Por Hugo Lara Chávez

Varios destacados cineastas mexicanos, como Carlos Carrera (La mujer de Benjamín), Alejandro González Iñárritu (Amores perros) o Gerardo Tort (De la calle) tienen en común la misma alma mater:
la Universidad Iberoamericana. Al lado de ellos puede situarse un
número considerable de cineastas con el mismo origen universitario y que han dirigido
largometrajes dentro y fuera de México, de distintos géneros y enfoques
temáticos.

Con motivo de los 50 años de la licenciatura de Comunicación de la
Ibero -la primera de su tipo en México- este miércoles a las 19:00 hrs. se inaugura una
muestra en la Cineteca Nacional de los largometrajes dirigidos por los
ex alumnos egresados de esta carrera, que se ha convertido en uno de
los semilleros más importantes del cine nacional, junto al CUEC y el
CCC. 

A la lista se añaden nombres como el de Gerardo Naranjo (Voy a epxlotar), Alejandro Gamboa (El tigre de Santa Julia); Roberto Sneider (Dos crímenes),  Gustavo Loza (Al otro lado), Busi Cortés (Serpientes y escaleras), Antonio Serrano (Sexo, pudor y lágrimas) o Alejandro Lozano (Matando cabos), quienes han contribuido con sus filmes, en las décadas recientes, a enriquecer el panorama del cine mexicano contemporáneo.

Es de llamar la atención que esta cantidad de cineastas haya pasado
por las mismas aulas, pues aunque ciertamente varios de ellos
completaron sus estudios cinematográficos en otras escuelas, la cifra
induce a pensar que ha sido positivo el aliento  que la Ibero da a sus alumnos que logran desarrollarse profesionalmente dentro del
cine.

Personalmente, me da satisfacción compartir con este grupo ese mismo
pasado universitario, junto a varios compañeros que se dedican con
entusiasmo al cine en distintas áreas, no sólo en la dirección, sino
también en  la
fotografía, el guión, la producción, la distribución y, desde luego, la
difusión e investigación.

Fue en la Ibero donde muchos compañeros nos familiarizamos con el
uso de la película de 16 mm y las cámaras de cine, incluidas las viejas
Bolex de cuerda. Con esos rudimentos y conocimientos básicos, se
hacían ejercicios iniciáticos y luego se intentaba contar historias con imágenes, producir
cortometrajes que en un gran número eran fallidos e intrascendentes.
Pero esas primeras lecciones a veces lograban sembrar en la cabeza
nociones más serias sobre el quehacer cinematográfico. Varios maestros
estimables contribuyeron a pensar en el cine como una necesidad creativa o, mejor, como una necedad que había que desahogar algún día.

Pero para evitar lo que pudiera parecer un panegírico de la Ibero, cabría hacer notar que los cineastas que han salido de sus aulas
y han logrado producir sus películas, lo han hecho a partir de su personal inquietud y su determinación, por su propios riesgos y méritos. Salvo en contados casos, la
Ibero no ha producido sus filmes ni ha intervenido en ellas más allá de alguna relación secundaria. A caso, el papel de la Ibero ha sido fundamental en su formación, como una entidad que los ha estimulado y, en cierta medida, les ha ofrecido nociones consistentes para seguir adelante en la aventura de hacer y pensar el cine mexicano, en medio de todas las dificultades que lo rodean. Lo que es, a finales de cuentas, uno de los aspectos más valiosos que puede ofrecer una educación educativa: fortalecer la actitud para seguir creciendo.

En hora buena para el departamento de comunicación, para los profesores que son o han sido parte de su cuerpo académico (en especial para nuestro buen amigo Fernando Moreno, el More); para la
directora de la carrera, Gabriela Warketin, y para el apreciado coordinador
de cine, Jaime Ponce. Todos ellos han podido mantener la enseñanza de esta
disciplina como un área clave de la Ibero.

La muestra retrospectiva títulada Número de Cuenta,
que se presentará hasta el 25 de agosto, es amplia pero no exhaustiva, pues faltan nombres como el de Guillermo Arriaga, la ausencia más notable, quien recientemente dirigió The Burning Plain. Sin embargo, el programa comprende filmes como Todos hemos pecado de Alejandro Ramírez; Mi último día, de Segio Tovar; Laguna de dos tiempos de Eduardo Maldonado; Mujeres de la Revolución Mexicana de Ana Cruz; Llaneras de Patricia González; Crónica de un desayuno de Benjamin Cann; Opera de Patricio Riveroll, Vuelve a la vida de Carlos Hagerman; El ombligo de la Luna de Jorge Prior; Bajo la sal de Mario Muñoz; Daniel y Ana de Michel Franco; Malos Hábitos de Simón Bross; Oveja negra de Humberto Hinojosa; Korda, fotógrafo de la revolución de Alejandro Strauss; Las 101 formas de Stanley de Erik Zavala; Segundo siglo de Jorge Bolado, y otras.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.