Por Lorena Loeza
  

El héroe guerrero es una figura infaltable en las historias que los hombres han construido para inspirarse, para fortalecerse, para no caer ante la adversidad. Héroes en las artes guerreras hay desde las culturas ancestrales hasta los superhéroes de cómic, que constituyen el modo moderno y subliminal de seguir creyendo que vendrá un hombre (o una mujer, es raro pero sucede) a pelear por nosotros, a hacernos justicia, a cambiarlo todo.
  

El mito del héroe se reinventa de tanto en tanto pero siempre respetando su esencia mínima: cualquiera puede cultivar el valor y el coraje para defender una causa justa. En este sentido, desde los antiguos mitos las gracias concedidas, los poderes o las virtudes sobrenaturales o extraterrestres, ayudan pero no determinan. Al final, son características terrenales, propias de la condición humana y de los valores universales lo que mueven a las personas hacia el heroísmo.
  

Las hazañas en combate siempre han sido inspiradoras. Ya sea por el enaltecimiento de las cualidades de un guerrero o porque representan un símil de la existencia misma. La vida es un constante combate del cual nadie sabe a ciencia cierta en que momento rendirse. Entender que los héroes dominan los miedos y siguen en la batalla es una manera de decirnos a todos que siempre podemos levantarnos y seguir adelante en contra de nuestros adversarios personales.
  

Pero pocas veces se enaltece también el lado vulnerable del héroe guerrero, el alto precio de mantener la fiereza, de hacer de la sed de triunfo el motor de nuestras vidas. Y es claro que para efectos hollywoodenses siempre resultaba mas rentable proyectar la imagen del vencedor que la del combatiente que apenas puede fuera del campo de batalla, hacerse cargo de las cosas simples que suceden a todos en la vida real.
  

En el cine, el soldado como héroe hollywodense y sus victoriosas hazañas de guerra fueron ampliamente difundidas en la década de los 40 y 50. El héroe soldado se convirtió casi en un género en sí mismo, una fórmula que se modificó muy poco a lo largo de los años y en la que el cine-espectáculo de aquella época fincó buena parte de su éxito taquillero. Una vez agotados los enemigos nazis, el ejército norteamericano luchó contra monstruos radiactivos, extraterrestres, monstruos, y finalmente, rusos y vietnamitas.
  

Esta imagen del soldado como héroe guerrero resulta tan exitosa que en realidad hay muy pocos intentos de usar al soldado para hacer una crítica a lo devastadora que puede ser la experiencia de la guerra en quienes de verdad exponen su vida en un campo de batalla por fines políticos que no comprenden del todo y que no les fueron – obviamente-consultados. Uno de los primeros – y destacados- intentos de hacer cine pacifista mostrando los horrores de la guerra lo constituye “Johnny tomó su fusil” ( “Johnny got his gun”, D. Trumbo, 1971) que muestra la historia de un soldado que vuelve de la guerra mutilado, reducido a un torso viviente que, sin embargo, tiene actividad cerebral. Johny pide morir, por lo que la película en su momento fue más escandalosa por plantear la justificación de la eutanasia que los horrores de la guerra. Pero Johny nos manda un mensaje todavía más profundo e importante: hay que estar mutilado, ciego y sordo como para no darse cuenta que hay heridas más profundas en el alma de los combatientes que ni ellos mismos son capaces de aceptar, por temor a romper el mito del valiente soldado, que también a ellos les incrustaron con calzador durante el adiestramiento militar.
  

16 años después, uno de los directores más sobresalientes de nuestro tiempo, usaría el conflicto en Vietnam para avanzar en esta desmitificación en la gran pantalla. Stanley Kubrick con “Cara de guerra” (“Full metal jacket”, 1987), hace gala de su capacidad narrativa al mostrarnos el horror de la guerra interna, la debacle entre ser una máquina asesina sin sentimientos ni conciencia, que termina en graves quebrantos mentales y en daños irreversibles para la conciencia de un hombre.
  

En realidad, los daños que ocasiona la experiencia de la guerra se conocían desde que llegaron los primeros combatientes norteamericanos, como lo narra el documental para televisión “Wartorn 1861-2010” (J. Alpert y E. Goosenberg, 2010). Entonces llamado “fatiga de combate” los repatriados empiezan a tener dificultades para adaptarse a la vida en familia y a la de la sociedad en general. Depresiones profundas, violencia intrafamiliar y conductas antisociales, se convierten en componentes del síndrome de estrés postraumàtico, -que es el que lleva en la actualidad en trastorno- en donde insomnio, irritabilidad, conductas violentas, paranoia, delirio de persecución, pesadillas y visiones atemorizadoras y recurrentes, son algunos de los elementos que componen el cuadro completo.
  

Y en este sentido, una de las cosas que primero te llega a la mente al escuchar este descubrimiento, es el conmovedor discurso de John Rambo, al final de la película “First blood” (T. Kotcheff, 1982). John Rambo, un miembro de élite de la Fuerza Armadas en Vietnam pone en jaque a un pequeño pueblo después de ser tratado como indigente de manera injusta y discriminatoria. Rambo se inventa su propia guerra, único lugar donde se siente seguro, digno de honores y admiración. Entre sollozos, refiere como no puede conseguir empleo y cómo las pesadillas con visiones dantescas de la muerte de sus compañeros los acompañan siempre. Sí, entra perfecto en el diagnóstico que ya hemos referido.
  

Pero John Rambo podría habernos dejado esa imagen para recordarlo más dignamente que la que quedó plasmada en las secuelas que fueron filmadas dado el éxito taquillero que representó la primera película. Rambo, la final demuestra que el héroe guerrero invencible es menos creíble pero más rentable. Y que la fórmula a pesar de todo, funciona.
  

Es así que la postre, parece que nadie duda que el ejército norteamericano no puede estar conducido por blandengues sino por héroes valerosos, que constituyen en sí mismos un arma poderosa y letal.
  

Es así que nos toca el turno de conocer en este 2011 el origen de uno de los superhéroes más emblemáticos de los Estados Unidos y de hecho casi el origen mediático de la cultura del cómic y las historias de superhéroes; uno de los grandes legados de la época de la posguerra, sin duda.”El Capitán América, El Primer Vengador”, hace su entrada triunfal para coronar la serie cinematográfica de uno de los equipos justicieros mas exitosos del universo Marvel.( “The First Avenger: Captain America”. J. Johnston, 2011).
  

El Capitán América fue en su momento la imagen del ejército norteamericano, uno de los primigenios intentos (que resultarían exitosos a la postre) de que el poderío norteamericano se hiciera evidente y palpable no solo para los propios americanos sino para el mundo entero.
  

En este sentido, dos cosas llaman la atención de la propuesta cinematográfica de revivir al primer vengador para el cine: la sobriedad con que es presentado (acaso se trate de la cinta sobre los vengadores con más bajo presupuesto) y la habilidad para que el discurso antinazi no parezca anacrónico y fuera de lugar.
  

En ambos casos, el trabajo no debió ser menor. Las audiencias a este tipo de películas pagan por ver efectos cada vez más espectaculares, y la verdad es que aquí solo vemos unos cuantos, que se magnifican por uso del 3D, pero en realidad nada fuera de lo común. La apuesta entonces está en el guión y las actuaciones. Si hay que trasladar el argumento de la tradicional lucha del bien contra el mal a la época de la segunda guerra mundial sin que termine siendo una clase de historia y sin que el discurso parezca fuera de tono y lugar, entonces hay que enfocarse en la transformación de un chico común en un valiente y combativo guerrero que apela a valores que nunca pasarán de moda: la honestidad, la lealtad, la solidaridad.
  

El caso es que el discurso es mesurado, pero no desaparece. Y no desparece porque sencillamente no puede, el patrioterismo norteamericano le podrá ser prescindible, pero no su carácter de valiente luchador. En un mundo globalizado, las naciones desaparecen, pero los valores universales no. Y lo héroes nos siguen seduciendo, será porque después de todo, nos siguen resultando inspiradores y necesarios. A luchar por la justicia, pues…