Por Orianna Calderón
  

Sortear obstáculos e imposiciones es una habilidad cultivada por la documentalista rusa Marina Goldovskaya desde que -contrario a los consejos de su padre, el cineasta Goldovsky Evsei Mikhailovich- tomó la decisión de ingresar a la Escuela de Cine de Moscú a principios de la década de los sesenta. Viviendo en la misma casa que Dziga Vertov (1) y con compañeros de clase de la talla de Andréi Tarkovski, Marina adquirió las herramientas para convertirse en directora, guionista, camarógrafa y productora, de una treintena de documentales críticos respecto al devenir político de Rusia.
  

Mediante sensibles retratos de personajes apasionados, la también catedrática en la Universidad de California Los Angeles, ha logrado capturar momentos fundamentales en el tránsito del régimen estalinista a la búsqueda de una democracia post-soviética.
  

Invitada por Conaculta, Cineteca Nacional, Comexus, Mujeres en el Cine y la Televisión A.C., Sapeursmx y los exalumnos de la Universidad de California en México, el jueves 23 de junio Goldovskaya ofreció una plática en la Casa de la Universidad de California en México, con motivo de la retrospectiva de su obra que se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional del 25 de junio al 3 de julio.
  

Visiblemente contenta por tener la oportunidad de compartir una selección de sus películas con públicos fuera del circuito universitario estadounidense, la multipremiada documentalista habló de la forma en la que se convirtió en una mujer de la cámara. De hecho, esta frase-homenaje al clásico filme de Vertov El hombre de la cámara (1929), es el título de una autobiografía donde Goldovskaya escribe sobre el doble reto que vivió como cineasta en la Unión Soviética: mujer, en un oficio encabezado por varones; y crítica del autoritarismo que anula al individuo, en un régimen que no toleraba cuestionamientos ni conatos de conflicto.
  

Contrario a lo que le pronosticaban, su carrera la ha hecho sumamente feliz, con hijos, nietos y -afirma sonriente- no sólo un esposo. Incluso su padre, al ver su segundo documental, la felicitó por haber tomado la decisión correcta. Y el pequeño problema al que se enfrentó como camarógrafa hace más de cuarenta años, al tener que cargar las pesadas cámaras de 35mm, ha quedado superado con la tecnología digital.
  

Más difícil fue librar la censura estatal de la cual fue víctima en varias ocasiones; sin embargo, la estrategia que encontró fue tan efectiva, que se convirtió en leitmotiv de su cine: en vez de abordar macroproblemas abstractos al interior del régimen político, se concentró en personas extraordinarias, la mayoría con un conflicto existencial -vaya paradoja- esencial para seguir viviendo…gente obsesiva y apasionada con un trabajo, una idea, una misión.
  

Su primer filme, Raisa Nemchinakaya (1970) trata sobre una trapecista del circo soviético que, a los sesenta años, seguía trabajando sin red; cuatro años después de terminado el filme, Raisa murió ejecutando su acto en el circo.
  

La clave de un buen documental, consiste en encontrar al personaje correcto, afirma. Después, el reto es saber franquear las barreras entre ella-documentalista y la persona filmada: tener conversaciones en vez de entrevistas, saber hacer la pregunta adecuada en el momento correcto, ser honesta y amar al ser humano que se está filmando.
  

Así, mediante el retrato de un hombre sencillo, Un campesino de Arkhangelsk (1986) obsesionado con su proyecto de modernizar la granja de su padre con tecnología moderna, Goldovskaya pone en evidencia el fracaso de la colectivización forzosa del campo en la década de los treinta.
  

Con Solovki power (1987) -reconocido en los festivales de Moscú, Ámsterdam y Berlín- la documentalista alcanzó la fama internacional al crear un documento de gran valor histórico: reconstruye la realidad de Solovki, campo de concentración soviético que sirvió de modelo a los numerosos gulags donde centenas de miles de disidentes fallecieron por inanición, torturas y ejecuciones. Goldovskaya logró entrevistar a una serie de sobrevivientes de este campo que, mediante sus testimonios, entran en flagrante contradicción con la imagen de “centro de re-educación” con la que se presentó Solovki en el documental de propaganda homónimo filmado en 1928.
  

Una vez iniciado el tránsito hacia la democracia, el ojo crítico de Marina no ha cedido. Así lo demuestran películas como El espejo roto (1992), donde el discurso se vuelve más intimista, al revelar escenas de su boda y de la muerte de su madre; Los hijos de Iván Kuzmich (1997), en la que sigue a una generación de rusos nacidos en medio de opresión y guerras, pero que en su madurez se enfrentan a una nación que se quiere libre y democrática; o Tres canciones de la patria (2008), un recorrido por tres ciudades rusas donde aún se están negociando pasado, presente y futuro de la nación.
  

Uno de los fragmentos que integra Tres canciones de la patria (3), narra la despedida a la periodista Anna Politkovskaya, asesinada por su valiente labor de investigación sobre la cruenta situación en Chechenia. La más reciente película de Goldovskaya, El sabor amargo de la libertad (2011) es un conmovedor retrato de esa periodista que -como Raisa, protagonista del primer filme de Marina- murió al ejercer cabalmente un oficio que le apasionaba.
  

La retrospectiva también incluye la exhibición de La casa de la calle Arbat (1993), El príncipe regresó (1999) y Anatoly Rybakov: La historia de Rusia (2006). Lúcida, coherente y satisfecha con el rumbo que ha dado a su vida, Goldavskaya afirma en su libro La mujer de la cámara que, aunque busca hacer filmes severos, no pretende llenar al espectador de miedo y amargura, pues su llamado es hacia la comprensión y la memoria, no hacia la venganza ni la destrucción. Su obra es, así, una exhortación a la reflexión histórica, con miras a entender el porqué de la imperfección del mundo.
  

BIBLIOGRAFÍA
Goldovskaya, Marina, Woman with a movie camera, My life as a Russian filmmaker, University of Texas Press, 2006, 288 pp.
  

CITAS
  

(1) Bajo el régimen estalinista, cineastas y trabajadores de la Televisión Central de la Unión Soviética, vivían en el mismo inmueble. Hija de Goldovsky, Marina formó parte de dicha comunidad desde temprana edad.
  

(2) Una vez más, un homenaje a Dziga Vertov (cuyo verdadero nombre era Denís Abrámovich Káufman), quien en 1934 dirigió el filme Tres canciones sobre Lenin.