Por Jon Apaolaza
Noticine.com-CorreCamara.com

El cineasta hispano-mexicano Diego Quemada-Díez acaba de obtener un nuevo reconocimiento para su opera prima, “La jaula de oro”, una nueva aproximación al fenómeno de la emigración centroamericana a través de México a Estados Unidos, que se estrenó en Cannes y fue premiada en Lima y San Petersburgo, entre otros certámenes. El pasado fin de semana se llevó el Ojo de Oro, máximo galardón del Festival de Zurich. Y su carrera internacional continúa, ya que en pocas semanas estará en Morelia. Dialogamos en exclusiva con Quemada-Díez sobre su film de debut, los cineastas que admira y el problema de la inmigración.

– ¿Cómo es esa “Jaula de oro”?

“La jaula de oro” narra la historia de varios adolescentes que viajan hacia Estados Unidos con la esperanza de realizar su sueño. Habla de los obstáculos del viaje y de esta problemática entre el norte y el sur: las migraciones y la falta de oportunidades que hay para la juventud, así como la situación de los inmigrantes en EEUU, las dificultades para atravesar México, los abusos a los que son sometidos y también otra serie de dificultades a las que tienen que hacer frente en los países expulsores: Guatemala, Honduras, El salvador…

– Recordamos películas como “Sin nombre”, o hace menos “La vida precoz y breve de Sabina Rivas”, que han tratado el mismo tema. ¿Qué brinda de novedoso la suya?

La película esconde una gran cantidad de investigación. Ha habido más de seiscientos testimonios, mucha tensión al detalle, mucha honestidad en tratar de ser fiel. Queremos mostrar esta realidad contemporánea que está ocurriendo, identificarla y comprimir todos los testimonios en un personaje, en el protagonista. Nuestra intención es provocar la identificación del espectador con ese personaje, crear una estructura narrativa que nos permita reflexionar. Yo me fui de mi país (España) hace ya 17 años, por lo que también he intentado plasmar esa búsqueda personal de un lugar donde realizarte como persona, así como el aprendizaje que yo he experimentado a través de ese proceso. También por otro lado, pretendía que la cinta contuviese una poética. Aunque los poemas no aparecen literalmente, sí los manejaba siempre como parte de lo que quería comunicar. Me encanta Stevenson, y tiene un ensayo en el que habla de que una gran obra tiene que contener una dosis de realismo e idealismo. Tiene que haber un balance entre los dos. Es lo que para mí ha hecho que el proyecto tenga una huella personal.

– ¿Cuáles son las inspiraciones que tiene como realizador?

El director que más me ha marcado a nivel de realización de una película es sin ninguna duda Ken Loach en “Tierra de libertad”. Yo era asistente de cámara y me acuerdo que había trabajado con el gerente de producción, y me dijo “¿sabes hablar inglés?”. Respondí que sí. “¿Sabes cargar chasis?” De nuevo afirmé. “Ok. Pues empezamos una película el lunes”. Me dio el trabajo y fue una experiencia alucinante.

– Esa no fue su única colaboración con Loach. ¿Qué es lo que más y menos le gusta del cineasta británico?

Tuve la oportunidad de trabajar con Ken Loach en tres películas: “Tierra de libertad”, trataba sobre la guerra civil española y la búsqueda de la utopía en las milicias anarquistas donde hombres y mujeres luchaban contra el fascismo, “La canción de Carla” y “Pan y rosas”. Para mí fue muy importante esa experiencia porque considero que hay un sentido político en todo cine, pero en su cine particularmente, hay una humanidad. Es un cine social, conectado con la realidad contemporánea y a mí eso me inspiró mucho. Es cierto que él es demasiado literal con su discurso político y eso a mí no me gusta tanto. Creo que es necesario un discurso político o algo que uno quiera comunicar con sus obras, pero tiene que ser sutil y tiene que permitir que el espectador lo descubra por sí solo. Pero trabajar con Ken fue una maravilla y aprender su método un placer: filmar en continuidad, que los actores tengan una experiencia vital, que vayan viviendo una experiencia que ellos van descubriendo… Empiezas la película en la página uno del guion y la acabas al final. Vas filmando en orden, los actores no conocen la historia, la van descubriendo en el proceso y eso le da mucha naturalidad a las actuaciones y conlleva que el proceso sea poderoso, que contenga una verdad y luego te preocupas de crear el contexto que provoca los comportamientos de ellos. Lo único que uno intenta es que ellos sean ellos mismos ante una situación y simplemente la vivan y reaccionen como lo harían en la vida real. Es una dirección indirecta. Nunca les dices “tienes que hacer esto”, sino que lo haces y provocas indirectamente una situación.

– En su película eligió a muchachos no profesionales para ser los protagonistas. Hábleme de ese proceso y sus resultados.

El casting es lo más importante. En el mío hubo más de 6000 niños. Es la clave, el 50 por ciento de una buena película es enfocarse mucho en el casting, y dejar que sean ellos mismos. Tratar de que se acostumbren a la cámara, de que la cámara se haga invisible y de que la cámara documente esa realidad que ellos están viviendo. Otra cosa que aprendí de Ken es que la cámara tiene que estar siempre a la altura de los ojos del personaje, que no hay que ponerla donde no habría un ser humano, que no se utilicen grúas, travelling… Que no haya construcciones que te saquen de la historia, del personaje… Y tratar de que el espectador sea uno mismo, que con la cámara sea un observador de esa realidad y a través de la identificación, de la poderosa manipulación que tiene el cine, que es identificarte con un personaje.. Que una persona de Kansas pueda hacer este viaje a través de México y que nunca pueda ver de la misma manera a un inmigrante. Ken fue mi influencia más importante y no sé… A ver si ve la película, porque ya tiene distribución en Inglaterra y espero que la vea. Estoy nervioso porque él es muy crítico y a ver qué le parece. Pero tengo muchas ganas. Él es un gran maestro, un gran mago del cine.

– El tema de emigración es un problema sumamente complejo en el que empezando por los gobiernos de la zona todo el mundo se lava las manos, mientras Estados Unidos intenta cerrar sus fronteras. Personalmente, ¿se le ocurre a usted alguna solución práctica, más allá de las de mejorar las economías de los países emisores, que no es ni fácil ni se puede conseguir pasado mañana?

Las principales quejas de los inmigrantes siempre eran la corrupción política, o sea cuestionan a los líderes, su enriquecimiento personal. El no mirar por el bien de la gente, el no tener políticas sociales, de desarrollo económico. Ellos hablaban del tratado de libre comercio, de la destrucción de la producción nacional en México, de la destrucción de empleo en muchos pueblos donde ya no hay trabajo. Entonces, inevitablemente la solución tiene que pasar por estimular la producción nacional. Por otro lado, tenemos esta fuerza monstruosa de la globalización y las transnacionales que ya realmente son las que están controlando la mayoría de las políticas de los gobiernos. El otro día, veía el documental de “El lobo feroz”. Qué barbaridad, trata de cómo controlan todas las corporaciones. Ya están controlando la política de Bruselas y la de la Casa Blanca. Es grave el problema porque te planteas qué hacer ante esta fuerza de las transnacionales. Inevitablemente hay una cuestión política y otra económica que parte de desarrollar la producción nacional, de que los líderes tengan una mayor ética, pero también pasa porque en Latinoamérica nos queramos más a nosotros mismos, que nuestra autoestima aumente, que creamos que merecemos algo mejor. ¿Por qué un estadounidense viaja a México o a Centroamérica y no necesita ningún tipo de visado y a un mexicano o un centroamericano se le hace imposible entrar? Te humillan, te desprecian… No tiene sentido. Hay cosas que asumimos como normales pero realmente no lo son. Son totalmente cuestionables.

– ¿Tendría entonces EEUU que abrir sus puertas a esos inmigrantes?

Una solución muy concreta para la problemática en Estados Unidos sería crear contratos temporales, de seis meses o un año, para que la gente pudiese ir a trabajar. Así recogerían fruta o lo que sea, ganarían el dinero y regresarían a casa. El problema es que como hay un vacío legal total y esta hipocresía tan grande y como el enfoque es en la criminalización del inmigrante y la represión no se está permitiendo que la gente vaya a ganarse la vida y luego volver. Entonces, se fragmentan las familias, la gente se tira diez años desconectada de su tierra, de su pueblo, de su gente. Y si se gestionaran visados temporales donde la gente pudiera trabajar y volver… Ellos te dicen: “Yo no quiero quedarme en EEUU pero la familia depende de mis ingresos” y como hay un problema de papeleo, entras y no sales, que es también el por qué del titulo de la película, “La jaula de oro”, una metáfora del encierro que sufre el inmigrante. Hay soluciones, pero no hay voluntad para solucionar la raíz estructural del problema. Yo creo que también estamos en un momento en el mundo en el que la idea de que no hay solución, de que todo lo tenemos que asumir se repite. Hay un derrotismo… Creo que es parte del no querer cambiar las cosas porque considero que el ser humano tiene la capacidad de abolir estos problemas. El ser humano tiene una capacidad creativa impresionante y creo que podemos crear una realidad más justa. Yo quiero lograr algún tipo de impacto positivo; obviamente, no puedo cambiar el mundo de la noche a la mañana. Sería muy pretencioso por mi parte, pero sí intentar que cada uno, con nuestro granito de arena, nos enfoquemos más en los contactos humanos y no tanto en esta explotación de las personas. Es como esa escena de “Los hermanos Marx en el Oeste”, que van destruyendo el tren, y van metiendo los vagones, las maderas, en la caldera de la locomotora… Para que vaya más rápido. ¿A dónde vamos con esta obsesión por la productividad y el materialismo? ¿Por qué no nos enfocamos también en aspectos más humanos y espirituales de la existencia?

Por S TP