Por Pedro Paunero
“Ojos en el bosque” (aka. Los ojos del bosque/El observador del bosque; The Watcher in the Woods, 1980), de John Hough, al poco de haber sido terminada, se convirtió en un título maldito para la casa del ratón y del pato neurótico, aun antes de los tiempos de la complacencia con el público, la corrección política y el “Fanservice”. Adaptación de la novela “A Watcher in the Woods” (1976), de la autora Florence Engel Randall, resultó demasiado perturbadora, a ojos de los productores, que mandaron editar la cinta —es decir, destazar—, retirando, incluso, los créditos iniciales y ordenando filmar y añadir nuevas escenas por parte del director Vincent McEveety, cuyo nombre permanecía vergonzosamente en la sombra, hasta hace poco. La película fue retirada de los cines y le fue añadido un final feliz —de tres que se rodaron—, más acorde al espíritu de la compañía.
Si bien Disney había coqueteado con el terror en, por ejemplo, “Fantasía” (Fantasia, 1940), con la portentosa secuencia del demonio eslavo Chernabog, que ilustra el poema sinfónico “Una noche en el Monte Pelado”, de Músorgski, o en “Dos personajes fabulosos” (aka. La leyenda de Sleepy Hollow y el Señor Sapo; The Adventures of Ichabod and Mr. Toad, James Algar, Clyde Geronimi y Jack Kinney, 1949), el largometraje que incluye acertadamente la leyenda del jinete sin cabeza, escrita originalmente por Washington Irving, y publicado en 1820, durante la década posterior a la muerte de Walt Disney (1966), y su hermano Roy (1977), la productora experimentó con otro tipo de narraciones, en lo que se ha denominado como “la era oscura de Disney”, a la que pertenece “Ojos en el bosque”, debida a John Hough, quien había ya dirigido para la misma casa, la taquillera “La montaña embrujada” (Escape to Witch Mountain, 1975) y su secuela, “Regreso de la montaña embrujada” (aka. Los pequeños extraterrestres; Return from Witch Mountain, 1978), en la que participó Bette Davis, fue por “Ojos en el bosque”, que John Hough fue despedido sin contemplaciones.
A Hough, que tiene en su haber una de las mejores cintas de la legendaria casa británica Hammer Films, “Drácula y las mellizas” (Twins of Evil, 1971), película de la saga de la vampira Carmilla, que incluía entre su elenco a las hermosas hermanas Collinson (las primeras Playmates gemelas aparecidas en la revista Playboy), se le presionó para terminar “Ojos en el bosque” a tiempo para el aniversario número cincuenta de Bette Davis, como actriz en el cine. La película jamás recaudó la inversión original, y se inscribió por derecho propio en la lista de filmes repudiados por la productora, entre los que se encuentra “El caldero mágico” (aka. Taron y el caldero mágico; The Black Cauldron, 1985), de Ted Berman y Richard Rich, otra cinta con tintes oscuros, que pusieron al borde de la quiebra a la Disney.
Como sucediera con “La naranja mecánica” (A Clockwork Orange, 1971), de Stanley Kubrick, que el mismo director pidiera retirar de cartelera por las acusaciones de incitación a la violencia en su contra, “Ojos en el bosque” fue lanzada en DVD, y la edición se volvió un objeto de coleccionista, inscribiendo la película en el limitado registro de las “películas de culto”.
En realidad, “Ojos en el bosque” cuenta un misterio bastante mediocre, repleto de clichés y efectismos —incluyendo el recurso barato de tirarle un gato negro a la protagonista, con el afán de asustar—, pero lo que ha recubierto al filme con esa aura de malditismo es el que Disney se halla interesado en adaptar un libro de misterio, de por sí deficiente como obra, para entretenimiento de su público cautivo, es decir, infantil. ¡Vamos, tampoco es para tanto, ni que se tratara de la “Lolita” de Nabokov! Y, sobre esto, uno se pregunta ¿qué esperaba la compañía del señor Walt Disney, al contratar a un director como Hough, que cargaba con una reputación de director de cintas de terror?
El carácter de película proscrita de la Disney que pesa sobre “Canción del Sur” (Song of the South, 1946), dirigida por Harve Foster y Wilfred Jackson, en una adaptación del libro “Uncle Remus Stories” (1880), muy apreciado por el mismísimo Walt Disney, y escrito por el folklorista Joel Chandler Harris, se debe no a los maravillosos cuentos que se narran, sino al contexto de esclavitud en el que se sitúa temporalmente. El “Tio Remus” cuenta sus historias en una cabaña paupérrima, a la sombra de los “amos” blancos a los que se somete sin rechistar, por lo que no se necesita mayor aclaración en la cinta —siempre que uno sea un adulto muy avisado—, sobre el estado de su persona, pero no cualquier niño repararía en su condición, sino que gozaría con las fábulas del tío. Harris, el autor de estas narraciones, fue un hijo “ilegítimo”, criado por una madre soltera, que tuvo ganarse la vida trabajando en una plantación, codo a codo con los esclavos, con quienes se sentía a gusto, y de quienes aprendió y recogió las historias que lo hicieran célebre y que, quizá se hubieran perdido irremediablemente; incluso, uno de los hijos de Harris, el periodista Julian LaRose Harris, ganaría el premio Pulitzer por sus artículos en contra del Ku Klux Klan.
No es el caso de “Ojos en el bosque”, en el que la productora se avergüenza, en un acto de auto censura bastante mojigato, por un título que, irónicamente y debido a dicha condición de marginalidad, goza de los favores del público.
El mote —bien ganado, por cierto—, de ser una “Dama del Gran Guiñol”, de Bette Davis, a partir de su papel de anciana demacrada y loca en “¿Qué fue de Baby Jean?” (What Ever Happened to Baby Jane? 1962), de Robert Aldrich, jamás la abandonó el resto de su carrera cinematográfica, y lo repetiría varias veces en el futuro, como en la pésima “Scream, Pretty Peggy” (1973), un intento de rehacer “Psicosis” por parte de Gordon Hessler, o en “Pesadilla diabólica” (Burnt Offerings, 1976), de Dan Curtis, una buena historia de Casas embrujadas. “Ojos en el bosque” es, precisamente, una historia de casas embrujadas, y no de las mejores. Pero también, cuenta sobre una maldición que pesa sobre un grupo de personas, debido a un hecho de sangre que cometieron siendo niños, y que ahora guardan como un secreto que pesa sobre sus conciencias. Si suena conocido es porque, realmente, así es. Su trama ha sido contada hasta la saciedad, antes y después.
Cuando eran adolescentes, John Keller (Ian Bannen), Tom Colley (Richard Pasco), y Mary Fleming (Frances Cuka), realizaron un ritual de iniciación con Karen Aylwood (Katharine Levy), a quien obligaron a permanecer de pie, y con los ojos vendados, sobre un antiguo ataúd de piedra situado en una capilla en ruinas, en pleno eclipse de sol. El círculo —formado por las manos entrelazadas— se rompió y, un evento aparentemente sobrenatural, en el que un destello de luz azul incendió la vieja construcción, y tiró la campana sobre Karen, se desató en el bosque, haciendo desaparecer el cuerpo de la muchacha quien, a partir de entonces, se manifiesta a través de los espejos, o el reflejo de los lagos, atrapada en otra dimensión. Jan Curtis (Lynn—Holly Johnson, la futura Bibi Dahl, chica Bond en “Solo para tus ojos”) y su hermana menor Ellie (Kyle Richards), llegan acompañando a sus padres, a ocupar la casa señorial que ha puesto en renta la anciana señora Aylwood (Bette Davis), en medio de un bosque inglés, al lado de la cual ella misma vive. Muy pronto, Ellie mostrará poseer dotes mediúmnicas, y Karen se comunicará a través de ella con Jan, quien será el eslabón que reúna, una vez más, a los iniciados, para devolver a Karen a este mundo.
En el final original —denominado “El más allá”, por los seguidores de la película—, Jan era llevada, en el punto culminante del ritual, al “más allá” por parte del “observador” (los “ojos” del título en español, “the watcher” en el inglés), pero fue cambiado por el que, actualmente, se conoce en la película. El libro aclaraba que la identidad del “observador” del bosque era el de una niña extraterrestre que, en su planeta, había sido sometida a un ritual de mayoría de edad, durante el cual se abría un portal hacia la Tierra. Karen, a la vez, durante el propio ceremonial, había sido intercambiada por el “observador”, que desde entonces vigilaba en el bosque cercano a la casa de la Señora Aylwood. Todo este material fue borrado en lo quedó de la película, por ello, cuando Jan descubre que no se trata de Karen la presencia misteriosa que se puede percibir en el bosque, sino de “alguien más”, no se dan más explicaciones y provoca una cierta confusión. Esta es la explicación del por qué Ellie es capaz de canalizar los mensajes del “observador”, escribiéndolos de manera invertida en espejos y vidrieras. La actriz Diane Lane actuaba en un papel muy breve, pero fue de las escenas eliminadas, aunque, en opinión de Bette Davis, Lane, y no Lynn—Holly Johnson, habría sido mejor para el rol principal como Jan Curtis. La opinión de Davis fue ignorada.
Fue, de esta manera, que la labor de descuartizamiento que los productores hicieran sobre la película, casi dio al traste con una obra que, también, pertenecía al director de la segunda mejor película sobre casas encantadas como es “La leyenda de la casa infernal” (The Legend of Hell House, 1973), adaptación de la novela de Richard Matheson —que escribió el guion para tal efecto—, escrita bajo el modelo de la magistral “La maldición de Hill House” (pub. 1959), aquella novela de la autora Shirley Jackson que llevara a la pantalla Robert Wise en 1953, como “La mansión de los espectros” (The Haunting), haciendo de esta la mejor de todas las cintas dedicadas a casas embrujadas.
Como homenaje a Bette Davis —que sólo aparece como personaje secundario—, es lamentable, aunque sin llegar al ridículo que le tocó pasar a Joan Crawford —rival de Davis en la vida real—, al despedir su carrera con la lamentable “Trog”, de Freddy Francis (1970). Sucede, como con una gran variedad de obras, que el amor veleidoso del público haría de este título uno de los más recordados, y buscados, de la The Walt Disney Company. Película sobre casas embrujadas —y un poco más—, que como tal resulta endeble, pero que, debido al ansia de no manchar una reputación de productora infantil —y que cuida “de su público”—, por parte de la Disney, será muy difícil que llegue alguna vez a su canal en Streaming, Disney Plus.