Por Pedro Paunero
En la película “La novia de Frankenstein” (Bride of Frankenstein; 1935), la continuación del clásico “Frankenstein” (1931), que tiene en común con la primera el haber sido dirigida por el diligente James Whale, se mostraba una escena inicial asombrosa en la que se recreaba algún momento posterior al de la legendaria “Velada de Villa Diodati”, en la que se reunieron Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Shelley, el doctor Polidori y Claire Clairmont, a contar cuentos de miedo a orillas del lago de Ginebra. Byron (Gavin Gordon) y Shelley (Douglas Walton) conversan, mientras fuera azota una tormenta, aludiendo a una Mary (Elsa Lanchester) sonriente y cursilona, que no deja de bordar, que nadie creería que tan dulce mujer, que teme a los relámpagos, hubiera escrito un libro tan aterrador como “Frankenstein o el moderno Prometeo”. La escena está teñida de una moralina exigida por los censores: Mary opina que su relato es una advertencia contra los mortales que se atreven a emular a Dios y se propone contar lo que sucedió a continuación de la supuesta muerte del monstruo (Boris Karloff otra vez). Es la primera alusión en el cine a Mary Shelley. Y es errónea. Los Shelley, Lord Byron y el doctor Polidori, prototipos del romanticismo literario, tanto ateos como titanistas, jamás habrían cometido la herejía de dar lecciones de moral a nadie, pero el cine sí, y eso fue lo que se propusieron los grupos religiosos que presionaron para aligerar la carga ateísta de este tipo de cintas que habían sabido beber de la fuente, más libre, del expresionismo alemán.
Existen, hasta ahora, tres películas que retratan aquel pasaje legendario de la literatura; “Gothic” (1986) del desproporcionado Ken Russell, con Gabriel Byrne en el papel de Byron, Julian Sands en el papel de Shelley, Timothy Spall en el papel del Dr. Polidori, Myriam Cyr en el papel de Claire Clairmont y Natasha Richardson en el papel de Mary; “Remando al viento” (1987) del español Gonzalo Suárez, con Hugh Grant como Byron, con Valentine Pelka como Shelley, con José Luis Gómez como Polidori, con Elizabeth Hurley como Claire Clairmont y Lizzy McInnerny como Mary y la conscientemente kitsch adaptación de la novela “Frankenstein desencadenado” de Brian W. Aldiss, que dirigiera Roger Corman en 1990, con Raul Julia como Víctor Frankenstein, Nick Brimble como el monstruo, Jason Patric como Byron, Michael Hutchence como Shelley y Bridget Fonda como Mary. Las dos primeras películas citadas, a pesar de sus deficiencias, son interesantes en su intento de retratar las relaciones tormentosas que estos míticos personajes de la literatura entablaron entre sí.
En la película biográfica “Mary Shelley” (Haifaa Al-Mansour, 2017), la delicada Elle Fanning interpreta a nuestra autora, Douglas Booth al genial, cariñoso y algo mentiroso Percy Shelley, que oculta su anterior matrimonio al enamorarse de Mary, Tom Sturridge interpreta a Lord Byron, que en esta ocasión retratan decadente, ambiguo, con tendencias bisexuales (como hiciera Ken Russell en su salvaje versión), Bel Powley a la alocada y sexual Claire Clairmont, Stephen Dillane a William Godwin, padre de Mary, que se mueve entre el reconocimiento a su hija (fue él quien la educó y encaminó, después de todo) y el rechazo cuando, por cumplir con los ideales de sus padres, Mary se descubre pareja libre de Shelley, Ben Hardy interpreta al apocado Dr. Polidori e incluso realiza un “cameo” en analepsis, Samuel Taylor Coleridge, interpretado por Hugh O’Conor, caído héroe literario de Mary y Shelley, que los acompaña a un Picnic y no vuelve a aparecer en la película.
Su directora carga la responsabilidad histórica de ser la primera cineasta de Arabia Saudita. En 2012 esta cineasta se dio a conocer internacionalmente, tras rodar varios cortos bastante premiados, con “La bicicleta verde” (Wadjda), basada en una anécdota de su propia sobrina, una niña de diez años de edad que desea tener una bicicleta en un país con una grave carga sexista. La pequeña no sólo quiere la bicicleta para sí sino para competir con un amigo suyo y hará lo imposible para conseguirla, como vender pulseras y competir en un concurso de memorización del Corán. El trabajo de Haifaa, por razones obvias, se ha visto encaminado a evidenciar el destino de la mujer en el mundo árabe y en la historia humana. El rodaje de “Mary Shelley” comenzó en 2014 y finalizó en 2017, con un estreno en mayo, en los Estados Unidos, y que se dará hasta el mes de julio en el resto del mundo.
La biopic se abre con la imagen de Mary sentada con la espalda apoyada sobre la lápida de su madre, Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, autora de “Una vindicación de los derechos de la mujer”, fallecida al poco de nacer Mary. Se la ve leyendo novelas de terror y teniendo desavenencias con su madrastra, Mary Jane Clairmont madre, por parte de un matrimonio anterior, de un pequeño, Charles y de Claire, que pasaría a la historia como parte del grupo de románticos que se dieran cita en aquella velada. Comienza lentamente y parecería mantenerse en este estado de tedio hasta que, por fin, cuando Percy Bysshe Shelley aparece, la trama avanza a través de los encuentros semi clandestinos de este con Mary, de cuyo padre es admirador y alumno, con los encontronazos con su anterior esposa e hija, el encuentro con Lord Byron en el teatro y el descubrimiento de que este admira la obra poética de Shelley, la incitación de Shelley, que no creía en la monogamia, a que Mary tome como amante a su co-autor Thomas Jefferson Hogg (interpretado por Jack Hickey), el espectáculo proto granguiñolesco del galvanismo, que inspiraría a Mary la idea central de la reanimación de los cadáveres para su obra magna, el tibio (en esta película) repudio de Godwin al comportamiento de libre sexualidad de la pareja, la huida en plena noche de Mary y Claire con Shelley, la invitación de Byron a Suiza, la tormenta que los mantiene en la mansión y que provoca la idea y reto, por parte de Byron, de escribir cada uno, menos Claire, historias de terror mientras permanecen encerrados, la confesión de Byron de que a Claire Clairmont no la considera su amante sino un juguetito sexual de ocasión, las borracheras poéticas y vinícolas, el descubrimiento consciente de que, tanto Mary como Polidori, han dado a luz a un par de monstruos literarios de los cuales sus autores no son reconocidos como tales (“Frankenstein” se publicó, al principio, de forma anónima y se le atribuyó a Shelley, por su parte “El vampiro” fue atribuido a Lord Byron, figura, por cierto, inspiradora de Polidori para su personaje), la muerte de la hija de Mary y Shelley, el suicidio de la primera esposa de Shelley, y, por fin, el reconocimiento público del genio de Mary, son los elementos que mantienen a flote esta producción musicalizada de manera melosa y con buena fotografía.
El dionisismo, avant la lettre, que impregnaba la vida y actos de Byron y Shelley y que sabría dibujar poderosamente el Jim Morrison de Val Kilmer en “The Doors” (1991) de Oliver Stone, se echa de menos en esta biopic. La película de Haifaa Al-Mansour adolece de todo aquello que adolecen la mayoría de las películas biográficas, una falta de profundidad y una tendencia al melodrama, y apenas aporta algo que no hayan tratado de aportar las versiones anteriores, ya sea desde el escándalo, como en el caso de “Gothic” de Ken Russell o desde la tibieza paisajista de la versión de Gonzalo Suárez.
Sus puntos a favor: acercar la historia, enfocada particularmente a Mary, al contrario que en las otras películas, cuya especial intención era recrear la velada que dio por nacimiento al moderno género de la ciencia ficción y el terror, a las nuevas generaciones al poco tiempo de cumplirse el bicentenario de la novela “Frankenstein o el moderno Prometeo”.