Por Ali López

Justo veía “Scream” por enésima vez, y recordaba los 90. Los enormes celulares, los VHS, Neve Campbell. Cuando mi instinto, o paranoia facebukera, me hizo sentir que algo importante me estaba perdiendo, y ahí estaba, Robin Williams había muerto; justo recordaba los 90. Y es que va una cosa con la otra, mi infancia, sus películas, los años que pasan, las risas y las tragedias. Tal vez no venga al caso, pero recuerdo perfectamente la tarde en que murió Michael Jackson, sentí algo dentro, un crunch, un llanto, un “no puede ser cierto” emergiendo. ¿Por qué llorar por alguien que no conoces, por alguien lejano? Y es que va una cosa con la otra, Michael Jackson significaba esa parte recóndita de la niñez, la parte oculta del consiente que siempre estará ahí, por mucho que nos pese. Con Robin Williams pasa lo mismo. Él es Jumanji, es Flubber, es la srita. Doubtfire. Porque para mí en ese entonces no había directores, ni guionistas, ni cast ni crew; él era toda la película. Era Hook, era Jack. No mentiré, ni idea tenía hace más de 15 años de “Buenos días Vietnam”, o “La Sociedad de los Poetas Muertos”. Ni idea del actor serio, del Oscar por “Una Mente indomable”. Para mi Robin William era un señor simpático, un adulto raro, un comediante capaz de hacer puras buenas películas. No era soez como Jim Carrey, ni antiguo como Chaplin, era el actor que tenía ahí y ahora.

Las perspectivas cambian. Nunca más me volví a tomar en serio a “Jumanji”, supe que “Jack” era el peor film de Coppola, y después de leer el texto original de Asimov, aborrecí “El Hombre Bicentenario” de por vida. Había caído en el olvido Williams, como los juguetes viejos, los discos viejos, la infancia y los 90. Pero algo llega a despertarte, a recordarte de dónde eres y de dónde vienes; quieres saber por qué estás donde estás, sólo escribe tu biografía, recuerda, pregunta, analiza. 

Me enteré que murió Robin Williams y entendí todo de pronto. Hoy puedo ver mil y un películas, de toda clase, de toda índole, buenas, malas, serie B, serie Z, de culto, de autor, de arte, comerciales. En VHS, en DVD, en VCD, online, Beta, en el cine, en la tv. Hoy puedo ser lo que soy, por lo que fui, hoy puedo ver lo que veo, por lo que vi. Si jamás, de niño me hubiera emocionado, enamorado, saciado de “Jumanji”, “Jack”, “Flubber”, “Aladdin”, no me hubiera caído en éste vicio llamado cine. Recuerdo varios nombres, varias palabras, que me dieron el empujón cinematográfico. Unas cercanas, (Mamá, Papá) otras lejanas, (Spielberg, Williams) a todos les digo gracias.

Robin Williams es y será. Estará en algo más duradero que el 35 mm, que los discos. Vivirá en cientos de recuerdos, anécdotas, y suspiros. ¿Quién no añora su niñez, quién no añora esas tardes de displicencia viendo películas? Quién no contará, en varios años, la historia de un actor de ojos claros que nos hizo reír, llorar, creer, esperar, cantar, bailar, y decir voz en cuello “¡Buenos días Vietnam!”.

Justo recordaba los 90, con sonrisa pintada y nudo en la garganta, si así es ahora, cómo creen que será mañana.