Por Arturo Garmendia

En la década de los cincuentas, de regreso a su país después de haber trabajado una temporada en la  Embajada de México en Francia, Octavio Paz, su esposa  Elena Garro y su hija Helena eran conocidos como “La Sagrada Familia” en exclusivos círculos diplomáticos e intelectuales nacionales. Parecía que el matrimonio se había puesto de acuerdo para abarcar entre ambos todos los territorios literarios: Octavo la poesía y el ensayo; Elena el drama, la novela y el cuento, y aún géneros adjuntos como el guión cinematográfico y el periodismo, amén de la danza.  Su hija estaba llamada a sucederlos y había escrito ya un libro de poesías.  Por tanto, parecería fuera de lugar ubicar a nuestro Premio Nobel de Literatura en esta colección de ensayos que indaga sobre la relación de entre cine y literatura o, con mayor precisión, sobre cine y literatos. Pero, como se verá a continuación, la división del trabajo intelectual del matrimonio Paz-Garro no era tan rigurosa como se pretendía, y asi como Elena pudo escribir crónicas históricas sobre caudillos revolucionarios, Octavio incursionó en mundos aparentemente remotos para él, tales como el teatro y el cine.
 

La cueva de los prodigios

La aparición del cine en la vida del poeta se remonta a su infancia, misma que describe de esta manera:

“Cuando yo era niño —relata el poeta nacido en 1914— Mixcoac era un verdadero pueblo. Su iglesia, una de las más viejas de la zona, era del siglo XVI. Había muchas casas del XVIII y del XIX, algunas con grandes jardines, porque a finales del diecinueve Mixcoac era un lugar de recreo de la burguesía capitalina. Las vicisitudes de aquellos años, los primeros de la Revolución, habían obligado también a mi abuelo a dejar la ciudad y trasladarse a su casa de campo. Eran tiempos difíciles. La casa de Mixcoac se derrumbaba poco a poco y la vegetación del jardín invadía los cuartos. Una enredadera penetró por la ventana y escaló las paredes de mi habitación.

“Afuera, árboles corpulentos y casas severas, un poco tristes. La calle de mi casa se unía al final con el río de Mixcoac. Un puentecillo de piedra, niños harapientos y perros flacos. La calle y el río desembocaban en la estación de los tranvías. En la estación había un puesto de periódicos, algunos comercios y una cantina. Nos prohibían la entrada a los menores y yo escuchaba, desde la puerta, las risotadas y el ruido de las fichas de dominó al rodar por las mesas.

“Adelante del Colegio Williams y siguiendo siempre la vía del tren, se llegaba a una extraña construcción morisca ¡la Alhambra en Mixcoac! Parecía transportada por uno de los genios de los cuentos árabes. Aquella fantasía sarracena tenía un jardín frondoso y accidentado por el que corría, entre túneles, montañas, lagos y precipicios, un ferrocarril eléctrico que nos maravillaba.

“A lado de la mansión mudéjar, la cueva de los prodigios: cada jueves, día de asueto, abría sus puertas el cine y durante tres horas, con mis primas y primos, me reía con Delgadillo, y saltaba con él desde un rascacielos, cabalgaba con Douglas Fairbanks, raptaba a la voluptuosa hija del sultán de Bagdad y lloraba con la huérfana de la aldea”. [1]

Y como todo adolescente capitalino, a los deleites del cine pronto unió otros no menos placenteros: “Cada domingo mis amigos y yo veíamos desfilar a las muchachas que iban a misa. Era una ocasión para acercarnos a ellas e invitarlas al cine y a otras diversiones”.

Así pues, el primer contacto de Paz con el  arte fílmico fue en un cine de barrio y a través de las películas mudas norteamericanas: el atleta y gimnasta Douglas Fairbanks y sus exóticas aventuras en Arabia, los mares del sur o las cortes francesas del siglo XVIII; los peligros de Paulina o las conmovedoras desventuras de Lillian Gish; la imaginación desbocada, el ritmo frenético de las cintas de episodios y las carcajadas irrefrenables provocadas por Harold Lloyd escalando rascacielos; Chaplin y sus trifulcas en la Calle de la Paz, Keaton como maquinista de locomotora o capitán de barco.

Estas primeras impresiones permanecieron en su ánimo, al grado de que hacia 1935, durante su noviazgo con Elena Garro, gustaba de frecuentar  Cinelandia, sala cinematográfica que se hacía anunciar como “El cine de las películas cortas” porque armaba su programación con base en aquellas películas mudas o sonorizadas, las más de las veces cómicas, que había disfrutado años antes.[2]  Aún  en 1950, la inclinación por el cine de diversión persistía: según testimonio de Elena Poniatowska, quien recuerda que cuando Paz trabajaba en Relaciones Exteriores organizaba escapadas vespertinas para ir a cines de barrio a ver películas del género fantástico, ya que le fascinaban los argumentos absurdos, los trucos previsibles,  los escenarios de cartón piedra y  los monstruos inverosímiles; a los que se añadió, en sus últimos años, la afición por la serie televisiva “Los Simpson” quienes, según confesión a Elena Poniatowska, “nos reflejan de manera admirable”.

Pero en aquellos años de juventud no todo era distracción. Como muchos amigos suyos de la Escuela Nacional Preparatoria -José Revueltas, Efraín Huerta y José Alvarado entre otros, Paz se acercó inicialmente al marxismo, pero  más que creer en la explicación materialista de la historia, vivió el marxismo como una profecía de liberación. Literatura y política entreveradas, confundidas. Como lo expresa Enrique Krauze: “Aquella generación de muchachos nacidos durante la Revolución Mexicana no soñaba sólo con repetir el destino de sus padres y abuelos, sino con rebasarlo inscribiendo su lucha en el camino de la revolución verdadera y definitiva, la

Elena Garro y Octavio Paz hacia 1935

Bolchevique […] Desde la trinchera literaria y, por momentos, no muy lejos de la otra, participaron, con distinta suerte, en casi todos los movimientos de izquierda de su época: la república y la guerra civil españolas, la reforma agraria en México, la causa antifascista. En el largo poema autobiográfico Nocturno de San Ildefonso […] Paz resume su vocación colectiva en dos líneas: “El bien, quisimos el bien: enderezar al mundo”. [3]

La vida siguió adelante. “En 1936 abandoné los estudios universitarios y la casa familiar. Fue mi primera salida. Aunque terminé mi educación universitaria, me rehusé a presentar la tesis. Me negué a convertirme en abogado. Desde mi adolescencia he escrito poemas y no he cesado de escribirlos. Quise ser poeta y nada más”. Pero ¿qué hace un poeta en la calle, sin un peso en el bolsillo? “Pasé una temporada difícil aunque no por mucho tiempo: el gobierno había establecido en las provincias unas escuelas de educación secundaria para hijos de obreros y campesinos, y en 1937 me ofrecieron un puesto en una de ellas. La escuela estaba en Mérida, en el lejano Yucatán. Acepté inmediatamente: me ahogaba en la ciudad de México”.

La experiencia, si bien breve, fue positiva.  Estando ahí recibió la invitación para marchar a España, donde iniciaba la Guerra Civil, al Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia. Apenas tuvo tiempo de regresar a México, casarse apresuradamente con su novia Elena Garro, y marchar a París: “Al bajarme del tren, vino hacia mí un hombre alto que gritaba: ¡Octavio Paz!, ¡Octavio Paz!  Era Neruda. Al verme me dijo: “¡Pero qué joven eres!”. En seguida fuimos amigos”. Mas tarde la pareja se unió a un grupo más numeroso, del que formaban parte André Gide, André Malraux, Stephen Spender e Ilya Ehrenburg. Juntos viajaron hacia Barcelona. Ahí conoció al grupo de escritores cercanos a la revista Hora de España: María Zambrano, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Arturo  Serrano  Plaja  y  pronto  también  fueron amigos.

“Me unía a ellos no  sólo  la  edad  sino  los  gustos  literarios, las  lecturas  comunes  y nuestra  situación  peculiar  frente  a  los comunistas. Todos resentían la continua intervención del Partido en sus opiniones y en la marcha de la revista. Algunos de sus colaboradores -los casos más sonados habían sido los de Luis Cernuda y León Felipe- incluso habían recibido interrogatorios”.

A esta primera decepción del comunismo (el acoso estalinista contra los anarquistas del POUM), siguieron año tras año los desencantos: el pacto Ribbentrop-Stalin, el asesinato de Trotski, la rigidez estética y moral del “arte comprometido”, las noticias sobre los campos de concentración en la URSS (que Paz denuncia en la revista argentina Sur, en 1951), la invasión de Hungría y muchos otros desencantos que, sin embargo, no ahogaron en él la esperanza en un socialismo auténtico y posible, si bien independiente de los partidos marxista-leninistas existentes.

“Al comenzar 1942, cuando apareció lo que puede llamarse mi primer libro, A la orilla del mundo […]  conocí a un grupo de intelectuales que ejercieron una influencia benéfica en la evolución de mis ideas políticas: Víctor Serge, Benjamín Péret, Jean Malaquais y otros.  Estas nuevas amistades rompieron un poco mi aislamiento. Mis nuevos amigos venían de la oposición de izquierda. El más notable era Víctor Serge, Primer Secretario de la Tercera Internacional, quien había conocido a los grandes bolcheviques. Miembro de la oposición, Stalin lo había desterrado en Siberia y luego, gracias a Gide y a Malraux, lo expulsó de la URSS.  Serge fue para mí un ejemplo de la fusión de dos cualidades opuestas: la intransigencia moral e intelectual con la tolerancia y la compasión. Aprendí que la política no es sólo acción sino participación. Tal vez, me dije, no se trata tanto de cambiar a los hombres como de acompañarlos y ser uno de ellos”.


Revolucionarios, poetas surrealistas y  conspiradores

Víctor Serge había arribado a México en septiembre de 1941 junto a su hijo Vlady, que aquí creció hasta convertirse en uno de los pintores más importantes de su generación. Le acompañaban también Georges Péret y su compañera Remedios Varo, que buscaban huir del nazismo.  Había facilitado la emigración del grupo el entonces cónsul general de México en Marsella, Gilberto Bosques, benefactor de cientos de refugiados antifascistas. En 1942 alcanzarían al escritor ruso su hija Jeannine y su compañera Laurette Séjourné, quien pronto se daría a conocer como arqueóloga de renombre.

Los años mexicanos fueron los más tranquilos y literariamente los más fecundos en la vida de ese combatiente eternamente perseguido. Siguió trabajando en sus “Memorias”, cuentos, poemas, artículos y ensayos para la prensa estadounidense y latinoamericana, además de la biografía de León Trotsky en colaboración con Natalia Sedova.

No obstante, la persecución implacable de que había sido objeto prosiguió en México, encontrando en el Partido Comunista Mexicano, en el periódico “El Popular” de Lombardo Toledano y en los propios comunistas españoles los más fieles ejecutores estalinistas. Amenazados de muerte, estos “exiliados incómodos” fueron acusados de ser la quinta columna del fascismo en el país. El acoso culminó el primero de abril de 1943: Victor Serge se escapó a un intento de asesinato cuando, al grito de “¡Muera la quinta columna!”, un centenar de comunistas stalinistas armados con puñales, matracas y pistolas asaltaron el local del Centro Cultural Ibero Mexicano donde iba a pronunciar una conferencia.  Finalmente moriría en un taxi, víctima de un paro cardiaco, en 1944.  [4]

Péret era, de todos los surrealistas, el que mejor y más profundamente comprendía a México. A lo largo de los siete años que permaneció en el país estudió casi como un etnólogo al mundo indígena pre-colombiano, y participó en su resurrección histórica y cultural. Así, tradujo al francés el “Chilam Balam de Chumayel”, libro sagrado de los mayas y preparó una “Antología de mitos, leyendas y cuentos populares de América Latina”, cuya Introducción fue publicada por algunos de sus amigos, entre ellos Breton, Duchamp, Magritte, Matta y Max Ernst, como un manifiesto colectivo en Nueva York, en 1943.

En esa época Péret escribió su poema mayor, “Aire mexicano”, que fue publicado en París con ilustraciones de Rufino Tamayo. Sobre este texto Paz escribió: “Es uno de los más bellos textos poéticos inspirados por el paisaje y los mitos americanos”. Más adelante, Péret traduciría al francés los textos de Paz Piedra del sol y ¿Águila o sol? [5]

En cuanto a Jean Malaquais, nació en Varsovia en 1908 y murió en Suiza en 1998. Su verdadero nombre era Vladimir Malaki. Es autor de las novelas Los javaneses, que fue prologada por André Gide y comentada elogiosamente por Trotsky, “Diario de Guerra”, “Diario de un meteco” y “Planeta sin visa”. Como activista político arribó a Francia en 1926, en estrecho contacto con los grupos de extrema izquierda. Se enroló en el Ejército Francés en 1939 y fue movilizado a la línea Maginot. Fue hecho prisionero en 1940, pero se las arregló para escapar a Marsella. Allí forma parte del grupo de intelectuales comandados por Víctor Serge. Malaquais consigue trasladarse a Venezuela en 1942, para moverse hacia México en 1943, donde los reencuentra. [6]

En México, Malaquais ofrece conferencias en el Instituto Francés para la América Latina (IFAL), de México, donde su amigo Marceau Pivert era Secretario General. Ambos y Benjamín Peret escriben en la revista de Octavio Paz “El hijo pródigo”.  Pero esas actividades no dejan para vivir, y debe ingeniárselas para ganarse la vida. Así, procura acercarse a Oscar Dancingers, a quien había conocido en los círculos políticos en Francia y que ahora se desempeña como productor cinematográfico en busca de una oportunidad laboral. Dancingers le encarga el guión para una película con Jorge Negrete, el astro cantante del momento, y Malaquais escribe El rebelde (“Romance de antaño”), que se filma en 1943. También redacta el guión de Dos caras tiene el destino, que no se filmaría sino hasta 1951, producida e interpretada por Eduardo Noriega, acompañado por Miroslava y bajo la dirección de Agustín P. Delgado.

En 1944 Malaquais se separa políticamente de Víctor Serge y se dirige a Estados Unidos, donde enseña literatura europea en varias universidades hasta 1968. Fraternizó con el filósofo Herbert Marcuse y con el novelista Norman Mailer, y tradujo al francés la obra de este último “Los desnudos y los muertos”. Apoyado por éste, colabora en la redacción de varios guiones cinematográficos para la Metro Goldwyn Mayer.[7]

De otra parte Alberto Ruy Sánchez, autor de una biografía intelectual de Octavio Paz, proporciona más información sobre sus actividades cinematográficas, en la que sale a relucir inopinadamente el poeta: “Jean Malaquais trabajaba para el productor Oscar Dancingers [que como es sabido, andando el tiempo se convertiría en productor constante de otro surrealista, Luis Buñuel] adaptando un argumento de Pushkin para hacer  una  película  mexicana,  dirigida   por  Jaime  Salvador  e   interpretada  por Jorge Negrete y María  Elena  Marqués.

   Jorge Negrete en “El rebelde” (1943).
 

“El poeta de 29 años Octavio Paz fue invitado a corregir el castellano de los diálogos de Malaquais y a escribir una canción para Jorge Negrete. Las demás serían escritas por Ernesto Cortázar. La canción de Octavio Paz tiene muchos elementos de los poemas que incluyó en el libro de 1942, A la orilla del mundo. Octavio Paz, por haberse ido de México, nunca vio la película terminada”. [8]

Sin embargo el propio Paz, entrevistado posteriormente por Javier Aranda Luna, dijo que “colaboró en los diálogos (sin crédito) y escribió la letra de dos canciones (con crédito) de ‘El rebelde’  para  ‘ganar unos pesos’  con  su  amigo  el  escritor francés  Jean Malaquais, exilado en México durante la guerra. De la cinta, recordó Paz que adaptaba un texto de Pushkin y la creyó titulada (‘me parece’) “El caballo negro”. De Malaquais dijo que fue un escritor comprometido con la revolución socialista ‘muy elogiado por Gide y Trotsky’ y, ‘con el tiempo’ traductor de Marx al francés”. [9]

Luego entonces Paz escribió para la película una o quizás dos canciones, pero los créditos de la misma no nos sacan de la duda. El caso es que en el filme se entonan cinco melodías, a saber:

·       Mi gitana, canción española

·       La canción del bandido, corrido.

·       Sólo por tu amor, romanza

·       No te miro con los ojos, romanza

·       Yo tengo un amigo, coplas satíricas.

“No te miro con los ojos” ya ha sido identificada como de su autoría. Habría que agregar que es una buena canción romántica, y que en sus versos se encuentran ecos de la poesía de Xavier Villaurrutia, como su gusto por las paradojas y la figura del durmiente insomne.  Puestos a adivinar, la segunda canción sería “Sólo por tu amor”. Sobre la primera, nos dice Enrique Krause: “En una escena, Negrete canta desde el balcón una furtiva canción a su amada que lo escucha en secreto, sin poder verlo. La letra es inconfundiblemente paciana: El estilo y la angustia casi masoquista del amante revelan la marca poética de Paz”.

En efecto, la situación económica de Paz era desesperada. Su padre había muerto en la miseria y en circunstancias trágicas y él, habiéndose renunciado a seguir una profesión, vivía muy difícilmente y con empleos extravagantes. Por ejemplo, durante una época tuvo que trabajar en el Banco Nacional contando los billetes viejos que se iban a quemar. Él mismo lo reconoce: “Tuve tremendos problemas a pesar de mis nuevas amistades. Me ahogaba en México y llegué a la conclusión de que tenía que salir si no quería morirme de asfixia, tedio y rabia. Solicité, y obtuve, una beca Guggenheim y fui a dar a los Estados Unidos; primero a Berkeley y después a Nueva York […]. El primer año viví de la beca y el segundo de trabajos y empleos pintorescos. Como necesitaba ganar algo de dinero decidí alistarme en la marina mercante, un trabajo más bien peligroso en tiempos de guerra. Tuve suerte y no me aceptaron. Trabajé en el “doblaje” de películas[10] y en la radio. Vagué de aquí para allá. […] Pero los días de San Francisco fueron maravillosos, una suerte de embriaguez física e intelectual, una gran bocanada de aire libre. Vivir en los Estados Unidos durante la guerra fue tonificante. Tiré la política y sus debates al cesto y me sumergí en la poesía”.

Debido a su trabajo con el Servicio Exterior Mexicano es enviado a París en 1945 donde permanece hasta 1951. A través del poeta surrealista Benjamín Péret conoce a André Breton. Se hace amigo de Albert Camus y otros intelectuales europeos e hispanoamericanos del París de postguerra. Cuando regresó a México inició una intensa actividad cultural traducida en la fundación de las revistas “Taller” (1939) y “El hijo pródigo” (1943) y en la creación de grupos artísticos y teatrales., como Poesía en voz alta.


NO TE MIRO CON LOS OJOS

Una canción de Octavio Paz

 

No te miro con los ojos

cuando los cierro te miro

y en mi pecho te aprisiono

con cerrojos de suspiro.

Nunca mis labios te nombran

tu nombre son los latidos

y sus sílabas la sangre

de mi corazón partido.

 

Ya todo duerme en la noche

sólo yo duermo despierto

que por sentirte

siempre a mi lado

no cierro ya los ojos.

 

Te acarician mis manos

y mis labios, ay, te besan

mas siempre siempre

de noche y día

mis pensamientos velan.

 

Ayer cantaba palabras

pero las palabras son

nubes que el viento se lleva

hoy canta mi corazón

 

NOTAS

[1] Octavio Paz por él mismo. Compilación de textos y poemas por Guillermo Sheridan, Gustavo Jiménez Aguirre, Anthony Stanton, Christopher Domínguez Michael y Rodolfo Mata, publicado por entregas en el diario Reforma a partir del 7 y hasta el 13 de abril de 1994. Todas las citas en cursivas pertenecen a este documento, publicado en la página web:  http://www.horizonte.unam.mx/cuadernos/paz/prepazz.html

[2] Héctor de Mauleón. Cartas de amor de Octavio Paz. En Confabulario, Suplemento de cultura de El Universal, 24 de abril de 2004. Se trata de una colección de 23 misivas dirigidas a Elena Garro, escritas entre julio y octubre de 1935. Jesús Garro, sobrino de la escritora, quien las tenía en su poder, pretendió venderlas a  la editorial, pero Helena Paz Garro lo impidió denunciando que su primo las había sustraído de su domicilio sin su conocimiento. El Fondo de Cultura Económica se interesó en publicarlas, pero a la hija de Paz le pareció insuficiente la cantidad que recibiría por los derechos de autor. Por tanto, permanecen inéditas.

[3] Enrique Krauze. Octavio Paz, Hombre del Siglo XX. Adelanto de su libro “Travesía liberal”, publicado por Editorial Tusquets, Madrid, 2004. Cf. La Nación.com, domingo 2 de mayo de 2004  http://www.lanacion.com.ar/suples/enfoques/0419/sz_597316.asp

[4] Claudio Albertani. Las evasiones imposibles de Victor Serge, en la página web http://www.revistametropolis.com/display.php?ac=articulos&mostrar=85

[5] Jean-Clarence Lambert. Diálogo entre Octavio Paz y Benjamín Péret. Conferencia impartida en la Casa de América Latina, París, 5 de mayo de 1999. Cf. http://www.cavi.univ-paris3.fr/Rech_sur/astu/Lambert.pdf

[6] Philippe Bourrinet.  Malaquais Jean, pseudonyme littéraire de Malacki Vladimir. Cf. www.left-dis.nl/f/malacki.htm

[7] El escritor norteamericano Norman Mailer participó en la redacción de los guiones de 9 largometrajes, algunos de ellos basados en sus propias novelas. Destacan “Los desnudos y los muertos”, de Raoul Walsh (1958), “Ragtime”, de Milos Forman (1981) y la versión de Jean-Luc Godard de “El rey Lear” (1987), donde además alternó en la actuación con Woody Allen y Quetin Tarantino, entre otros eclécticos intérpretes.  Dirigió cinco de sus guiones y actuó en tres. Sin embargo, no es posible saber en cuáles de estas cintas colaboró Jean Malaquais, pues no recibió crédito alguno.

[8] Alberto Ruy Sánchez. Jorge Negreta canta a Octavio Paz. En “Revisión del cine mexicano”, Revista Artes de México No.10, nueva época. México,  invierno de 1990, p. 44.

[9] Cit. por Emilio García Riera, Historia documental del cine mexicano, Op. cit., Vol. III.

[10] Resulta extraña esta referencia laboral, puesto que para esa época Hollywood había desistido de hacer películas habladas en español. Quizá los doblajes mencionados eran para series de televisión.

 

 

 

 

 

Por Arturo Garmendia

Arturo Garmendia nació en Coyoacán, el año de 1944. Estudió Arquitectura y Cinematografía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue crítico de cine en los periódicos Excélsior y Esto, así como en diversas revistas académicas y culturales en los años sesenta. Dirigió tres cortometrajes documentales: Horizonte, Chiapas (1972), Junio 10: Testimonio y reflexiones un año después (1972) y Vendedores Ambulantes (1974). Este último fue premiado en el festival de Cortometraje de Oberhausen, Alemania.