Por Pedro Paunero
Una variante del mito de Siddhartha Gautama
(llamado posteriormente, cuando fue iluminado por la Verdad, el Buda) dice que,
cuando este príncipe escuchó a una mujer tañer la cítara, cantando sobre países
lejanos y el sufrimiento del amor, cobró conciencia sobre el mundo real más
allá de las paredes del palacio en el cual, hasta entonces, había vivido,
rodeado de lujo y alejado de la fealdad y corrupción. Pidió, entonces, a su
padre que abriera las puertas del palacio para conocer la aldea. El rey había
dispuesto una especie de obra de teatro, preparada de antemano, para que su
hijo, que recorrería el camino principal de la aldea a lomos de un elefante, sólo
mirara a la gente más bella y joven del reino. Pero un par de ancianos
mendigos, desdentados y harapientos, atraídos por el bullicio, lograron burlar
la vigilancia y se acercaron a la muchedumbre que vitoreaba al príncipe. Los
mendigos destacaban entre la hermosura de los demás habitantes y Gautama los
miró. Ordenó que detuvieran al elefante y siguió a los ancianos al interior de
la aldea.
Poco a poco fue
abriendo los ojos a la realidad cuando, en medio de la pobreza de las chozas,
miró la enfermedad que deformaba el rostro de un hombre, y después, escuchó los
sollozos de varias personas que lloraban la muerte de una niña. En ese momento
un mundo, un universo completo, arrojaba a Gautama de sus aposentos de
comodidad, belleza, perfume, lujo y seguridad para recibirlo, cruelmente, en el
sendero de la realidad. Los budistas señalan este momento como el de la Gran
Renuncia, cuando el príncipe decidió abandonar el placer del palacio para
buscar la Iluminación y la Verdad y liberar a la humanidad sufriente,
El descubrimiento
del Príncipe Gautama es un arquetipo literario en toda obra que retrata un
pensamiento utópico negativo: el mundo perfecto, ideal, feliz, se rompe, se
abre a una forma distinta de cotidianidad, de enfrentar la vida y enfrenta a
sus opuestos en un acto de redención. La Utopía está presente como coto
cerrado, exclusión, santuario a las minorías, en tres películas de Ciencia
Ficción que tratan, cada una a su manera, la distinción de clases y cuán duro
es el enfrentamiento entre las partes en lo que se ha venido denominando el
choque de las civilizaciones.
Si la razón de
toda forma de arte es no sólo el reflejo de la realidad sino la reflexión sobre
la misma a través de metáforas inmediatas, las tres películas de las que se
tratará cumplen con este precepto y lo hacen, cada una, a su manera, de forma
brillante y entretenida.
Zardoz
(John Boorman, 1974)[1]
John Boorman es un director comprometido con
una visión propia que retrata la alienación, la separación entre los seres
humanos, sus clases sociales e ideologías; lo hizo en A Quemarropa, lo
plasmó más enfáticamente en Defensa, pero es en Zardoz dónde
mejor se refleja esta constante. Frecuentemente ignorada en los listados de los
mejores filmes de Ciencia Ficción, poco entendida en el momento de su estreno y
fracaso de taquilla, merece, sin embargo, un lugar especial entre las mejores
películas de ideas aplicadas a la metáfora y, como tal, es artísticamente
estilizada al inspirarse en una obra tan inverosímil como lo es El Mago de
Oz[2].
En el año 2293 la
humanidad se ha dividido en tres estratos, los Inmortales, detentadores
de la cultura, el arte, la ciencia, la belleza y la eterna juventud que vive
dentro de una Utopía, un santuario, pleno de bosques, granjas, autosuficiente,
protegido del exterior por El Vórtex, una especie de campo de fuerza
invisible, y que los aísla del resto de los humanos ignorantes, sucios,
mortales. Entre estos últimos aparece una élite guerrera de jinetes a caballo,
los Exterminadores, servidores de Zardoz, gigantesca cabeza-máscara
flotante de cuya boca, de vez en cuando, son vomitadas armas de fuego con las
cuales los Exterminadores ponen fin a la miserable existencia de la humanidad
pobre y sufriente. La cabeza de Zardoz se eleva desde el interior del Vórtex y
une, en realidad, estos dos mundos caducos a manera de borde o frontera.
Será Zed,
interpretado por un Sean Connery renovado desde su participación en la serie de
James Bond, quien demostrará formar parte de una subespecie, mutante, perfecta,
el Exterminador infiltrado en la boca de Zardoz, y que renovará la raza del
interior del Vórtex, llevándoles la muerte como última esperanza. A pesar de
sus leves tropiezos en la trama, el guión, escrito por el propio Boorman, está
lleno de sorpresas y complejidades. Los Inmortales son capaces de situarse en
un estado superior de conciencia en el cual comparten una mente común, para
tomar decisiones importantes, y han proscrito a los Renegados, algunos
de los cuales fueron los fundadores de esta forma de existencia (biólogos, físicos,
químicos, lo mejor de la ciencia y la cultura) a una colonia de seres
decadentes, penados con el castigo de la vejez, cuando estos decidieron que el
Vórtex era una aberración a los principios humanos.
El Vórtex es,
pues, esa frontera que separa al Primer Mundo del Tercero. Es la breve frontera
marítima entre África y la Península Ibérica, es el estrecho entre Cuba y la
Florida, es el nuevo Muro de Berlín[3] trasladado a la frontera de México-Estados Unidos.
Zed escapará con
una de las Inmortales después de un frenesí de destrucción ocasionado por la
intrusión y conquista de los Exterminadores en el Vórtex. En dos secuencias
magníficas nos enteramos que Zed ha sido instruido por el creador de Zardoz,
uno de los Inmortales conscientes de las implicaciones que sus actos
acarrearán, cuando le enseña a leer en una vieja biblioteca del exterior y le
da la clave de la naturaleza de Zardoz: en un libro antiguo descubre, al igual
que Dorothy, que Zardoz ha sido inventado en base al cuento del Mago de Oz, así,
del inglés Wizard ha tomado la última sílaba y la ha unido a Oz para
crear esta mentira de Dios asesino y vigilante, tal como el Mago, en la novela
de Baum, no era sino la cara externa de un supremo ilusionista.
Boorman hace un
uso atinado y emotivo de la 7ª Sinfonía de Beethoven para retratar al final,
cuando Zed -en una cueva, al lado de la ex Inmortal que le acompaña, envejece a
su lado-, una alegoría de las cuatro edades del hombre. Ambos sobrevivientes de
los sucesos del Vórtex permanecen juntos, tienen un hijo que crece y al cual,
en la conmovedora secuencia, Zed coge del hombro sólo para ser rechazado. En
unos segundos el director muestra el camino de la vida en lo que a otros
realizadores les demanda obras enteras.
La película de
Boorman recuerda, en sus escenas de invasión de los Exterminadores al Vórtex,
esa Distopía escrita en 1907 por Horace W. Newte, The Master Beast (figuración
apocalíptica de Occidente), cuando bárbaros procedentes de África y Asia
invaden y destruyen el imperio estatal totalitario de la Gran Bestia, salvando
a la humanidad al inyectarle nueva vida a un sistema decadente.
The
Village (M. Night Shyamalan, 2004)
Considerada como uno de los “tropiezos”[4]en la carrera del destacado director hindú-americano, es, a pesar de
las críticas, una de sus obras más emblemáticas. El cine de Shyamalan es, ante
todo, esa misma búsqueda arquetípica de los intersticios, las grietas, en el
aparente estado ordinario de las cosas: la ruptura de esos mundos cerrados en
el plácido devenir cotidiano y que se repite a lo largo de su cinematografía,
traducido en extraordinarias películas de suspenso. Es, también, una forma de
Utopía cinematográfica con pretensiones de cine comercial.
Un grupo de élite
cuyos integrantes han sufrido, todos, una muerte en casa, decide aislarse en
una reserva ecológica privada viviendo como los miembros de la secta puritana
de los Amish, en un mundo cerrado rodeado de bosques espesos, mantenido en base
al miedo a los “innombrables”, furtivas criaturas que visten de rojo y asesinan
animales de vez en cuando, lejos del sufrimiento del mundo exterior. Los hijos
jóvenes de esta Utopía ignoran que viven en una y se les ha programado para
creer en ese temor de entes esquivos, prohibiendo, incluso, el color rojo que
es el de las criaturas (telas, flores, sangre, son tabú en esta sociedad
decimonónica). Los fundadores de la aldea han inventado a los innombrables para
mantener dentro de los límites de la aldea del título a los jóvenes, para que
no se aventuren más allá del bosque y descubran la realidad que subyace más
allá de las vallas de la reserva. Se trata de una puesta utópica algo ingenua
que se mantiene solamente por el ingenioso giro de los acontecimientos y el
suspenso que el director, digno sucesor de Alfred Hitchcock[5] maneja con maestría.
Cuando uno de los
miembros de la aldea se encuentra en peligro de muerte el fundador de la misma
decide enviar a una chica ciega en busca de medicamentos adecuados. La ceguera
de ella es simbólica de aquellos que se niegan a mirar el entorno para vivir en
la comodidad que otorga la ignorancia voluntaria, ajena a la dureza que alcanza
al resto, a la otredad alienada, en lo más bajo del sistema de castas.
Es símbolo del no reconocimiento de los que son diferentes aún cuando en el
filme aparezca como un elemento de pretexto que sirve a la trama. Cuando ella
alcanza la valla que separa ambos mundos y salta a una carretera asfaltada, un
sonido extraño le sorprende. Como es ciega no se entera que un guardia de
seguridad le ha encontrado, a bordo de un vehículo motorizado.
Es aquí dónde
aparece el momento mágico, la ruptura de la realidad, el quiebre de los
conceptos, sin embargo la joven no se entera de esto y somos nosotros,
espectadores, los que sabremos, los que asistiremos, impotentes al
desvelamiento de la verdad. Hasta entonces hemos creído haber visto un drama
situado en el Siglo XIX. Ahora nos enteramos que la aldea ha sido levantada a
principios del Siglo XXI y que sus habitantes son privilegiados que han logrado
un acuerdo con el gobierno para pagar guardias fronterizos y evitar los vuelos
de aeronaves sobre la reserva. Somos, pues, cómplices de esta mentira.
Shyamalan nos está diciendo, mira y atiende, porque esto está pasando en el
mundo real: aparecen cada vez más grupos de élite que compran un terreno en
medio de Alaska o de reservas ecológicas, para vivir con su propia planta
generadora de electricidad, potabilizadora de agua y sirvientes que les
atiendan mientras miles pierden el empleo y muchos más caen víctimas de la
violencia surgida de la miseria. Es esa misma violencia de la cual los
habitantes de La Aldea, han escapado, finalmente.
Children
of Men (Alfonso Cuarón, 2007)
Algún día se considerará a esta gran
película de Alfonso Cuarón como un clásico del cine al estilo de Alphaville
de Jean-Luc Godard (Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution,
1965) alejada de los decorados futuristas hiper tecnológicos de la legendaria e
influyente 2001 A Space Odissey de Kubrick (1968) o la maravilla visual
de Blade Runner de Ridley Scott (1982).
Es la más poderosa
de estas tres visiones que tratan la estratificación humana extrema como
metáfora a principios del Siglo XXI, a pesar que Zardoz, sea, quizá, la
que refleja de forma más pura la idea de Utopía y The Village se decante
por la misma historia con el encanto de un gótico cuento de hadas.
Basada en la
novela de la popular escritora de novelas policíacas P. D. James, Children
of Men[6] otorga a Cuarón, a través de un discurso narrativo que tiene mucho de
pretexto (una epidemia de infertilidad que acosa a la humanidad desde hace más
de 18 años), uno de los logros artísticos más deslumbrantes del cine en sus
largas secuencias de batallas en tiempo real. Lo que Cuarón nos presenta es su
propia versión de la Guerra de Irak, aderezada con la metáfora de la
infertilidad humana (que no puede ser otra cosa que una metáfora de la
incapacidad del Primer Mundo para ver al Tercero, sino, ¿por qué la única mujer
capaz de dar a luz el bebé de una nueva era es negra y pobre?)[7].
En el mundo en rápida
decadencia y desmoronamiento del 2027, el mundo está en llamas. Millones de
desplazados (quizá refugiados ambientales, quizá refugiados por pobreza o ambas
causas) a los cuales se denomina, despectivamente, fugis, ingresan a
Londres, Inglaterra, único bastión que aún continúa, más o menos, funcionando,
y son trasladados a campos de concentración.
Cuando la cinta da
comienzo las voces de los periodistas de un noticiero hablan de los 1000
días del sitio a Seattle, y la ratificación de la Ley de Seguridad
Patria, después de 8 años, las fronteras británicas seguirán cerradas,
continuará la deportación de inmigrantes ilegales. Lo que nos remite a la
infame administración Bush y a la pérdida de las libertades en los actuales
Estados Unidos, nación que, en aras de la seguridad nacional, ha cedido la
libertad individual y sus derechos ciudadanos víctimas del miedo al terrorismo
que, en parte, es alimentado por el mismo Estado. En este principio, acaba de
morir el más joven de los humanos, un argentino engreído y prepotente (Bebé
Diego), en uno de los tantos atentados contra el orden establecido. Hay
decepción y sentimiento de pérdida en las calles, de desesperanza (¿para qué
seguir viviendo si la Humanidad no tiene futuro?)[8] y se sospecha que las bombas terroristas son financiadas por el
mismísimo gobierno. Existe vigilancia constante en los espacios públicos así
como una fuerte presencia militar. Theo, el anti héroe de la cinta será el
encargado de proteger y trasladar a la joven en quien recae, entonces, el título
de la más joven de los humanos, cuyo secreto consiste en estar embarazada. Le
guiará a través del campo de concentración para, finalmente, embarcarse en un
bote y partir al mar en dónde serán rescatados por un barco llamado,
proverbialmente, el Tomorrow (Mañana). Es, también, la película de los
perros. A falta de niños, los ricos y los pobres de este mundo descolorido, en
el cual la basura se acumula en las calles -y en el cual, estúpidamente, un
miembro de la alta sociedad (que no desea abandonar la elegancia, el lujo,
aquello que significa elitismo), se empeña en conservar obras de arte que nadie
verá (en el Arca de las Artes)[9]-, poseen uno o más perros.
Esta propuesta
tiene un importantísimo antecedente en A Brave New World (Un Mundo
Feliz, Aldous Huxley, 1932), novela en la cual algunos ciudadanos del Mundo
Feliz viajan a Malpaís, el Tercer Mundo actual, para encontrarlo sucio,
degenerado, lleno de pestilencia, vejez y muerte y rechazarlo aún cuando el
único ser sensato que “contamina” la Utopía sea un habitante proveniente de ese
mal país, un tercermundista, un emigrado, un salvaje. Pero Children
of Men es más directa, tiende un espejo hacia este mundo, a este tiempo,
esta realidad en la cual ni siquiera se reconoce el Cambio Climático cuando se
vive en una residencia en un bosque, artificialmente climatizada y con una
servidumbre como ejército. La cinta logra inusitadas escenas de violencia, de
crudeza, pero también de conmovedoras secuencias que lindan lo sublime con la
cursilería.
Metáforas-espejo, estas historias hablan,
desde hace más treinta años atrás, que el Fin de la Historia que
clamaban los sacerdotes del neo liberalismo ha provocado el surgimiento de otro
tipo de historia que al final resulta ser la misma: el ya antiguo jalonamiento
entre amos y siervos, pobres y ricos, izquierda y derecha, todos embarcados a
bordo de la misma nave que hace agua en un mundo que no perdonará la falta de
consensos.
pauner_in_night@hotmail.com
BIBLIOGRAFÍA:
Jay Schneider,
Steven. 1001
Películas Que Hay Que Ver Antes de Morir. Grijalbo. Barcelona. Sexta Edición
Actualizada al 2006.
Pringle, David. Ciencia Ficción, Las Cien
Mejores Novelas. Minotauro. México. 1991.
SITIOS WEB:
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0156/cul_003.html
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0156/cul_003.html#sigue
Sitios web dónde se
publica el ensayo que el filósofo esloveno Slavoj Zizek escribió acerca de la
película Children of Men.
[1] John Boorman
(nacido en 1933), director británico a quien se deben, entre otras grandes
obras de thriller, suspenso y fantasía, A Quemarropa (Point Blank,
1967), uno de los thrillers más sólidos jamás filmados, Defensa (Deliverance,
1972), de la cual el crítico y periodista, Kim Newman, señaló que es el
propio viaje al corazón de las tinieblas del director; y Excalibur
(1981), esta última, basada en la obra de Sir Thomas Mallory, quizá la mejor
versión de la historia del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda.
[2] Novela escrita
por L. Frank Baum en el Siglo XIX, que anuncia la vigilancia social por parte
de un ente que, a pesar de ser inexistente, es ubicuo, así, prefigura el Big
Brother de la novela de George Orwell, 1984 o la vigilancia en las
plazas públicas de algunas ciudades europeas.
[3] El cinismo de la
historia humana traslada la caída del Muro de Berlín y el final del Comunismo
que propugnó por la igualdad de los seres humanos y cayó en el exceso del
totalitarismo a los nuevos muros edificados en defensa del Neoliberalismo en el
cual los objetos de consumo pueden atravesar libremente las fronteras entre
países, no así los miserables seres humanos del Tercer Mundo que intentan
acceder al sueño de un futuro mejor.
[4] El otro gran
“fracaso” del director es Lady in the Water, en la cual, en uno de sus
típicos giros en el guión, nos damos cuenta, al final, que asistimos a una
puesta en escena de un juego de rol, donde los personajes deben elegir entre el
papel que creen seguir y aquél para el cual realmente han nacido.
[5] M. Night
Shyamalan no se parece solamente a Hitchcock en el magistral uso del suspenso
sino que, como en el caso del viejo maestro inglés, aparece en todas sus
películas en alguna escena. En The Village, es el guardia de la reserva
ecológica cuyo reflejo puede verse en la puerta de cristal del contenedor de
los medicamentos.
[6] The Children
of Men, escrita por la británica P. D. James (nacida en 1920), en 1992,
sorprendió a los lectores de la novelista al ser la primera obra que se
apartaba de su género habitual.
[7] El director ya se
había acercado al tema de la globalización y la diferencia de clases en la
cinta erótica de culto, road movie, bildungsroman, Y Tu mamá
También (2001).
[8] En este presente,
que es, irónicamente igual y diferente, el Tercer Mundo sigue produciendo mano
de obra barata en la forma más asequible: niños que han escapado a los sistemas
de planificación familiar en contraste con la envejecida población del Primero,
en la cual los sistemas de planificación no sólo han funcionado bien sino que
ahora no tienen sentido entre una ciudadanía en la cual importa más la estética
corporal (la cultura del gym y el aeróbics), que suponen, puede ser
destruida mediante los embarazos.
[9] En una escena
cómica pero significativa, que puede pasarse por alto, y que significa la
aceptación de las formas de “arte” pop, vemos al David de Miguel Ángel,
diferentes cuadros entre los que resaltan varios Rembrandts y El Guernica de
Picasso, pero, al fondo de un ventanal de vidrio, puede mirarse, flotando, el
globo con forma de cerdo del grupo de rock progresivo Pink Floyd.