Por Sergio Huidobro
Hugo Lara (Ciudad de México, 1969) llega cada mañana a encabezar su equipo de filmación y trata, por todos los medios posibles, de olvidar que se trata de su primera experiencia como realizador. No hay ni ensayo ni error; el ríspido mundo de la creación cinematográfica rara vez da segundas oportunidades, y Lara no va a desperdiciar la primera.
“Cuando los hijos regresan”, su ópera prima, se filma actualmente en locaciones de la ciudad de México. En la elección de escenarios y atmósferas –del Quiosco Morisco de Santa María a la Antigua Hacienda de Tlalpan– se intuye la mirada del mismo investigador apasionado que hace casi diez años montó la exposición “La ciudad del cine” (2008) y editó libros entrañables como “Ciudad de cine” (2011) o “Una ciudad inventada por el cine” (2006). Desde niño, Lara está enamorado de la ciudad y del cine, aunque uno como otra le hayan dado también sendos dolores de cabeza. Su primera cinta, basada en un guión propio, es resultado de ambas vocaciones.
No es una ópera prima como tantas otras, víctimas prematuras de su propia inexperiencia, fabricadas con una idea errática, incierta o presuntuosa del lenguaje audiovisual: empaques técnicamente robustos que, en realidad, no tienen nada que decir. Sus firmantes suelen ser cineastas primerizos, dotados de una amplia cultura fílmica y desprovistos de casi cualquier cultura de otra índole.
Sin embargo, Cuando los hijos regresan tampoco parece, hasta ahora, uno de esos productos de baja factura y descarada hambre comercial que han capitalizado, como nadie, los lucrativos beneficios fiscales del EFICINE: cine hecho no por cineastas, productores ni guionistas, sino por departamentos de marketing, publicistas y estrellas de televisión.
Aunque se trate de un cineasta primerizo y aunque, en efecto, la película haya recurrido a dichos mecanismos fiscales para darse un presupuesto decente, nadie más autorizado que Lara para meterse a un set por primera vez. Su conocimiento del cine mexicano, internacional, y de los intríngulis del lenguaje visual, las estructuras narrativas o los matices de un registro actoral están demostrados en su largo hacer como crítico, investigador, gestor cultural, curador, guionista, ensayista o productor. Sus libros “Cine antropológico mexicano” (2009), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-2011” o el reciente “Dos amantes furtivos: cine y teatro en México” (2015) suelen ser abordajes frescos, desde ángulos novedosos, hacia la historia o la industria cinematográficas. Aunque sea su primera vez como capitán de un set, el realizador lleva media vida preparándose para esto, incluso sin saberlo.
Lara y su productor, Javier González Rubio, se las han arreglado para que Carmen Maura se enamorara del guión y aceptara encarnar a la matriarca española de una familia mexicana, al lado de Fernando Luján. Juntos, enfrentan en la tercera edad, ya en el retiro, una calamidad mayor para cualquier pareja de ancianos: un trío de hijos profesionistas que vuelven a vivir a casa, con sus vidas incompletas a cuestas. El elenco, completado por Cecilia Suárez, Irene Azuela o Francisco de la Reguera, hace intuir un billar de temperamentos histriónicos, dinámico, calibrado y, cuando se requiera, hasta histérico.
En el título hay un guiño a un clásico relativamente olvidado del cine mexicano. “Cuando los hijos se van”, de Juan Bustillo Oro, es una película de 1941 cuyo argumento es síntoma de las estructuras familiares mexicanas durante la primera mitad del siglo, esas que estaban a medio camino entre las familias del Porfiriato y la revolución de los sesenta. Sin llegar a ser una secuela ni un homenaje directo, la película de Lara (que planea su estreno para el otoño de 2017) intenta un acercamiento similar a las estructuras familiares del nuevo siglo, esas donde los hijos queman todas sus naves no para salir de la casa paterna, sino para permanecer en ella. El resultado son casas que resguardan a dos, tres o hasta cuatro generaciones bajo el mismo techo. Lara, González Rubio y su portentosa pareja protagónica han apostado por el humor como espejo para nuestros vicios socioculturales. El saco estará hecho a la medida de quien quiera probárselo, padres o hijos por igual.