Por Lola López

El jueves 28 de noviembre de 2024, México despidió a Silvia Pinal, la última gran leyenda de la Época de Oro del cine nacional, a los 93 años. Su partida marca el final de una era, pero también resalta la inmensidad de su legado, que abarca décadas de cine, teatro, televisión y cultura. Pinal no fue solo una actriz; fue un símbolo de talento, versatilidad y dedicación, una figura cuya influencia trasciende generaciones.

Nacida en Guaymas, Sonora, el 12 de septiembre de 1931, desde su debut en “Bamba” (1948), Silvia Pinal demostró un talento innato que la llevó a protagonizar algunas de las cintas más memorables del cine mexicano. En comedias como “El rey del barrio” (1949) y “El inocente” (1955), dejó una huella imborrable con su gracia y naturalidad. Más tarde, en dramas como “La soldadera” (1966) y “Divinas palabras” (1977), exploró las profundidades de la condición humana, mostrando una capacidad interpretativa que pocos podían igualar.

Trabajó con algunos de los más grandes directores de su tiempo, entre ellos Emilio “El Indio” Fernández, Gilberto Martínez Solares, Juan Bustillo Oro y Arturo Ripstein, pero fue su colaboración con Luis Buñuel la que consolidó su lugar en la historia del cine mundial. Con él filmó tres obras maestras: “Viridiana” (1961), “El ángel exterminador” (1962) y “Simón del desierto” (1964), películas que desafiaron las convenciones de su época y la llevaron al reconocimiento internacional.

El sábado 30 de noviembre, el Palacio de Bellas Artes, el recinto cultural más importante de México, abrió sus puertas para rendir homenaje póstumo a Silvia Pinal. Bajo sus majestuosas bóvedas, cientos de admiradores, amigos, familiares y figuras del arte y la cultura se reunieron para despedirla. Fotografías, carteles y flores llenaron el lugar. Las notas de la música y los discursos sentidos acompañaron este tributo a una mujer cuya vida estuvo consagrada a las artes.

Silvia Pinal fue más que una estrella de cine; su versatilidad le permitió brillar también en el teatro, con producciones como “Mame” y “Debiera haber obispas”, y en la televisión, con el icónico programa “Mujer, casos de la vida real”, donde durante más de dos décadas presentó historias conmovedoras que resonaron profundamente en el público mexicano.

Detrás de su carrera artística, también hubo una figura visionaria. Fundó recintos teatrales, como el Teatro Silvia Pinal y el Teatro Diego Rivera, contribuyendo al desarrollo de las artes escénicas en México. Incluso incursionó en la política, donde luchó por causas como los derechos de los intérpretes y el acceso a la cultura.

Silvia Pinal poseía una presencia escénica inigualable, un rostro capaz de transmitir desde la alegría más pura hasta el dolor más profundo. Su voz, cálida y firme, y su capacidad de interpretar personajes complejos la convirtieron en una de las actrices más admiradas de su tiempo.

Hoy, con su despedida y este homenaje en Bellas Artes, México honra a una mujer que dedicó su vida a enriquecer el alma de su país a través del arte. Silvia Pinal será recordada no solo por las películas que dejó, sino por la pasión y el compromiso que definieron cada aspecto de su carrera.

En las salas de cine, en los teatros, en los hogares donde su imagen iluminó la pantalla, su espíritu seguirá vivo. Porque aunque su tiempo en este mundo terminó, su legado es eterno. Adiós, Silvia, y gracias por todo.