Por Pedro Paunero
“Rehnquist reguló el control del volumen, atraído por el montaje de escenas violentas que precedió al resumen del canal por cable C-SPAN sobre el subcomité Stodder. Un crítico cinematográfico agitaba un cartel medio roto, saboreando su aparición ante las cámaras.
—Es la película más censurable que se haya filmado jamás —exclamó—. Lo que deberíamos preguntarnos es si la gente se siente tan molesta por la infamia del asesino o porque les es presentado bajo un criterio tan positivo y comprensivo”
La antología de relatos inéditos de terror, “Masques II”, de J. N. Williamson, publicada en español como “Horror 7” por la editorial Roca, incluye el cuento “Cine catastrofista, un relato de advertencia”, de Douglas E. Winter, al cual pertenece el fragmento anterior. El 30 de enero de 2021 se cumplieron 40 años del estreno, en Nueva York, de la película “Maniac”, de William Lustig, que ha “gozado” de la fama de censurable e infame y que, antes, en mayo de 1980, ya se había pasado en el Festival de Cannes. No fue sino hasta 1982, en que fue exhibida en México, tenía, pues, yo tan sólo 9 años de edad cuando, una de mis primas, mayor que yo, en aras de verse a escondidas con el novio, nos “invitó” al cine a mi hermana menor y a mí, donde daban “Maniac” precisamente, en un desaparecido cine estatal, de aquellos manejados por la COTSA, de triste memoria.
En aquella inmensa sala de la provincia mexicana –el cine “Tuxpan”, en la Ciudad y puerto del mismo nombre, al norte del estado de Veracruz–, nos dejaron pasar, sin ningún tipo de restricción. Mis recuerdos de “Maniac” son, desde entonces, los de una experiencia al margen de lo aceptado, de lo clandestino, y de una serie de asesinatos extremos, ante los que mi hermana cerraba los ojos y antes los que yo permanecía inmóvil, horrorizado pero, a la vez, fascinado ante la reacción del público. Porque el público –me consta–, abandonaba la sala cada dos por tres ante la continua y sucesiva ola de violencia mostrada en la pantalla. ¿Sería exagerado afirmar que, fue este y no otro, el filme que despertó en mí al crítico que todos llevamos dentro, y que, desde aquél día, siempre miro en torno, buscando las reacciones emocionales del público, en la sala del cine?
Es fama que, el crítico de cine Gene Siskel, condenó la película en el programa de televisión que tenía con Rogert Ebert, al calificarla de “irredimible”, y “ultra violenta”, dando al traste con una inteligente campaña de publicidad que se había montado, previa al estreno, y que consistía en pasar algunas escenas sangrientas, en unas pantallas puestas fuera de los cines; la ultra violencia a la que Siskel se refería, por supuesto, era más que a otras, a la mostrada en la celebérrima escena en la que Frank Zito (Joe Spinell), ese asesino en serie –el “maniaco” del título–, que mata mujeres para escalparlas y clavar sus cabelleras sobre maniquíes, le vuela la cabeza de un escopetazo a otro novio clandestino, en una cita furtiva con una chica que –según el diálogo–, tiene pareja, pero ha salido de buena gana con este último. El chico de la cabeza despedazada –“Disco Boy”, según los créditos– es Tom Savini, ni más ni menos, el afamado creador de efectos especiales para película de horror (ya había trabajado con George A. Romero en “El amanecer de los muertos”, dos años antes), quien se prestó –con sus propios maquillajes y el mismo “dummy” de cabeza explosiva, usado para la película del padre de los zombis caníbales-, para morir horriblemente en la cinta, en la cual, por cierto, el extra que disparó a ese dummy, no fue otro que el mismo Savini, quien puso toda su experiencia como veterano de Vietnam para imitar el efecto de un disparo real, del calibre 12, sobre una cabeza humana.
La historia seguía las pautas ya dadas en películas anteriores, desde la “Psicosis”, de Hitchcock, pasando por “El fotógrafo del miedo”, de Michael Powell, que exploran, superficialmente, la psique trastornada de un asesino debido a haber sido traumatizado desde niño; de esta forma, Frank –que escucha voces–, es capaz de degollar, estrangular, disparar con escopeta, apuñalar y atravesar con una espada, a sus víctimas femeninas, incluyendo a dos hombres, el citado “Disco Boy” (un Tom Savini de mirada y comportamientos aún más psicóticos que el propio personaje de Frank), y un muchacho degollado en la playa con una cuerda de piano. Para abaratar costos, Lustig, que provenía del mundo del cine de explotación –en el que ha continuado, de buena gana, a través de su productora Blue Underground–, contrató a Abigail Clayton (en los créditos como Gail Lawrence), una de las actrices de la “Edad de oro del porno”, con ya varias películas en su haber, para el papel de la modelo Rita, una de las víctimas que morirá apuñalada. El papel de la fotógrafa Anna D´Antoni, con quien Frank entabla una imposible relación amorosa, corrió a cargo de la hermosa Caroline Munro, esposa del productor Judd Hamilton quien, aparte de aportar parte del costo de producción, puso como condición el que ella actuara en el filme.
Para escapar a la Clasificación X, y acceder a un público más amplio –como pude comprobarlo, al ver la película a los 9 años de edad–, nunca se envió a la MPAA, pero aun así fue objeto de cierta censura, en la República Federal Alemana, por ejemplo, o en la prohibición de los carteles, que muestran a Frank con la cabellera de una de las mujeres en una mano, y un cuchillo en otra.
En 2012, con Lustig como uno de los productores, Franck Khalfoun dirige un remake en el cual, a pesar de lo apuntado en el fragmento del cuento de Douglas E. Winter, con el que abrí este texto (“lo que deberíamos preguntarnos es si la gente se siente tan molesta por la infamia del asesino o porque les es presentado bajo un criterio tan positivo y comprensivo”), jamás me ha parecido comprensivo el criterio con el que el Frank de Spinell actúa (y muy mal, por otro lado), sino al contrario, su personaje es detestable, y recibe una lección –imaginaria, por lo menos- por parte de los maniquíes-fantasma, que lo acosan y apuñalan antes de mostrársenos que ha sido un delirio, a diferencia del Frank que interpreta Elijah Wood, en el remake, un hombre que, este sí, promueve a compasión.
Vista a la distancia, la “Maniac” de Lustig, en comparación con el luminoso y onírico –buen– remake de Khalfoun, permanece como el filme de culto que es, barato, sucio, extraña y tangencialmente obsceno –como la “Psicosis”, de Hitchcock lo es, sin apenas mostrar desnudez–, y sumamente oscuro, a pesar del tiempo transcurrido.