Por Fabiola Santiago
Estoy muy feliz porque tenemos una nueva pareja. Se conocieron hace dos días y están muy enamorados y encajan perfectamente. Ambos tienen problemas con sus narices: sangran constantemente. -Manager del Hotel, “The Lobster”.
“¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?”, se preguntaba Raymond Carver, y el cine responde con chick flicks y dramas para deprimirse durante días. Mujer conoce a Hombre y las fórmulas se repiten. ¿Cómo acercarse de manera fresca a uno de los tópicos más abordados por la narrativa haciendo más que sólo engrosar las filas de películas que lo utilizan como eje central? El director griego Yorgos Lanthimos hace un intento en su primer largometraje en lengua inglesa, “The Lobster”.
David (Colin Farrell) se ha quedado soltero en un mundo distópico que no permite mantener ese estado civil por más de 45 días. Las personas en esa condición son llevadas a un hotel en donde cuentan con tal tiempo para encontrar a su alma gemela. Pasado el lapso, quien fracasa en el objetivo debe atravesar un proceso de despellejamiento quirúrgico/fantástico para ser convertido en el animal de su elección. Curiosamente, en el interrogatorio inicial, el protagonista opta por ser un tipo de crustáceo al que se le adjudica la característica de permanecer unido de por vida a su pareja una vez que la encuentra. Pero David ha sido abandonado por su mujer.
En esta prisión con tintes de spa, a los internos se les procuran las facilidades para alcanzar el objetivo: bailes, fiestas y estimulación sexual, todo bajo una estricta vigilancia y regidos por ese orden superior y ambiguo que los mantiene cautivos. El único modo de aplazar su estancia es por medio de la caza de rebeldes solteros que se ocultan en el bosque. Por cada uno de los indeseables solitarios al que disparen con un dardo, los huéspedes consiguen quedarse otro día.
El atolondrado y tímido David intenta fingir su compatibilidad con una mujer sin alma, pero falla en su intento por ocultar su sentimentalismo y huye al bosque tras ser descubierto. Ahora es otro de los insurrectos, liderados por una castrante Léa Seydoux, bajo una ley que juega al espejo con el Hotel y en este caso condena las uniones de pareja en aras de la individualidad. Paradójicamente, es en este espacio en el que David se enamora de una mujer miope, interpretada por Rachel Weisz, responsable también de la voz en off que conduce el relato.
Aunque los planteamientos de la vacuidad del amor líquido posmoderno están ahí, el director nos salva de un drama o de una exposición anquilosada y soporífera de esta tesis. En su lugar, tenemos una cinta cuyos tintes cómicos consiguen despertar varias carcajadas. Al carajo la corrección: en “The Lobster” está permitido reírse de un hombre que patea a una niña, de una niña que extiende un cuchillo a su falsa madre o de una mujer que se suicida a medias. El humor ante el absurdo es una de las grandes virtudes de esta película.
La obra recurre a ejemplos intencionalmente ridículos para exponer las premisas de este totalitarismo amoroso: las mujeres necesitan a un hombre que les brinde seguridad; los hombres necesitan desahogo sexual y alguien que los salve de morir ahogados durante la cena. Encontrar el amor ya no sólo es deseable, sino obligatorio. Sin una Otredad somos sólo animales; los solitarios somos los apestados.
Sin embargo, las fortalezas de la obra se degeneran a fuerza de repetirse y carecer de rumbo y al agotarse se convierten en vicios. En este tercer guión en el que Efthymis Filippou colabora con Yorgos Lanthimos, después de “Alps” (2011) y “Kynodontas” (2009), la mancuerna parece ir construyendo un trabajo ameno conforme los minutos transcurren, para perder consistencia al cambiar de escenario y mudarse al Bosque. Y aunque es ahí donde brota la relación entre los protagonistas, cosa que debería seducir a priori a unos ojos adoctrinados en buscar el romance en la gran pantalla, el coqueteo no acaba de seducir, los personajes se dispersan y las fórmulas humorísticas comienzan a sentirse forzadas.
Toda la película es un intento por desencajar. Desde la voz en off de Weisz, que expresa el sopor en el mismo tono monótono que el asombro o el miedo, como la mezcla sonora que recurre siempre a un gag de violines dramáticos, el director intenta sacar al público de sus asociaciones habituales del lenguaje cinematográfico. La música que normalmente se emplea para preparar al espectador para un momento de suspenso, acompaña en “The Lobster” a momentos cómicos o irrelevantes; las ya mencionadas situaciones humorísticas que llegan a desconcertar o la entonación teatral de los diálogos pudieron resultar más afortunados de haber sido empleados de un modo más sutil. Tanta extravagancia llega a resultar gratuita. Se entiende que el director quiera hacer evidente su pretendida originalidad, pero la insistencia lo asemeja a quien intenta comunicarse con un extranjero y piensa que hablándole a gritos conseguirá hacerle entender el idioma.
Con todas sus flaquezas, la película es notable en su intención -que no por completo en su ejecución- por hacer que el espectador se salga de lo cotidiano y entre por un momento en otro orden. El amor en esta cinta se manifiesta con gestos como regalar conejos e inventar un lenguaje compartido. Cerca del final, la película se reivindica un poco con momentos más delicados y tiernos entre los protagonistas y con un final abierto a lecturas distintas que lo salva del “happy ending”.
Por parte de Lanthimos, es un acto de amor al cine el realizar una película que trate de escapar de lo anodino para explorar un tema tan manoseado. Si el espectador perdona sus fallas, podrá entrar quizá en la dinámica de plantearse preguntas a sí mismo acerca de su manera de seleccionar pareja, del modo en el que construye sus afectos y de los vínculos que establece con el Otro. “The Lobster” invita a pensar las relaciones a través de la comedia distópica aunque, al igual que el romance, su ejecución pueda transitar entre lo dulce de la miel y lo saturado de la melcocha.