Por NOTICINE/Correcamara.com (Alberto Duque López)


Se estrena esta semana en España “Arráncame la vida”, la exitosa y cara producción mexicana basada en la novela de Angeles Mastretta, con la mirada ingenua y sensual de una campesina enamorada de un cacique de la Revolución Mexicana. Esta es la historia de una campesina mexicana de 15 años, Catalina, que vive con sus padres y cinco hermanos en Puebla, a comienzos de los años treinta, luego del hervor inicial de la Revolución con sus fusilamientos, sus trenes descarrilados, sus curas y obispos perseguidos, sus adelitas de faldas largas y fogones encendidos para preparar las tortillas de las tropas, sus enormes sombreros, sus haciendas saqueadas e incendiadas, sus presidentes y gobernadores y diputados y alcaldes elegidos a dedo y balazos, sus caballos y vacas y perros y gatos perseguidos por bandadas de niños hambrientos y desnudos.


Esta es la historia de Catalina y el hombre que la enloquece con sus manos grandes, sus ojos chiquitos y su pene descomunal, Andrés Ascencio, general de la Revolución, traidor y mentiroso, seductor y ladrón, asesino ambicioso y desbocado, convencido de ser más inteligente, audaz y visionario que los demás políticos mexicanos con quienes se la pasa haciendo trampas mientras seduce mujeres y tiene muchos hijos en numerosas ciudades distantes de Puebla.


Esta es la historia de Catalina, bautizada como ese famoso tango compuesto por Agustín Lara y publicada muchas veces en más de 30 idiomas desde 1985 por la novelista Angeles Mastreta, convertida en película por el realizador Roberto Sneider (1962), productor de “Frida” de Julie Taymor y director de “Dos Crímenes” sobre la inquietante novela del desaparecido Jorge Ibargüengoitia.


Esta es la historia de Catalina y Andrés (interpretado con humor por Daniel Giménez Cacho), una historia que, en el libro y el cine comienza así con la voz de la muchacha interpretada por Ana Claudia Talancón: “Ese año pasaron muchas cosas en este país. Entre otras, Andrés y yo nos casamos. (en la película dice: Nos conocimos) Lo conocí en un café de los portales. En qué otra parte iba a ser si en Puebla todo pasaba en los portales: desde los noviazgos hasta los asesinatos, como si no hubiera otro lugar. Entonces él tenía más de treinta años y yo menos de quince. Estaba con mis hermanas y sus novios cuando lo vimos acercarse. Dijo su nombre y se sentó a conversar entre nosotros. Me gustó. Tenía las manos grandes y unos labios que apretados daban miedo”.


La buena noticia, luego de tantos fracasos de excelentes libros convertidos en pésimas películas (léase Gabriel García Márquez), es que ese tono, ese lenguaje, esa simplicidad, esa inocencia, esa malvada ingenuidad, esa sensualidad, esa rebeldía, ese sentido de la independencia que va creciendo a medida que el personaje se libera de las manos, la cama y el despotismo del marido, ese tono logrado por la novelista que ha provocado el entusiasmo de miles de lectores en todo el mundo, se conserva en la película, gracias a un guión que sabe mirar las peores situaciones y las atrocidades más grandes y los crímenes más salvajes con los ojos tranquilos, distantes e inocentes de la protagonista que desconoce la existencia del clítoris, no sabe cocinar, copula con otros hombres para calmar la ansiedad y castigar las infidelidades del marido, y al final de la historia tiene que decidir su destino, a su manera, con las cicatrices que le quedan en el alma.


La película resume y comparte con la novela toda esa carga de malicia, ironía, burla, humor negro, sordidez, fascinación, exageraciones, nostalgia, erotismo, desfachatez y otros elementos que hacen inolvidables a Catalina, Carlos Ascencio (tomado de un héroe histórico, Maximino Avila Camacho, 1891-1945, medio hermano del presidente Manuel Avila Camacho) y los demás personajes, herederos de esa tormenta sangrienta que fue la Revolución Mexicana que estalló en 1910 con el alzamiento contra el dictador Porfirio Díaz (30 años en el poder), encabezado por Francisco Madero, elegido presidente en 1911 y asesinado dos años más tarde con su vicepresidente José María Pino.


Con esas muertes sube al poder el dictador Victoriano Huerta, huye en 1914, se extiende la guerra por todo el país, con Emiliano Zapata en el sur y Pancho Villa en el norte, quienes pactan con Venustiano Carranza y Alvaro Obregón, apoyados por Estados Unidos, hasta lograr la Constitución Política de 1917 que sigue vigente y que recoge los principales postulados de la Revolución, sobre todo en materia agraria, educativa, sanitaria y religiosa. Equivocado en su política social, Carranza fue asesinado.


Los combates, los focos rebeldes que no aceptaban un gobierno unitario, las estampas de los revolucionarios a caballo con las mujeres siguiendo sus pasos continuaron hasta 1934 cuando asumió la presidente Lázaro Cárdenas e impuso el orden. Sin embargo, la cultura de los caciques que solucionaban a tiros todos los conflictos, estaba muy arraigada y ese es el núcleo de esta hermosa película.


Dicen que es la película mexicana más costosa, lanzada en su país con 500 copias y postulada por México al Oscar extranjero y no seleccionada. No tiene escenas de combates, pero la atmósfera violenta y corrupta que reconstruye es digna sucesora de aquellas películas sobre la Revolución realizadas por maestros como Roberto Gavaldón, Emilio Fernández, Pedro Armendáriz, Felipe Cazals, Fernando de Fuentes, Julio Bracho, Paul Leduc, Luis Alcoriza, además de los documentales filmados por camarógrafos que muchas veces morían a tiros en los campos de batalla. Para no citar las versiones de Hollywood sobre la Revolución hasta llegar a una obra maestra, “Gringo Viejo” de Luis Puenzo, sobre la novela de Carlos Fuentes.


Es una crónica de amor, con el trasfondo de ese México corrupto y peligroso donde este hombre roba, mata, miente y asciende al poder, pero se topa con la rebeldía y la inteligencia y la sexualidad de esta muchacha a quien, equivocadamente, intenta utilizar como juguete de sus caprichos eróticos y políticos.


Es el retrato de la mujer que madura y crece y aprende en medio de una atmósfera cargada de sexo y violencia y engaños y miseria e injusticias sociales y atropellos y asesinatos, que abre los ojos y despierta, en medio de su ignorancia e ingenuidad, a una realidad atroz que la endurece y la convierte en símbolo de las mujeres mexicanas y latinoamericanas, agredidas y violadas y explotadas y humilladas por novios, maridos, amantes, hermanos, padres y amigos durante años interminables.


Por eso en uno de los momentos finales de la historia, el general ambicioso y desmedido que mira al mundo como un puñado de pendejos, que salta de Puebla al Distrito Federal y la mesa del Presidente de la nación, le susurra a la mujer madura que ha logrado una auténtica educación sentimental en todos los aspectos:


“Te jodí la vida, ¿verdad? Porque las demás van a tener lo que querían. ¿Tú qué quieres? Nunca he podido saber qué quieres tú. Tampoco dediqué mucho tiempo a pensar en eso, pero no me creas tan pendejo, sé que te caben muchas mujeres en el cuerpo y que solo conocí a unas cuantas”. Así se sienten el lector y el espectador al cerrar el libro y finalizar la película. Con ganas de más.