Por Javier Tapia Sierra.
La venganza es un tema recurrente en todas las formas narrativas conocidas y es que la mente humana siente una fascinación que raya en la perversidad por temas que la acerquen al lado oscuro de la vida. Y la venganza es un excelente detonador para mostrarnos este lado de forma clara y concreta. No hay nada más aterrador que un ser humano que no tiene nada que perder y tampoco nada que ganar, un ser humano cuya única motivación es una obsesión que no lo deja cerrar sus heridas y más bien las mantiene frescas y sangrantes para sentirse vivo. Y es un alma vengadora la protagonista del último filme del suizo Fréderic Mermoud.
En “Moka”, conocemos a Diane (Emmanuelle Devos) una mujer cuyo hijo falleció atropellado y el responsable se dio a la fuga. Tras el siniestro, Diane se vuelve una mujer taciturna, emocionalmente seca y con un profundo resentimiento que la hacer caminar a la orilla del abismo, y en esa orilla somos testigos de sus planes de venganza y cómo estos la llevan a una persecución que termina cuando encuentra a Marlène (Nathalie Baye) y su esposo Vincent (Olivier Chantreau), un matrimonio dueño de un automóvil color moka, justo como el automóvil que dejo sin vida a su hijo.
Ver como Diane, desciende a los infiernos lentamente y comienza a desmoronarse y reconstruirse con cada paso que da para concretar su venganza es el punto fuerte de la película y aunque bien realizado, sobre todo por el talento histriónico de Emmanuele Devos y Nathalie Baye que nos permiten profundizar en la psicología de los personajes, no logra por sostener todo el peso narrativo de forma adecuada, dejando la película varada y sin destino por varios momentos de los que la narrativa no se recupera.
Quizás uno de los elementos de “Moka” que le juegan en contra a la película es su duración, pues pareciera que la idea que el director pretender mostrar sobre la venganza, no es lo suficientemente bien explorada en la hora y media que dura el film. En cierta forma el ritmo se siente apresurado, casi atormentado por acabar y se opta por sacrificar coherencia en diversos niveles, apostándole a una emotividad que se siente artificial y vacía.
No obstante las notables fallas narrativas, Mermoud logra sacarle provecho tanto al elenco con el que cuenta como a las locaciones utilizadas. Por un lado, el elenco consigue fluir con naturalidad y en manos de un director más ambicioso o experimentado podría haber sido aprovechado al máximo. Por el otro lado, la fotografía de Irina Lubtchansky, logra captarla belleza imponente de lugares poco conocidos de Francia, con sus tonos fríos y encuadres estilizados.
En resumen, aunque contaba con una historia muy interesante y con el talento de dos actrices más que habilidosas, en “Moka” Fréderic Mermoud se queda corto con las expectativas y la película termina por quedar en una anécdota que tenía potencial para ser algo sino extraordinario, sí profundamente humano.