por la legendaria actriz francesa Isabel Hupert, no es una excepción, pero en algunos de sus elementos hay irregularidades fascinantes, donde el cineasta coreano permite mayor lugar a la confrontación que en gran parte del resto de sus obras. Ya que Hupert interpreta a un personaje misterioso, hilarante y ajeno a su entorno, una francesa que, por cuestiones desconocidas, termina en Corea enseñando francés de una forma muy peculiar e inventada por ella misma. Esta técnica consiste en averiguar los sentimientos más profundos de sus estudiantes y crear frases hasta poéticas que su alumnado tendrá que memorizar, escuchando algo que les resuena en el alma en un lenguaje extranjero hasta que asimilen este lenguaje; idea que es bastante bella en teoría, pero abstracta en resultados y práctica, dado a que como tal, resultado aún no da, es una experimentación, un medio para ganar un salario. Es esta la excusa por la que Hong encamina al personaje de Hupert, Iris, en incómodas conversaciones, cosa que no sólo crea una incómoda película, pero en sí la vuelve una película sobre la incomodidad. Es, en buena medida, la más hilarante de Hong debido a su naturaleza de lo ajeno. Iris parece, en todas sus conversaciones, interrumpir el punto medio de conflictos entre parejas, entre duelo, entre madres e hijos, pero ella se aleja, no remedia, es una turista al final del día, interesada en lo inscrito en piedras. Ante esto, los diálogos de Iris, afuera de sus lecciones de idioma, se reducen a cómicas superficialidades que nos revelan la naturaleza de un personaje que es encantadora, pero no interesada por su entorno, lo navega entre borracheras y palabras de admiración que son fáciles de dar, hay algo muy siniestro en su actuar, algo que hace pesar sus misterios, ¿cómo acabó aquí? ¿qué quiere? Hong no nos da ni indicios de posibles respuestas y hace de esto el problema de sus personajes, que empiezan a dudar la veracidad de las clases y de la persona que es Iris.

A la par, Hong nos pone en el lugar de Iris, no nos da el contexto de aquello que, por ejemplo, perturba y amenaza la relación de una pareja en la cual la esposa empieza a tomar las clases de Iris, abriendo así un cuestionamiento hacia qué tanto podemos entender cuando todo tiene que ser a través de traducciones, de visitas, de cosas esporádicas; pone en duda qué tanto eso válida decir que conocemos, realmente conocemos, a alguien. Cuestiones así hacen que “Las necesidades de una viajera”, dentro de su corta duración (aunque larga dentro de la filmografía de su cineasta) y su forma sustentada en la producción de bajo presupuesto, logré volverse una obra de complejas sugerencias, de sucesos inconclusos, pero trascendentes. El tipo de película que parece inofensiva hasta que caes en cuenta que no se escapa de tu mente.

Ryuichi Sakamoto: Opus (Neo Sora)

En la cultura asiática, Dios crea la vida tras suspirar, permitiendo culturas donde la respiración es un acto sumamente espiritual. La pausa se vuelve algo sagrado, así que cuando el legendario compositor Ryuichi Sakamoto alza sus dedos y espera, se convierte en un dios, uno que en su sensibilidad hipnotiza y llena de vida a quienes bendicen sus oídos con su música. Uno se sumerge en los sonidos, observa con detalle su rostro, lleno de arrugas pero aún más de conmoción, mientras nos guía por sus maravillosas piezas, es imposible no verse envuelto en la ilusión que en ese piano habitará hasta el fin del mundo. Excepto que Ryuichi Sakamoto falleció el año pasado, y su hijo, Neo Sora, logró dirigir el último y conmovedor concierto que su padre llevaría a cabo, uno lleno de intimidad, de juego, de alegría, de celebración, pero que mantiene un toque solemne de despedida. Y la película que inauguró este festival no es más que esa despedida, siguiendo de cerca la forma en la que el músico toca en piano una selección de sus piezas más famosas y, justamente así, ya que cada una tiene un nivel de pureza que limpia el alma, que al escuchar, los ruidos y molestias de afuera se esfumaron, de repente, y gracias a este piano, hay algo de esperanza. Y no sólo las notas, sino aquello que las rodea y las crea, es decir, el silencio, la espera, saber el momento indicado, crear del sencillo acto de alzar las manos un suspenso maravilloso, seguir entonces con los oídos y los ojos, quizás no sea una experiencia puramente cinematográfica, sino esencial, porque existe la posibilidad de que Sakamoto haya dejado uno de los legados sonoros más preciosos y sanadores disponibles. Y qué cosa tan afortunada es poder verlo, en condición, en goce, exponer su trabajo una última vez.

Para cuando toca su magnífico tema de “Merry Christmas Mr. Lawrence”, la imagen que se queda de este músico detrás de los soundtracks de películas de todo tipo, que colaboró con cineastas de gran talla como Bertolucci e Iñárritu, que afuera de su obra para cine se dedicaba a recordar y a alertar a la humanidad, con piezas que hablaban de la realidad de guerras y la posibilidad de paz, parece despedirse de su público en la euforia de tocar la composición por la que, probablemente, más sea recordado. Una bella sonrisa se pinta en su rostro, su blanco cabello baila, celebra una vida llena de pasión. Y deja notar, conforme más de un año de su muerte ha pasado, que la obra de un autor vive más que el autor, pero no por esto la muerte del autor es menos triste. Para cuando la película acaba, y la obligatoria dedicatoria donde se anuncia la fecha de nacimiento y fallecimiento del artista aparece en pantalla, sientes que el mundo colapsa. Pero está bien, porque si sales a la calle, te colocas audífonos y buscas su música, encontrarás formas de ponerlo de nuevo en orden.