Por Arturo Garmendia
Historias de horror
No se si Alucarda, la hija de las tinieblas está considerada como una película de culto, pero sin duda reúne todos los requisitos para serlo. Una reciente visión en un DVD me ha convencido de ello. Sus defectos de concepción, de continuidad y narrativa saltan a la vista, pero sus aciertos visuales, climáticos y la caracterización de sus actores (ya no digamos la presencia de sus actrices) sobrepasan con mucho aquellos. Puede ser vista como una propuesta renovadora dentro del género de horror, y en todo caso es una digna representante del mismo.
Fue filmada en 1975 por Juan López Moctezuma (1929-1995), una figura destacada del medio cultural de aquella época: locutor y animador habitual en los programas radiales y televisivos de la Universidad Nacional Autónoma de México; dueño de una imagen joven y atildada; conocedor y aficionado a la música de jazz. Antes de esto se había dedicado al teatro y hecho cierto aprendizaje como ayudante de Seki Sano en el montaje de La mandrágora; mismo que había perfeccionado después como actor y director en obras de la talla de Como gustéis de William Shakespeare, un espectáculo al aire libre en el bosque de Chapultepec dirigido por Raúl Cardona en 1956; Cohete a la luna de Clifford Odetts, dirigida por A. Peña en 1959; Dios y libertad, escrita por él mismo en 1959 y Maestro jugador, de Friedrich Dürrenmatt, estrenada en 1962.
Un encuentro definitivo para su carrera fue el que lo reunió con Alejandro Jodorowsky, mimo, actor, director escénico y cinematográfico que arribó a México a mediados de los años sesenta. La vida de este cineasta mexicano se volvió entonces tan extrema como los argumentos de sus películas. En primer término se convirtió en productor de las primeras obras dramáticas que montó en México el chileno, y posteriormente se encargó de la producción ejecutiva de sus filmes experimentales, Fando y Liz (1968) y El topo. En el primero de ellos también colaboró como asistente de director.

A continuación rodó su primer filme, La mansión de la locura (1971) con base en un cuento de Edgar Allan Poe; pero la película no tuvo éxito comercial a pesar de haber recibido ese año el Premio del Festival de Cine de Terror de Sitges (Cataluña) y la Medalla de Oro del Festival Internacional de Cine Fantástico y de Ciencia Ficción de París. Tardó cuatro años en levantar sus siguientes proyectos, Alucarda y Mary, Mary, Bloody Mary (1976), con la muy bella modelo metida a actriz Cristina Ferrare y el actor de carácter medianamente popular John Carradine, interpretando respectivamente a una vampira bisexual y a su padre. Pero para entonces el público mexicano ya se había cansado de las extravagantes fantasías a las que le habían sometido Jodorowsky (La montaña sagrada, de 1973) y sus seguidores Rafael Corkidi (Ángeles y querubines, 1974), Gilberto Martínez Solares (Satánico Pandemonium, 1975), y aún Guillermo Murray (Una vez un hombre, 1975), por ejemplo, y sus películas pasaron desapercibidas.
Esto, y un divorcio en malos términos que le impidió el acceso a sus dos hijas por varios años lo condujeron a los Estado Unidos en los años ochenta, donde intentó abrirse camino; pero sólo consiguió financiamiento para una coproducción más, en México, en la que cambió de registro: Welcome María (1986) fue una comedia que hace referencia al problema de la migración nacional hacia los Estados Unidos, protagonizada por la comediante María Victoria, ya avejentada, y un insoportable niño actor que funge como su hijo. Ambos viajan ilegalmente a Estados Unidos en busca del padre del niño, solo para encontrarlo casado. Existen pocos datos de esta cinta, y frecuentemente es omitida de su filmografía.
Luego fue llamado por el actor Raúl Vale para que dirigiera a su esposa, la actriz cantante Angélica María en otra coproducción, para la que estaba asociado con una firma norteamericana: Matar a un extraño (1985), en la que participaron los actores extranjeros Donald Pleascense, Dean Stockwell y Aldo Ray, y los nacionales Helena Rojo, Susana Kamini y Carlos Riquelme, mas los cameos de sus amigos, Juan José Gurrrola y Salomón Laiter. Nuevo fracaso y consecuencia trágica: abrumado por sus problemas financieros y personales López Moctezuma se abandonó a la depresión.
Para sacarlo de ella, amigos relacionados con el mundo del espectáculo le consiguieron un puesto en Televisa Europa, con sede en España, y allá fue a residir durante siete años. Produjo varios programas televisivos, adquirió series para la televisión mexicana y participó como animador en un programa de variedades, pero se mantuvo alejado del cine.
El alimento del miedo
En 1992 regresó nuevamente a México, animado por la idea de llevar a la pantalla El alimento del miedo, una película de horrorpero en clave hiperrealista largamente planeada, inspirada en sus orígenes en un caso de la nota roja mexicana: el de la Tamalera de Portales, una uxoricida que no encontró mejor expediente para deshacerse de los restos de su marido que incorporarlos a los tamales que vendía. Como aliciente contaba con la invitación para presentar la cinta en el Festival de París de 1993, el mismo que lo había lanzado a la notoriedad mundial al premiar en 1971 la cinta de su debut, La mansión de la locura.
Mientras se armaba la producción tuvo necesidad de participar, por razones meramente alimenticias, en la película de la India María Se equivocó la cigüeña, fungiendo como actor y director (sin crédito; este último se le otorga a la comediante).
Rafael Villaseñor, quien había sido su asistente de dirección en Alucarda y ahora poseía la empresa Alfil Producciones, se encargó finalmente del financiamiento de El alimento del miedo. Así, se contrató a Isaura Espinosa y a Jorge Victoria para interpretar dos de los papeles protagónicos, mientras el propio López Moctezuma incorporaba el tercero.
La historia se desarrollaba en un barrio lumpen de la ciudad de México, y presentaba a un grupo de cirqueros callejeros lidereados por Don Ramón. Él y su esposa Petra tenían que hacerse cargo de la hija de una vecina (que ha sido encarcelada por tráfico de drogas) y Petra se aprovechaba de la niña de cinco años, a la que apodan La liendre, encargándole varias tareas domésticas. Las cosas se complican cuando la pareja admite en su casa a un compadre de Ramón, el Chicaleca, un carnicero con tendencias satánicas que empieza a ligarse a su mujer. Una pelea entre los tres adultos provoca un accidente en el que La liendre pierde la vida, y el trío decide aprovechar la carne para los tamales que vende Petra. Todo ello da lugar a patéticos actos circenses en la vía pública, sangrientos ritos satánicos, sexo, prácticas carniceras no ortodoxas y sobre todo una secuencia catártica en la que López Moctezuma incorpora a su personaje, en un monólogo, sus tristes experiencias en los Estados Unidos.
Concluyó el rodaje, no así los problemas de su director. Toda la postproducción (edición, musicalización, sincronización, primera y segunda copia compuesta y corregida) quedó pendiente de realizarse, por desavenencias económicas con el productor, quien amenazó con encarcelarlo y enlató la película. Pensando que en un tiempo el problema se arreglaría, López Moctezuma se embarcó en una segunda aventura: como muchos cineastas de la época acudió a los Estudios América, autorizados para filmar mediometrajes con destino a la televisión pero que eventualmente se integraban en una duración suficiente para tener una corrida comercial normal en los cines. Ahí filmó Yo, el vampiro (o Vampiros, como también se le conoce) como si fuera un piloto de televisión, con tres episodios de aproximadamente 22 minutos cada uno, basados en sendos relatos clásicos de horror, entre otros de Edgar Allan Poe. Esta fue la última cinta filmada en esos estudios, antes de ser vendidos a Televisión Azteca, y nunca ha sido exhibida.

El golpe de gracia fue la cancelación de una tercera aventura, una película que llevaría el título de Las tentaciones, y que tenía por tema la clásica la lucha de un monje por la salvación de su alma, puesta a prueba por incubos y súcubos de toda laya.
Arruinado, postergado y solo, López Moctezuma decidió olvidarse de sí mismo. Atrás quedaron sus actividades artísticas y su carrera en la industria del espectáculo. No era muy mayor, pero se había quedado en la ruina, había perdido la razón y terminó internado en un sanatorio psiquiatrico.
Dos años después Juan muere en sin haber estrenado El alimento del miedo, la cual continuaría en las sombras más de una década, rodeada, desde luego, de una considerable cantidad de leyendas.
De entre los muertos
Once años después de la muerte de su realizador, la prensa dio a conocer la siguiente noticia: “Tras seis años de trabajo de postproducción y rescate, la cinta El alimento del miedo (1993), del realizador mexicano Juan López Moctezuma (1929-1995) se exhibió anoche por primera vez en el Centro Cultural Universitario (CCU), de esta capital. Francisco Zendejas, encargado del proyecto restaurador, quien comentó que mostrar una de las dos producciones póstumas de López Moctezuma ‘es una manera de hacerle justicia, porque el nunca fue profeta en su tierra’. Zendejas, quien fungió como coproductor de la cinta dentro de la empresa Alfil Producciones, aclaró que ésta fue editada siguiendo los deseos de López Moctezuma después de haber sido sepultada bajo una montaña de absurdos burocráticos y disputas por derechos y regalías; pero por fin logró salir de la tumba y llega a las pantallas
“Explicó que la exhibición de la cinta tiene por objetivo buscar un distribuidor en México, pues es bien sabido que el cineasta difundió su cine en Europa y solicitan este material en España, Francia y Alemania. Yo, el vampiro (1993) es la otra creación inédita de López Moctezuma, por la cual entablará un pleito legal a fin de que le sea entregado ese material. En tanto se despierta el interés de algún distribuidor para difundir la cinta en México, esta se presentará en el Festival Macabro 2006, que se realizará en octubre próximo en diversas salas de la capital mexicana”.
Desafortunadamente, la iniciativa no tuvo éxito en ese sentido, pues tras unas cuantas exhibiciones fue enlatada de nuevo. Sin embargo, recabó una serie de críticas laudatorias, particularmente de la revista electrónica Cinefagia (Ver http://www.revistacinefagia.com/mexico053.htm) y creó el clima propicio para generar nuevas expectativas en torno a la figura del desaparecido director.
Para armar las exhibiciones de las películas de López Moctezuma en el festival Macabro 2006 y en el CCC se contó con la colaboración de Manuel Santillán Durán y Eduardo Mondragón, fanáticos del cine de horror y admiradores en primer término de López Moctezuma, que contaban con copias de sus películas y abundante información sobre el cineasta. Durante las exhibiciones revelaron su encuentro con el director durante su reclusión en un psiquiátrico. Se presentaron en el manicomio el día de visitas y lo convencieron de que los acompañara, facilitando su fuga. En los días siguientes le mostraron la mayoría de sus obras en video y lo llevaron a visitar algunas locaciones de sus películas. Juan se mostró encantado de que supieran de él, y más que lo que podía recordar por sí mismo. Dicen que aquella experiencia avivó su mente abotargada y, agradecido por la experiencia, los nombró herederos de sus derechos fílmicos en su testamento, hecho que se conoció al morir el cineasta el 2 de agosto de 1995 de un ataque al corazón.
La historia llegó a oídos de Ulises Guzmán, nacido en la ciudad de México y egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) quien se interesó por desarrollar a través de esa anécdota un filme a la vez documental y ficción que reivindicara la memoria del cineasta de serie “B” mexicana, ya convertido en objeto de culto. Guzmán quiere que su Retrato de un vampiro sea “un trabajo con tres vertientes: la más importante, la de los chavos y su escapatoria; además, la historia de Juan López Moctezuma a través de la gente que lo conoció y la parte de ficción, con Daniel Giménez Cacho en el papel de Moctezuma, que es la que falta de rodar”.
Alucarda al revés es Drácula
Perdón por una digresión tan larga, pero la vida del cineasta es tan peculiar como sus películas. Dígalo si no Alucarda, el extraño caso de una película que no se propone transgredir concientemente los límites del género, pero invierte las líneas de fuerza del relato y termina por afirmar explícitamente aquello que sus antecesoras sólo se atrevían a sugerir.
Veamos: El género vampírico, del Nosferatu de Murnau (1922) al Drácula de Ford Coppola (1992) sigue las huellas del deseo masculino exacerbado, insaciable en su búsqueda de una posesión total, más allá de la vida, proyectada al infinito. Alucarda, como su nombre lo indica, propone una inversión genérica: la vampiresa, personaje que asoma esporádicamente en el desarrollo del tema. Uno de los escasos antecedentes de la cinta mexicana vendría a ser, precisamente, Y morir de placer… de Roger Vadim (1960), basada en la misma novela de Sheridan Le Fanu, Carmilla, en la que se inspira, lejanamente la de López Moctezuma.
Pero la versión nacional va más lejos de los cursis escarceos lésbicos de la protagonista de Vadim, que se dedicaba a extraer sangre de sus víctimas mediante las espinas de una rosa. Alucarda es, en primer término, “hija de las tinieblas”, es decir, del diablo, y por ello su madre, pretendiendo salvarla de sus genes malignos, antes de morir la envía a un convento donde se cría, alejada del mundo. Pero todo es inútil: apenas llega a la adolescencia una nueva pupila arriba al convento y entre ambas surgirá una pasión avasallante, en la que la sangre juega un papel primordial.
Sólo que, contra toda previsión, no estamos ante un caso de vampirismo, sino de posesión diabólica. La sangre no es aquí vehículo para lograr la vida eterna, sino únicamente el sacramento que sella un pacto diabólico. En una escena de alto impacto erótico, Alucarda y su adorada Justine sellan un compromiso, entre ellas y con Satán, a quien identifican como un ente protector de la vida y los poderes genésicos, en oposición a las mortuorias ceremonias religiosas que se celebran en el convento.
De ahí que López Moctezuma contraponga, mediante montaje alterno, el aquelarre en el que las protagonistas celebran orgiásticamente su ingreso a las filas del “Mal”, con la mortificación física que se infringe una de las monjas, la hermana Angélica, en aras de la salvación de Justine, de quien está secretamente enamorada, lo que pone en tela de juicio su militancia en las filas de “Bien”.

No tarda mucho la pareja de jóvenes posesas en hacer profesión de su fe, en plena sesión de catecismo, lo que les acarrea exorcismos y anatemas. Se abre así paso a la secuencia climática de la película, aquella del exorcismo, donde ante un altar presidido por una proliferación de cristos, iluminado por cientos de velas, se erige una cruz, sobre la que es colgada y torturada Justine. Es aquí donde la propuesta ideológica del filme emerge con claridad: ¿por qué consideramos como algo negativo la gozosa cópula de cuerpos a la luz de la luna, y positiva la tortura de esos cuerpos, en esa lúgubre sede de prejuicios y represiones?
Paganismo versus cristianismo: he ahí el dilema; y López Moctezuma no vacila en sus elecciones. Esa es la razón por la que Alucarda se erige como la película más herética y a la vez más sensual del cine mexicano.
Como era costumbre en Juan López Moctezuma sus trabajos integraban un ejercicio multidisciplinario; en este caso el dibujante y muralista Gilberto Aceves Navarro se encargó de la dirección artística y Kleomenes Stamatiades del extraordinario atrezzo; la banda sonora compete al terreno del “jazz vampiro” que al director le gustaba evocar, y además se rodeó de un buen cuadro de actores, que logró secuencias espeluznantes. Destacan Claudio Brook, Tina French, Adriana Roel y David Silva en uno de sus últimos papeles; Susana Kamini, muy bella, pero por encima de todos Tina Romero: cuerpo grácil, ojos de mirada profunda y espléndida cabellera, semeja un dibujo de Julio Ruelas, nuestro pintor maldito.

En suma, es de justicia revalorar a Juan López Moctezuma, como el visionario, esteta y erotómano que fue. Abonan en su favor firmas autorizadas, como las que citamos a continuación:
En una entrevista concedida –en inglés- por el cineasta Guillermo del Toro durante el Festival Internacional de Cine de Stieges, en 2002, rememoró como había descubierto el cine de horror en un programa televisivo que conducía López Moctezuma, en los años 60; y como sus filmes le habían impactado:
“Me hizo comprende que era factible hacer cine de horror en México; y no únicamente con remedos facilones (tongue in cheeck, en el original). […] Creo que hay [en el género] una diferencia entre directores revisionistas y directores clásicos. López Moctezuma era una mezcla de ambos: estaba muy interesado en las raíces del género, pero era muy moderno en su enfoque. En eso él era único. Sus cintas no fueron recibidas bien. Hay quienes piensan que son filmes de culto, algunos más los aprecian y hay un pequeño grupo que lo considera seriamente como director. Pero la mayoría de los críticos lo desdeñan y eso le ha ganado una reputación de poeta maldito. Creo que a él le hubiera gustado esa clasificación”.
Agreguemos que en ese reducido grupo de seguidores se encontraba Carlos Monsiváis, quien llegó a declarar:
“Juan López Moctezuma es y seguirá siendo un cineasta sorpresivo, un artífice del cine de horror, un desalmado que le recupera el alma a los espectadores de sus películas. No es un cineasta marginal, mas bien quienes no han visto sus películas se han marginado de la experiencia del que no creyó en el límites y por eso enriqueció nuestro sentido de la sorpresa”.