El cineasta Jaime Aparicio es originario de la colonia Roma pero buena parte de su vida ha sido vecino de San Pedro Xalpa. En 1985 fue rechazado para ingresar al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, pero años después, cuando se desempeñaba como técnico de computadoras, volvió a presentar el examen y esta vez fue admitido. Fue ganador de la tercera convocatoria del programa de óperas primas, lo que le permitió dirigir su primer largometraje, El Mago, que ha ganado diferentes reconocimientos internacionales.


El mago es una producción hecha con tres pesos, ambientada en colonias populares de la Ciudad de México (la colonia Doctores, Santa María la Ribera, la Obrera y el Centro de la ciudad), con actores poco conocidos para el gran público, salvo algunas excepciones, como el caso de Julissa, otrora chica sexy del cine nacional de los años sesentas que ahora reaparece en el papel de una señora ya entrada en carnes, que trabaja como valet en el baño de un cabaret sórdido y exótico. Un personaje que guarda una curiosa conexión —en un claro homenaje— con el que ella misma interpretó hace casi cuarenta años en Los Caifanes (1965), una chica destrampada de clase alta que, en una noche de parranda, visita ‘El Géminis’, un cabaret de rompe y rasga lleno de prostitutas y de payasos decrépitos.


Ese mismo ambiente de decadencia está presente a lo largo de toda la trama de El Mago, la historia de un hombre que siente el deber de saldar las cuentas con su pasado. Aparicio, sin embargo, opta afortunadamente por administrar su relato con un tono antisolemne, a través de un personaje que, lejos de paralizarse por su fatal destino, enfrenta con humor y actitud lo que le resta de vida. Esta socarronería le viene muy bien a la película, porque equilibra la dureza de un entorno desvencijado y violento, poblado por rameras y vendedores de drogas, comerciantes ambulantes y vecindades ruinosas.


Aparicio propone una auténtica fábula urbana, con héroes y princesas de arrabal, con villanos que ponen en peligro de muerte a los inocentes y que convocan las andanzas bienhechoras del mago Tadeo, un defensor de la divisa del Atlante y de las causas nobles, que hace sus suertes con la ayuda de un redimido drogadicto. Hay que ver los pormenores, la emotividad que hay en este relato y en sus imágenes. Como si fuera un viejo pistolero de algún western, este antihéroe tiene que volver a su vida pasada, marcada por la muerte trágica de un amigo que es recordado con una pequeña cruz a la orilla de una transitada avenida. ¿Cuántas cruces hemos visto en esta ciudad sin saber las historias que hay detrás de ellas?… (Del libro Una Ciudad Inventada por el Cine, Hugo Lara Chávez, Cineteca Nacional, México, 2006)