Por Antonio Camarillo
Hay una escena en la nueva versión de A Nightmare on Elm Street
(2010) que distingue, definitivamente, la puesta al día de su
contraparte original, el ya clásico filme de Wes Craven de 1984.
Recostada en su cama, Nancy —Heather Langenkamp en la versión de Craven, Rooney Mara en el remake— es visitada una noche por Freddy Krueger, el siniestro personaje que acosa en sueños a su grupo de amigos. En la original, y tras caer de pronto el crucifijo que la chica tiene ahí, la silueta de Krueger se recorta lentamente contra la pared y la observa desde atrás del muro, emergiendo de éste como si estuviera hecho, literalmente, de goma. La escena dura unos cuantos segundos, y sin embargo resulta perturbadora en su ejecución: ese sonido, de nuevo como si alguien frotara un globo de hule; la faz de Krueger, apenas un esbozo en el que sus facciones acaso se llegan a adivinar y, por supuesto, las navajas en su diestra, esa garra que pareciera lista a rasgar la quietud de la noche en cualquier momento… y el tenue velo de la realidad junto con él.
El énfasis en la cualidad elástica de la escena no es gratuito, por supuesto. Egresado de la facultad de Filosofía y Letras —y fascinado desde siempre por los misterios del subconsciente, constante temática a lo largo de su obra—, Craven habría de conseguir dotar a su película de una inquietante ambigüedad, esa atmósfera onírica y surrealista que terminaría por volverse en la marca de la franquicia. Por supuesto —y si bien conserva apenas la premisa del original, evitando así convertirse en una mera calca de aquél—, el remake se regodea también en la confusión entre sueños y realidad, lo que sin duda resulta en algunos de los momentos más acabados del filme. Y sin embargo, no logra evocar del todo esa realidad enrarecida.
Y es que quizás esté de más decirlo, pero esta versión no parece interesada en semejantes sutilezas. El breve pero aterrador momento de terror nocturno descrito líneas más arriba resulta aquí todavía más breve, apenas un fugaz destello en el que un rugido sobrehumano, las cuchillas y la efigie de Freddy —claramente visibles—anuncian lo que, más obvio no podría ser, se descubre como un mero efecto digital. Esta dependencia de las computadoras para crear efectos que antes se lograban en cámara se convierte luego en una de las principales flaquezas de un film técnicamente impecable, pero que fracasa cuando se trata de inquietar.
Por supuesto, todos estos argumentos describen también lo que parecería ser la constante ya en el cine de terror, sobre todo cuando se trata de remakes: cintas más interesadas en la forma que en el fondo, y que en su intento por actualizar el filme se quedan en la superficie, incapaces de entender qué hizo del original un clásico en primer lugar. La versión de Wes Craven de A Nightmare on Elm Street respondía al interés de su autor por la que viene a ser una más de sus obsesiones temáticas: a saber, la manera en que las nuevas generaciones parecerían condenadas a pagar los errores de sus padres, un tema que aborda tanto en Shocker como en The People Under the Stairs y que, junto a su obsesión con las nociones de barbarie y civilización —The Last House on the Left, The Hills Have Eyes— conforman una obra coherente, plena de reflexión y, sobre todo, honesta.
Así, y en donde la versión de 1984 retrataba esa neurosis propia del suburbio cuya aparente tranquilidad venía a ser subvertida, incluso pervertida por el terrible secreto que se oculta bajo su fachada, la nueva versión —con su énfasis en atmósferas malsanas y decadentes, aunque artificiales— parecería tener la sustancia de —¡sorpresa!— un videoclip. Todo esto resulta en una película que tiene más en común con cualquiera de las secuelas que con la película que pretende homenajear, conformada por una serie de gags en los que los efectos especiales son la verdadera estrella y que, sin demeritar el talento de Sam Bayer como artista visual, lejos está de hacer justicia a un clásico del género.
A pesar de todo lo anterior, el filme tiene sus momentos: Jackie Earl Haley es quizás, con la excepción de Johnny Depp, el mejor actor que ha compartido cartel con Freddy, y su caracterización híperrealista como Krueger se revela inquietante, si bien arruinada por la negativa del director a mantenerlo en las sombras, donde pertenece. La historia detrás de los crímenes de Krueger —reconocido aquí como pedófilo, y no un mero “asesino de niños”— resulta por demás perturbadora, y ello a pesar de que, por lo general, todo intento por explicar a un monstruo tiende a debilitarlo.
Y la cinta, sin embargo, está condenada a desvanecerse al poner un pie fuera de la sala… Justo como cualquier sueño.
Pesadilla en la Calle Elm
(A NIGHTMARE ON ELM STREET)
EUA, 2010. DIRECTOR Sam Bayer (ópera prima). Reparto: Jackie Earl Haley Kyle Gallner Rooney Mara.