Por Pedro Paunero

            “Imagina una aldea transportada al espacio por una extraña influencia sobrenatural… ¿Qué ocurriría en este pequeño mundo nuevo, este Shrimpton-in-the-Universe (anteriormente Shrimpton on Sea)? Sí, la historia de Shrimpton no es del todo cierta, no por ello deja de ser divertida”.

Créditos de inicio de Once in a New Moon

La aldea isleña de “Shrimpton en el Mar”, bien podría ejemplificar la típica población inglesa de principios del siglo pasado, con perfecta delimitación de clases: el bonachón Lord Bravington (Morton Selten) y su esposa, la estirada Lady Bravington (Mary Hinton), donde no falta el jefe de la oficina de correos, Harold Drake (Eliot Makeham), situado en la parte más baja de la escala y quien, sobre todo, y a pesar de su posición, resulta ser un científico aficionado con una hermosa hija, Stella (Rene Ray), a quien pretende el honorable Bryan-Grant (Derrick de Marney), heredero de los Bravington, un chico honorable de verdad, es decir, sin pretensiones, que realmente ama a Stella, y escandaliza a su madre con unas peligrosas ideas socialistas de las que mejor ni hablar. Sobre todo ¿qué es eso de pretender a la hija de un humilde cartero? A pesar de estos pequeños deslices, la vida en Shrimpton, permanece inalterada, hasta que una estrella muerta hace su aparición en los cielos, acercándose peligrosamente a la Tierra.

Una mañana, después de sucederse ciertas perturbaciones atmosféricas, desaparece de la vista la costa de Inglaterra. Lady Bravington lo atribuye a una terrible inundación, pero el señor Drake, después de haber echado ojo a los titulares de los periódicos -un terremoto en Chile, volcanes en erupción, la comunicación inalámbrica afectada, por ejemplo-, y leer un artículo de un tal profesor Harpit, advirtiendo que, aunque la estrella no colisionaría con nuestro planeta sí podría afectarlo, elabora una teoría. Pero no cualquiera está dispuesto a escucharlo.

Los líderes locales convocan a un comité, el cual termina por estar conformado, por supuesto, de acuerdo a la escala social, en cuya cima o pináculo se sitúan los Bravington, seguidos del apocado párroco, el reverendo Benjamin Buffett (Richard Goolden), del Dr. Templeton, de Pilkington-Bigge (H. Saxon-Snell), el corredor de bolsa, del ingeniero Beamish (Thorley Walters), e incluso del carnicero Parrott (Wally Patch), debido a que podría ser un buen consejero sobre las “necesidades de la vida”, seguido por el señor Sturmey, líder de los agricultores y del señor Rooke (Charles Paton), como líder de los pescadores. También incluyen al señor Trigg, propietario de The Unicorn, el único pub de la villa, y a McVittie, jefe de estación que podría aportar consejos sobre el transporte para llegar al continente -aunque no se sepa cómo llegar al continente, ya que ha desaparecido- y, por último, Wicklow Phelps, un visitante estadounidense, habitual en la población (no se sabe por qué). Pero nadie incluye al sencillo Drake, el cartero. Cuando el comité queda establecido, obedeciendo a ese dicho que, años después, el malhadado escritor Giuseppe Tomasi di Lampedusa, plasmaría en su única novela (jamás publicada en vida), “El gatopardo”, y que al calce dice: “que todo cambie para que nada cambie”, ocurre el extraño fenómeno de que el sol se pone, a las diez de la mañana.

Mientras todo esto ocurre, en Londres la noticia de que Shrimpton ha desaparecido del mapa, corre como pólvora. Pero en Shrimpton no se dan por enterados y el lord conviene en crear un sistema de cupones -como en la Gran Guerra-, en el cual “todos tengan los mismos derechos”. A lo cual la lady añade: “socialismo por rangos”. Pero queda la duda: ¿por qué no se ve tierra a la distancia? ¿por qué no hay barcos en el mar? Es entonces que alguien se acuerda de Drake y su teoría. “La luna, opina el cartero, ha desaparecido porque la estrella muerta ha chocado con esta”. Pero ¿e Inglaterra? “La Tierra debió partirse en dos. Y la zona en que se sitúa la aldea debe ahora ser del tamaño de una cuarta parte del tamaño del planeta”, y esas serían las consecuencias. Drake, incluso, pronostica que el sol se pondrá, una vez más, a las cuatro de la tarde, y que saldrá a las siete.

En seguida, al dar las cuatro en punto, el sol se pone, lo que prueba, al parecer, la teoría de Drake, quien sugiere que Rook ponga un bote a su disposición, el Pelikan, para navegar hacia el oeste, y probar sus ideas. Drake se hace a la mar, despedido por una pueblerina y cómica banda de viento, acompañado por Stella, Rook y un polizonte, Bryan, que no ha querido separarse de ella. Mar adentro, Drake hace un descubrimiento fascinante al mirar por el telescopio. Lo que pareciera ser el sol es, en realidad, la Tierra, y la sombra que lo recorre, Shrimpton, situado entre el sol y nuestro planeta. Así, la aldea, otrora situada en un promontorio, desde entonces pasará a llamarse “Shrimpton en el Espacio”. El magnetismo de la estrella muerta ha arrancado a la aldea del mapa, lanzándolo al “vacío sideral”. Drake vuelve, expone su descubrimiento y todos se convencen.

Pronto, el alimento comienza a escasear, así como la leña para combustible, debido a que la electricidad ha sido cortada. La población comienza a dividirse. Algunos piensan que la arboleda, situada en los amplios terrenos de los Bravington, deben ser talados y su madera usada para combustible. Los Bravington no opinan lo mismo. Bryan se pone de lado de los necesitados, pero tiene un rival, Edward Teale (John Clements), que intenta ponerlo en contra de la población, acusándolo de estar de parte de los ricos, cuando en realidad lo hace por celos de su relación con Stella. Se forman dos bandos. Los que apoyan al renuente señor Drake como candidato (a quien se une su pretendido yerno), y los que apoyan a los lores. Un asalto a la mansión Bravington para robar el arsenal, termina con alguien levemente herido, y justo cuando los bandos están a punto de enfrentar sus pequeños ejércitos, se desata otra anomalía atmosférica, como resultado de la reincorporación de Shrimpton al planeta debido a la gravedad terrestre, que ha vencido a la estrella muerta en este juego de pulsos cósmico. Los Bravington y los Drake hacen las paces, cuando la mayoría de los aldeanos decide mudar sus residencias a Londres, pero Bryan se queda, para casarse con Stella, una vez que su rival se aparta del camino. Lord Bravington le promete a Drake una última cosa, proponerlo para formar parte de la Real Sociedad Geográfica de Londres, lo cual complace mucho al cartero, que se pone a la tarea de escribir un libro donde narrará la travesía del Pelikan, alrededor del pequeño mundo de Shrimpton.     


“Once in a New Moon”, se trataba de una adaptación de la novela “Lucky Star” (1925), escrita por el historiador y novelista británico Owen Rutter, y dirigida por Anthony Kimmins, cuyo debut en el cine fuera con la película “Keep Fit” (1937), cuyo protagonista fuera el comediante George Formby que se encontraba en la cumbre de su carrera, por entonces. El argumento de “Once in a New Moon” guarda un parecido sospechoso con la novela “Héctor Servadac. Viajes y aventuras a través del mundo solar” (a veces publicada como “En un cometa”), una sátira publicada por Julio Verne en 1877. Verne era un escritor lo suficientemente informado como para no ignorar que la idea central de la novela -un “aerolito” chocando con la Tierra y arrancando un fragmento del Mediterráneo, para llevárselo consigo a través del espacio- es físicamente imposible (la atmósfera escaparía al espacio, entre otras cuestiones que no permitirían la vida sobre ese fragmento impulsado al espacio). Pero para Verne en este libro no importa tanto la premisa, sino lo que hace con esta, enfrentando o uniendo en amistad a los diversos personajes de otras tantas nacionalidades que se ven, súbitamente, viajando por el sistema solar, en un drama con matices muy humanos. Algunos de los datos científicos, como acostumbrara a documentar a sus libros el autor son, empero, precisos, como los efectos de la baja gravedad, la menor iluminación solar que daría como resultado una disminución del día, etc., en una obra de la cual el cine se ha ocupado en algunas ocasiones, siendo la más celebrada “Na kometě” (1970), la adaptación que dirigiera el maravilloso cineasta checo, Karel Zeman.   

Rutter es más conocido por sus numerosos libros sobre viajes, resultado de sus investigaciones para la Royal Geographical Society -un hecho que se ve reflejado en el personaje de Drake, que al final escribe el libro sobre su travesía marítima, ya como miembro de dicha sociedad científica- y el Royal Anthropological Institute. También se le deben ensayos sobre William Bligh, el célebre capitán bajo cuyo mando se sucediera el motín del Bounty, por lo que “Once in a New Moon” puede considerarse un capricho intelectual, en el que se regocija jugando con unas ideas socialistas que, por otro lado, abundan en la literatura y en el cine de la época. Precisamente, H. G. Wells, uno de los padres de la Ciencia ficción, había jugado con la premisa de un cometa que se acerca a la Tierra y la envuelve con sus vapores venenosos, en la novela “En los días del cometa” (1906), explotando una cierta psicosis por la próxima visita del cometa Halley, que sucediera en 1910. En el libro, mientras está por ocurrir el evento cósmico, Inglaterra sufre una recesión económica, producto del dumping estadounidense, que ha obligado a personas como Willie Leadford, empleado de tercera de la oficina de un banco, a renunciar a su empleo. Hay un parecido entre las pretensiones amorosas de Willie hacia Nettie Stuart, la hija del jardinero de la rica Señora Verrall, que se decide por el heredero de esta y no por el pobre exempleado, y la que se da entre Stella y el hijo de los Bravington en la película. También el trasfondo socialista -recordemos que Wells fue un miembro activo de la Sociedad Fabiana, fundamental en la creación del Comité de Representación Laborista en el año 1900-, impregna ambas obras, aunque la de Wells, más comprometida con esta ideología, fuera anterior al libro de Rutter.

En la novela “En los días del cometa”, cuando Leadford (que ha conocido la desigualdad social, se ha unido al socialismo por influencia de Parload, un amigo que terminará alcanzando la celebridad como científico, y es el único que vela por la salud de su anciana madre) en un arrebato de despecho, se decide por matar a Nettie y al heredero de los Verrall, el cometa ingresa en la atmósfera terrestre, desintegrándose en una nube de vapor de color verde que, en apariencia, mata a la humanidad completa. La incursión de los aviadores a Everytown, la ciudad del caudillo y dictador, en el filme “Lo que vendrá” (Things to Come,William Cameron Menzies, 1936), cuyo guion supervisó Wells, y que constituye la primera épica de la Ciencia ficción en el cine, repite la idea de un ataque aéreo con gases que, no obstante, no resulta mortal, sino un somnífero, arrojado para atenuar la violencia de los levantados, y de la cual resulta muerto, paradójicamente, el caudillo que pregonara una pérfida paz. La idea, entonces, podemos localizarla ya en la mente del autor, y se presenta a lo largo de varias de sus obras, a saber, la llegada -desde los cielos-, de un cambio profundo en la humanidad (en realidad, el pensamiento utópico de Wells), ya fuera bajo la forma de un cometa vaporoso o de los gases que, como arma pacificadora, un grupo de aviadores utiliza contra una población que se resiste al cambio.  

En el libro, “En los días del cometa”, la humanidad despierta, tras el paso de la nube de gas, con un ansia exacerbada por mejorar el mundo. No muere nadie. Y Willie, Nettie y Verrall, se reconcilian. Willie termina casándose con Anna, la muchacha encargada de cuidar a su madre, y se sugiere que, en ese “mundo de amantes” post evento cósmico, mantiene relaciones poliamorosas en un cuarteto integrado por el matrimonio Verrall y el suyo, anticipándose al Verano del Amor hippie y los movimientos de poliamor del Siglo XXI.

Tanto el libro de Rutter, como su adaptación, no se atreven a tanto, y se decantan por una comedia que desbarra demasiado y cuyo desenlace es demasiado fácil. Las clases sociales se dan la mano, en un final que ni siquiera es utópico sino en absoluto creíble. G. K. Chesterton, con su habitual ironía, se burlaba ya del optimismo de Wells en el avance científico, tecnológico y, por ende, social -y de varios otros autores de novelas de anticipación-, en una de sus obras más curiosas, “El Napoleón de Notting Hill” (1904), en donde se lee su propia opinión, a través de la voz del narrador (al comenzar el capítulo dos), sobre el devenir de la sociedad: “El pueblo había perdido absolutamente toda fe en las revoluciones”. Chesterton anuncia, pues, una extraña distopía, en la cual la democracia brilla por su ausencia (así como la tecnología, alejándolo de la Ciencia ficción), y el rey es elegido en un sorteo. Este nihilismo chestertoniano, sin embargo, está más cerca de nosotros de lo que creemos.        

“Once in a New Moon”, bastante olvidada, queda como una película que, más que un ejemplo de Ciencia ficción, toma elementos presentes en novelas que, realmente, conforman el corpus clásico del género (“Héctor Servadac”, “En los días del cometa”) y se inclina por la fantasía como fondo, para exponer situaciones de la lucha de clases, con un tono humorístico desfasado. Con un tufillo a no tomarse en serio su propia premisa.     

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.