Por Lorena Loeza
  

De todos los monstruos clásicos que el cine construyó durante el siglo pasado, el vampiro es el único que debió ser transformado paulatinamente dada su evidente habilidad de seducción. Un vampiro humano, que debe beber sangre para sobrevivir, es en realidad una romántica y exquisita metáfora de lo que significa vivir del aliento sofocado del otro. Y la verdad es que la interpretación del acto de morder el cuello para succionar, ha dado a lugar a muchos análisis sobre la naturaleza sexual del monstruo y del voyeurista espectador que cada vez lo fue encontrando más interesante.
  

Un asunto relevante en el intento de hacer el recuento de la construcción del personaje del vampiro en la pantalla grande, es que es casi tan antiguo como el cine mismo. Los primeros vampiros que se hicieron en pantalla datan de la primera época del cine silente y en blanco y negro de principios de siglo. Como rasgo inicial y característico de estos primeros vampiros, está su extracción literaria, ya que tanto Rudyard Kipling, como el propio Bram Stoker son los primeros autores cuyas obras sobre el tema son llevadas al cine. En el caso de Kipling, es importante decir que se trata de un poema titulado “El vampiro” publicado en 1897 (curiosamente, el mismo año en que se publica Drácula de Stoker).
  

Sin embargo, nadie podría negar la indiscutible importancia del relato de Stoker para construir al vampiro como personaje y convertirlo en un icono de la cultura popular a nivel global, desde que fue escrito y hasta nuestros días. Si bien es cierto que leyendas acerca de criaturas bebedoras de sangre de diferentes tipos, pueblan las narraciones de culturas ancestrales en todo el mundo, es Stoker quien lo convierte en un ente sobrenatural, aterrador y al mismo tiempo fascinante, que llegaría para quedarse.
  

El primer vampiro que vemos en el cine con una clara influencia de la novela de Stoker es en la cinta “Nosferatu, una sinfonía del horror” (“Nosferatu, eine symphonie des grauens”). Filmada en 1922 por Friedrich Wilhem Murnau, constituye el nacimiento por excelencia del género, el amanecer del vampiro que ya no nos abandonaría desde entonces. La historia de la filmación de la película es en sí misma toda una aventura digna de contarse. Para entonces, Bram Stoker había fallecido y su esposa era la dueña de los derechos de autor de la obra. La viuda Stoker se niega a otorgar permiso para la filmación de una versión de Drácula para el cine y Murnau y su equipo se ven obligados a modificar la historia para evitar la demanda legal. No lo consiguen del todo, ya que las similitudes son más que evidentes, motivo por el cual la viuda Stoker interpone una demanda, misma que gana con lo que se obliga a destruir todas las copias de la cinta. Se salvan algunas – afortunadamente- gracias a las cuales hemos podido conocer la obra en la actualidad y reconocer el genio cinematográfico de Murnau, considerado por muchos como padre del expresionismo alemán.
  

Pero la variante en la historia, termina por ser más importante en su aporte a la narrativa, que el sólo tener como objetivo eludir el tema de los derechos del autor. Constituye la modificación de todo el carácter y esencia del monstruo: le quita el alma, lo animaliza, y termina por hacer aparecer su único rasgo humano (el de ser seducido por una mujer) como el talón de Aquiles que lo conduce irremediablemente hacia la perdición.
  

Max Schreck, alcanzaría la inmortalidad en la interpretación de este personaje, que no tenía rasgo alguno de aristócrata , ni mucho menos fineza o atractivo físico. Concebido en su diseño como similar a una rata, el Conde de Orlok (nombre que recibe Drácula en esta versión de Murnau) es una auténtica y repugnante criatura de la noche.
  

El vampiro se descubre entonces como una criatura monstruosa y aberrante, que sin embargo, es capaz de ser seducido, una “debilidad” que comparte con el género humano. Su lado sensible se vuelve entonces en su contra, cuando una mujer logra lo que siglos de vagar por el mundo bebiendo sangre, no habían conseguido: hacerlo bajar la guardia lo suficiente para que el sol lo sorprenda en la habitación de la mujer que logra cautivarlo fatalmente.
  

Este cambio entre el final de Drácula y Nosferatu, es relevante para abonar en el tema de las características instintivas del monstruo, que no es asexuado ni inmune a la sensualidad. Si algo de alma le queda a un vampiro humano, es precisamente la capacidad de caer presa de una doncella de corazón puro, que usa esa condición para terminar con su vida y la plaga que trae consigo.
  

Pero al parecer esa idea del vampiro repugnante traería menos público a la taquilla que el vampiro refinado y sensual, que después de Bela Lugosi se posicionaría fuertemente en el gusto del público. Es hasta mucho después (1979) que esta imagen del vampiro regresa a la pantalla grande ahora en una especie de homenaje que Werner Herzog le rinde a Murnau al filmar una nueva versión de la cinta. El llamarle “remake” no es justo del todo, porque no responde enteramente a la categoría de lo que se hace actualmente en Hollywood con algunas cintas de terror. En realidad se trata de una nueva versión que respeta la esencia de la obra original, con mejoras tecnológicas (como el color y el sonido) pero sin alterar el sentido primigenio: el horror básico hacia el monstruo, y la repugnancia hacia la plaga y la enfermedad que le acompañan.
  

Y hay que decir que esta versión también se puede ubicar entre lo más destacado del cine alemán contemporáneo. Una excelente y perturbadora actuación de Klaus Kinski, acompañado de Isabelle Adjani y Bruno Ganz, logran llevar al espectador a la pesadilla de estar a merced de un vampiro despiadado. Herzog y Kinski logran construir este nuevo vampiro de manera sagaz e inteligente, pero nunca seductora o sensual. La fuerza del diálogo, (elemento que la película original no tenía) la hacen dramática y oscura, aún y cuando el terror sigue estando en la situación misma, en el espeluznante ambiente que Herzog logra construir para el espectador.
  

Con el tiempo, Nosferatu termina por ser tan importante para el mito moderno del vampiro, como Drácula mismo, aún y cuando la filmografía en esta modalidad no es tan extensa como la del vampiro seductor. Nosferatu volvería a la pantalla en el año 2000, interpretado esta vez por Willem Dafoe y bajo la dirección de Elías Mehrige, en una interesante variante de la obra original: “La sombra del vampiro”. (“Shadow of the vampire”, 2000).
  

La película parte de la ficticia posibilidad de que para la filmación de la primera Nosferatu en 1922, Max Schreck hubiese sido en realidad un vampiro verdadero que hace un trato macabro con Murnau a cambio de rodar la película: una vez concluido el rodaje, deberá entregarle a la actriz Greta Schraeder para alimentarse de ella.
  

La cinta tiene el enorme mérito de reconstruir escenas memorables de la cinta de Murnau en blanco y negro, ahora con la inquietante caracterización de Dafoe, que ingresa con todo derecho a la lista de vampiros destacados del cine gracias a esta cinta. Antes de esta cinta, Mehrige ya habría experimentado acerca de la filmación en blanco y negro en su muy polémica ópera prima “Begotten”, (“Engendrado”, 1991) un filme experimental en la tendencia gore, que narra el origen del mundo desde un punto de vista oscuro y pervertido. La cinta está totalmente filmada en blanco y negro, usando una técnica especial para que además se vea antigua y gastada, es casi cine silente, ya que carece de diálogos, aunque tiene musicalización. La influencia de haber filmado una película con esas características es notoria en la recreación de las escenas que Mehrige realiza para “La sombra del vampiro”, logrando un efecto sorprendente y bien logrado.
  

Es claro entonces (por puro análisis cuantitativo) que a pesar de que el vampiro aberrante no ha sido tantas veces filmado como su variante aristócrata ya atractiva, el primero no puede desaparecer del todo, porque hay algo de abyecto y fascinante que sigue siendo de interés para el público. Historias rosas de romances entre vampiros y humanos, pertenecen en realidad a otro género y se mueven bajo diferentes lógicas narrativas. La supervivencia de un vampiro como Nosferatu quizás solo demuestra la necesidad de volver al origen: el género de terror debe producir temor, angustia, miedo. Y eso sigue siendo de interés para un amplio sector de espectadores que pagan entradas para las salas de cine.
  

Los amantes del género no podemos más que desear una larga e inmortal existencia al monstruo más antiguo del cine, que a fin de cuenta si tiene una interesante enseñanza para todos nosotros: no se puede negar la existencia de nuestro lado oscuro, más vale no intentar escapar de la mortal seducción del monstruo.