Por Diego Martínez García
Premio Distrital

Premio Distrital
Crítica 2 de 3 (Escrita durante el seminario)


El célebre escritor uruguayo, Eduardo Galeano, comienza su libro ‘Las venas abiertas de América Latina’ de la siguiente manera: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta.”

Por otro lado, el periodista polaco Ryszard Kapu?ci?ski justificaba el que sus trabajos abordaran al ser humano, siendo su foco de atención los pobres, bajo el argumento de que estos ‘constituyen el 80% de la población de este planeta’. Quizás, fue una premisa similar la que impulsó al cineasta español radicado en México, Diego Quemada-Diez, a realizar su primer largometraje “La jaula de oro” (2013).

Mediante la construcción arquetípica del migrante como protagonista de la historia, Quemada-Diez articula cada uno de los órganos de aquel ente etéreo, personificado por cuatro adolescentes centroamericanos en su trayecto hacia Estados Unidos, a bordo de ese gigantesco y vetusto tren denominado “La bestia”: Juan (Brandon López), un emprendedor y envalentonado cabecilla del grupo. Sara (Karen Martínez), una mujer en pleno desarrollo que decide cortarse el cabello y ataviarse como hombre para evitar una probable violación en el trayecto. Samuel (Carlos Chajon), quien tras el primer intento por cruzar la frontera, y la posterior deportación, decide abandonar a sus amigos y quedarse en Guatemala, y Chauk (Rodolfo Domínguez), un indígena tzotzil que se une insistente y lealmente al grupo a pesar de los obstáculos lingüísticos.

La película se presenta como una ficción finamente documentada, respaldada por una investigación laboriosa y un evidente trabajo de campo; o bien, como parte de una generación de filmes mexicanos docu-ficcionales que, desde años recientes, han difuminado la frontera entre ambos géneros para la creación de novedosos y originales híbridos.

Gran parte de este manejo documental se sustenta en la fotografía de María Secco, quien realiza un trabajo formal impecable al retratar no sólo los escenarios y a los protagonistas del filme, sino a los personajes de la Historia: centenares de migrantes que viajan diariamente a bordo de “La bestia”, quienes se refugian en albergues como el del emblemático padre y defensor de los derechos humanos, Alejandro Solalinde, y quienes construyen socialmente la realidad de un fenómeno latente.

Inmediata es la referencia al documental “La frontera infinita” (2007) de Juan Manuel Sepúlveda, quien aseguró sentir una mezcla de amor “por la esperanza representada en todos los migrantes, y odio por la polarización mundial de este fenómeno social y la criminalización que se ha hecho de éste.” En él, Sepúlveda retrata el accidentado camino de los migrantes mediante testimonios que dan certeza de los abusos de autoridad, los peligros frente al crimen organizado o las diferentes formas en que han sido mutilados por aquella “bestia” que abre sus fauces cuando la montan esperanzadamente. Como mutilado es el migrante protagonista en “La jaula de oro”, ese grupo de adolescentes que con el paso del tiempo y la distancia se va desmembrando y perdiendo cada una de sus extremidades para concluir con el desencanto de una irremediable soledad.

La jaula de oro retrata de manera fiel esa constante y –aparentemente– eterna fatalidad del migrante en su infinito camino, que no por trágica es melodramática, sino parte de una realidad vigente en la historia de América Latina: “la región de las venas abiertas”. Representa el terreno de la vejación recurrente e impune enunciado en el son de la caña: “Que yo soy como la caña. Que me queman y no muero.” Y dibuja un espacio onírico simbolizado por la nieve como elemento inexistente en el sur de esa frontera que, no por ser atravesada deviene satisfactoria; pues, como ya entonaban los Tigres del norte, “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión.”  

 

 

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